Con diez años, con el verano por delante como si hubiéramos vencido para siempre a la escuela y a los mayores, devorar un polo en la bici, derritiéndose majestuosamente como una gran montaña, todavía no era un desorden alimentario, sino la felicidad. Así conocimos al Piraña, con su bici dudosa de gordito, con su hambre niña de gordito, porque todavía había gorditos y hambre y bicis, con el nombre sencillo de las cosas, sencillo como aquel verano no de la tele sino nuestro, aquel verano cuesta abajo, hacia los amigos y los primos y las aguadillas y a lo mejor hasta aquel primer amor con una dulce mella en la sonrisa igual que un mordisco en una onza de chocolate.
Ahora, estamos cerca de que esto tengan que tratarlo y supervisarlo psicólogos, oenegés, observatorios y activistas culiprietos, con todo el miedo y todo el asco al mundo y a la vida y a la verdad que ha desarrollado esta época, y que son justo lo contrario a un chiquillo. No son ofendiditos ni políticamente correctos ni guardianes de la salud o la decencia, son gente aterrorizada por todo.
Fue, sin duda, una ironía, un fake, un invent, pero alguien consiguió hacer trending topic al Piraña al quejarse de cómo TVE normalizaba el acoso a un chiquillo con “desorden alimentario” o promovía el racismo llamando Pancho al único personaje con “rasgos latinos” de la serie. A todos los que sinceramente le dieron la razón, estoy seguro de que el Piraña, con la alegría de un bocadillo abarquillado, les hubiera dedicado una buena pedorreta y alguna broma de playa. La broma, ya saben, es eso que si te ofende te convierte en gilipollas. Pero eran cosas que pasaban antes de que todo fuera tan frágil, de que todos, niños y adultos, fueran tan frágiles. Antes de que, además de la broma, ofendieran la ingenuidad, la verdad, la libertad y el arte. Antes de que este fake fuera creíble, tan creíble.
No sabemos aún qué serie causó esta generación de idiotas, de inmaduros, de enclenques mentales, que pueden tomar al Piraña como una provocación
Yo tenía diez años cuando se estrenó Verano azul, que es un relato iniciático no sólo sobre la adolescencia y el descubrimiento de la vida (como placer, como deseo y como conflicto), sino que también lo es sobre una nueva época política, la democracia. Por eso hay dos figuras paternales como Chanquete y Julia, que representan la síntesis entre la tradición y la modernidad. No hay obligación de ser pedagógico, en una serie ni en una columna ni en una novela, pero Verano azul lo fue, al menos para mí. No salió de aquel verano que todos imitamos en nuestras calles, nuestras covachas y nuestras pandillas, ninguna generación de gordos mórbidos ni de acosadores de chiringuito, como tampoco salimos especialmente asesinos ni pendencieros por ver películas de Bruce Lee ni masacres de ciudades enteras en Mazinger Z. En cambio, no sabemos aún qué serie causó esta generación de idiotas, de inmaduros, de enclenques mentales, que pueden tomar al Piraña como una provocación, como tantas otras cosas que estamos viendo.
El Piraña, dándose mordiscos en los dedos, no es toda la cosecha del verano en las manos de los niños, sino algo que los empuja a ser gordos o a meterse con los gordos. A Tarantino, viene a decir un bobo de The Guardian, hay que pararlo por la violencia que ejerce de alguna manera contra las mujeres (no dice nada de la violencia que ejerce Beatrix Kiddo contra decenas de orientales antes de cargarse a su novio maltratador con un golpe maestro). Tampoco pueden desfilar los ángeles con tanga alado de Victoria’s Secret, con sus culos como violines de Cremona, porque hacen llorar a todos los demás culos botijeros. No se puede ver porno porque nos hace cerdos machistas y violadores, aunque, comparado con lo de Ron Jeremy, el porno de ahora es un anuncio de crema depilatoria. Y en ese plan.
Antes teníamos filtros, de educación, de ética, de estética, de humor, y distinguíamos la ficción de la realidad, el bien del mal, lo aconsejable de lo reprobable, la belleza de la fealdad (sin trauma) y el arte de la moral (sin escándalo). Y no por una exposición constante y ejemplarizante de modelos positivos y la extirpación puritana de los negativos, sino por el hábito de la reflexión y de la voluntad. El humano de esta posmodernidad raquítica y tonta, llena de alfeñiques, ya no es capaz de nada de eso. Los gordos le hacen gordo, los malos le hacen malos, los guapos le hacen feo, los alegres le hacen infeliz, automáticamente, sin remedio, sin defensa. Lo que nos traía el Piraña, monstruo de azúcar, espantoso montón de alérgenos, pobre niño secuestrado por el helado, la mortadela y el bullying, era un verano negro y atroz. En realidad, todo es negro en la mente de esos cada vez más numerosos gilipollas. Incluso (este experimento nos lo ha demostrado) aquel silbar con las rodillas en el manillar, la risa en el amigo y el amor en una melena hecha viento a un metro de tu cara. O en un bocata de chorizo en la mano.
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