La intervención más aplaudida durante la lamentable segunda sesión de investidura del pasado 25 de julio, que concluyó con la derrota del candidato Pedro Sánchez, que sólo logró el apoyo de 124 escaños, fue la del diputado de UPN, Carlos García Adanero. El navarro aprovechó al máximo sus tres minutos de tiempo tasado para intervenir en el pleno y con una sencillez y contundencia admirables desnudó al presidente en funciones. "Usted le pide abstenerse a Ciudadanos y al Partido Popular porque afirma que de esa forma su gobierno no tendrá que depender de los independentistas, pero en Navarra, donde el Partido Socialista tiene en su mano dar el gobierno a una coalición de partidos constitucionalistas (Navarra Suma) que ha ganado las elecciones quiere pactar con los nacionalistas para formar un gobierno que, además, necesita del apoyo de Bildu". Más o menos, este es el resumen de su encendido parlamento. La bancada de la derecha en pleno rompió en aplausos, quizás para sorpresa del propio García Adanero, que alcanzó su inesperado momento de gloria en una sesión dominada por la bronca entre Sánchez y Pablo Iglesias por un quítame allá ese ministerio.

Un día después de su vaticinio, el PSN ha consumado su traición a los principios a los que Sánchez dice que supedita el poder pactando con Geroa Bai, nombre bajo el que se oculta el PNV, y Podemos, que ha logrado una cartera en el reparto de sillones. Bildu tendrá que abstenerse para que la socialista María Chivite sea investida presidenta de la comunidad foral de Navarra.

En la misma sesión del pasado jueves, el diputado de EH Bildu, Oskar Matute, dejó claro que su partido lo que quiere es "frenar al fascismo", saco en el que mete a todo aquel que no sea independentista o de izquierdas. Por tanto, con ese sectario criterio no será extraño que el partido de Otegi de su necesaria luz verde a la coalición entre socialistas y nacionalistas en Navarra. Seguro que, además, consiguen algo a cambio.

El presidente dirige ahora su mirada hacia el PP y Cs, pero, al mismo tiempo, su partido pacta en Navarra con nacionalistas y populistas un gobierno que depende de Bildu

El acuerdo de Navarra va directamente en contra de lo que el presidente del gobierno y la vicepresidenta Carmen Calvo han planteado horas después de la fracasada investidura. Desechada la coalición con Unidas Podemos (UP), que ha perdido la consideración de "socio preferente" como castigo, Sánchez dirige ahora su mirada hacia el PP y Ciudadanos. Les reclama "responsabilidad" para evitar que el país se vea impelido a unas nuevas elecciones generales.

El argumento es tan simple como el asa de un cubo. Sánchez se presenta como el mal menor. Propone un gobierno en solitario con apoyos puntuales de Podemos en temas sociales y de PP y Ciudadanos en otros de mayor rango, como, por ejemplo, la cuestión de Cataluña. Si no, elecciones.

Pero es que esto era lo que quería el presidente desde el 28 de abril. Gobierno monocolor o nuevas elecciones en las que, según el oráculo Tezanos, el PSOE alcanzaría casi el 40% de los votos, rozando la mayoría absoluta.

Con el tiempo se ha visto que la negociación con Podemos sólo era, como ha dicho Pablo Echenique, "una escenificación". Una escenificación en la que, todo hay que decirlo, Iglesias, pecando de soberbia, ha perdido una oportunidad quizás única de salvarse a sí mismo y a su partido.

Los negociadores del gobierno se han encargado de poner todo de su parte para que no hubiera acuerdo. Han tratado a los dirigentes de UP como activistas poco fiables casi desde el minuto uno. De ahí aquello de aceptar sólo ministros "cualificados", como si los líderes de Podemos no dieran la talla y hubiera que buscar fuera del partido a candidatos que no fueran unos ignorantes zarrapastrosos. Sí, eso era lo pensaban desde el primer momento, pero como había que "escenificar" ante los votantes de izquierda que se había hecho todo lo posible para conformar el primer gobierno de coalición de izquierdas desde la Segunda República (la grandilocuencia que no falte), se crearon falsas expectativas de que la cosa podía cuajar. Nada más lejos de la pretensión del presidente, que íntimamente ha confesado que un gobierno con Podemos sería inmanejable.

Lo peor es que este teatrillo se ha representado a costa de la credibilidad de las instituciones. Los ciudadanos han visto en directo una pelea descarnada e impúdica por el poder.

Pues bien, ahora la operación pasa a la segunda fase. Se trata de que PP y Ciudadanos -con toda la presión mediática y política- acepten el trágala de la abstención para que Sánchez pueda gobernar con 123 escaños, como ha ocurrido tras el triunfo de la la moción de censura.

El mal menor, de nuevo como leitmotiv. Sánchez como única solución ante el bloqueo institucional. O gobierno monocolor o elecciones, una disyuntiva que ya se manejaba en Moncloa desde hace dos meses.

El PP y Ciudadanos tienen toda la legitimidad para negarse a aceptar esa oferta trampa. Pero, al mismo tiempo, harían mal si no exploraran la posibilidad de negociar con el presidente unas condiciones irrenunciables para la abstención. Desde Cataluña al presupuesto. Y, por supuesto, Navarra.

El No de Albert Rivera y Pablo Casado sin siquiera explorar la vía de la negociación llevará indefectiblemente a una nueva convocatoria electoral en la que probablemente nadie logre ventaja suficiente como para gobernar en solitario.

Es la hora de mostrar un poco del sentido de Estado que ha faltado hasta ahora en nuestra clase política. Rivera no puede seguir encerrado en su cantinela del plan y de la banda de Sánchez, si no quiere que se le marche la mitad de sus líderes y otro tanto de sus votantes. Casado tiene frente a sí una ocasión para presentarse ante el electorado de centro derecha como una opción real de gobierno.

Claro que habrá que renunciar a cosas. Pero, amigos, eso es la política.