El Frente Popular. Eso dijo el lunes Abascal, entrando presuroso en el Hemiciclo como un espadachín con capa en un portal. Abascal va al Congreso vestido de señor de El Greco, de un negro alguacil, y también, claro, habla como un señor de El Greco, según se vio el martes. El Gobierno de coalición PSOE-UP iba a ser el Frente Popular. Pero lo del Frente Popular no sólo es una referencia icónica para esa derecha de entierro o desentierro del conde de Orgaz. Sigue siendo el paradigma de lo que nos ocurre aquí cuando las izquierdas burguesas y las radicales se unen, primero para salvarnos de la derecha y luego para salvarnos de la otra izquierda mala. Y en este caso, imaginen, Pedro Sánchez ni siquiera es Azaña.
Para Marcuse, la gran traidora a la izquierda era la socialdemocracia, “en alianza con fuerzas reaccionarias, destructivas y represivas”. Las izquierdas puras se pelean con otras izquierdas puras, lo hemos visto en Podemos. La izquierda pura es religiosa, dogmática, y da sectas furibundas, metafísicos de velón, papas endomingados, advenimientos de morirse y ruidosas guerras a cristazos entre todos ellos. Pero si hay algo que de verdad odian es la socialdemocracia, vendida al capital, al imperialismo y al Santa Claus de la Coca-Cola.
Con el país expectante o acojonado, con Sánchez cada vez más blanco y temblón, como una luna de pozo, PSOE y Podemos negociaban pretendiendo ignorar la historia y el mismo espíritu de las izquierdas. Al repartirse ministerios, a unos les sale ofrecer ministerios de monja y a otros les da por pedir ministerios de acción. Hay que imaginar ministerios del dinero para los que no creen en el dinero, o ministerios de trabajo para los que creen que no hace falta trabajar, o ministerios de Estado para los que no creen en el Estado, o ministerios de igualdad para los que aún creen en los pueblos, en las razas, en el Volksgeist, para los que piensan que la democracia es el montón, lo que diga el montón e incluso lo que quiera aplastar el montón. Hay que imaginar todo esto para darnos cuenta del sinsentido de esa negociación, incluso para el ambicioso Sánchez.
Con el país expectante o acojonado, PSOE y Podemos negociaban pretendiendo ignorar la historia y el mismo espíritu de las izquierdas
Podemos podría asaltar los cielos con su hegemonía cultural o con su pértiga de cáñamo; podría hacer la revolución, llegar al santuario del Estado y derribarlo en medio de una orgía mogol. Pero entrar en un Gobierno de coalición con el PSOE, ahí todavía con el “corrupto” Régimen del 78, con la foto del Rey mirándolos inquietantemente como esos retratos de muertos, con leyes que hay que respetar, con jueces que hay que obedecer, sin poder mandar a la gente a tirar piedras a las ofertas de tostadoras de los bancos, sin que un comité ciudadano de la Verdad decida los titulares… ¿Cómo iba a ser eso? A los de IU, aburguesados, venales, ya con la revolución en nómina, se les podía contentar en un ayuntamiento o en una autonomía con un sillón simbólico, un toallero de banderas o algún festival anarquistón, poniendo a un colega heavy detrás de la barra de la caseta municipal. Pero España entera no se puede manejar como una feria de la tapa. Y Podemos, en este caso, no quiere una concejalía de chapitas, ni un ayuntamiento para manteros, sino poder real.
No hay que imaginar un Gobierno de coalición, sino dos Gobiernos. Y uno de ellos con la revolución en el cajón, como el revólver de un comisario. No se puede servir a dos señores, ya saben. No se puede servir a la revolución y a la Constitución, al pueblo como marabunta y al Imperio de la Ley, al Estado y a los enemigos del Estado. Aunque les dieran el Ministerio de las Gominolas, no se trata de una diferencia de políticas sino de cosmovisiones políticas. Hay cosas que no son posibles, o que si se intentan destruirían el Gobierno e incluso el mismo país. Ya ha pasado, recuerden.
No hay que imaginar un Gobierno de coalición, sino dos Gobiernos. Y uno de ellos con la revolución en el cajón, como el revólver de un comisario
Sánchez se tendría que hacer revolucionario también, aceptar cogobernar en una república cañí-bolivariana. Como a Sánchez no le pega el caqui, Iglesias le podría dejar usar uno de esos uniformes de blanco Gadafi, con hombreras como cenefas y gorra de plato marfileña, a juego con sus canas al atardecer. En esa república, los héroes, además de Sánchez e Iglesias, serían Otegi y Puigdemont y Roures y Maduro. Un Gobierno estable, por fin. Pero con dos Gobiernos todo sería inmanejable.
Después de tanto desplante, tanto desprecio y tanto amago, no sabemos si todavía puede haber acuerdo, si puede deshacerse el desacuerdo, o qué. No es que Sánchez no quiera el poder, o que le apabulle la responsabilidad de Estado. Es que sabe que el poder se le desintegraría, que él perdería su guapura y su baraka con ese Gobierno bífido, ese Gobierno con un lado loco como una mano tonta o criminal, esos dos Gobiernos chocando en un pequeño salón de relojes. Algo así no debería ocurrir, perderlo todo para mantener tibia, sólo un poco más, su presidencial bolsa de agua caliente. Al fin y al cabo, aún queda Tezanos.
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