Lo de Casado como candidato a la investidura no parece muy realista, pero uno entiende que estén pensando en proponer a Borrell, o a cualquier otro socialista que tenga ya terminado su retrato o su medallón de socialista, de Nobel socialista. Alguien que no tenga que estar, como Sánchez, posando ni distrayendo ni aparentando hacer país ni socialdemocracia por las ferias cucañeras, porque todo eso lo tenga hecho desde hace mucho. Pedro Sánchez ya no es sólo un aventurero peligroso, o no es ni siquiera un aventurero peligroso, que es casi peor. Ahora mismo, es solamente alguien que está intentando ganar por pereza, por fastidio, por aburrimiento, por agotamiento de los demás y del país, sin importarle que España vaya languideciendo con la espera o la ponzoña, y que la economía empiece ya a dormirse en la misma flojera y en la misma siesta de cama balinesa que este presidente que sólo aspira a ser abanicado.

No ha convencido a Iglesias con veneno, ni a Rivera con insultos, ni a Casado con patriotismo y caridad de señorita de la Cruz Roja

Sánchez no tiene prisa, cosa que sí tendría un aventurero, y que sí tiene España. Ya vemos que su agosto va a ser el del jubilado, un rato de visitita, un rato de casino, y de ahí a meter los pies en la palangana de Doñana. A Sánchez lo tiene que investir el Congreso, pero anda reuniéndose con ecologistas del cactus o con meteorólogos de la calor hiperbórea. No ha convencido a Iglesias con veneno, ni a Rivera con insultos, ni a Casado con patriotismo y caridad de señorita de la Cruz Roja, pero a lo mejor piensa que eso puede cambiar sentándose en corro con los amigos del oso polar. Ya que no puede ganarse al Congreso, está intentando ganarse a España a través de sus peñistas, recibiendo o haciéndose recibir como un cartero de rey mago. Hacer estas rondallas de tuno no tiene mucho sentido, pero es que Sánchez, ya digo, sólo está dejando pasar el tiempo hasta que el hartazgo traiga una solución portuguesa, melancólica y parva como todo lo portugués, u otras elecciones con Tezanos de hipnotizador. Claro que quizá no tenemos por qué esperar a que él termine de agotarnos. Eso es lo que no quiere que descubramos y por eso va haciendo de activo heladero del verano, hablando con todo el turisteo ideológico del país.

Ver a Sánchez mariposear cansa, desespera, de ahí que haya surgido la alternativa Borrell

Sánchez deja pasar el verano como en amores de verano, amores de mojar el churro en la luna con kimono de agosto, amores que pasan y aturden de luz de mar como la luz de faro de esa luna. Ver a Sánchez mariposear cansa, desespera, de ahí que haya surgido la alternativa Borrell, que puede ser con Borrell o con otro, pero que consiste en negar a Sánchez como solución y señalarlo como problema, como obstáculo. O sea, ver que Sánchez no es el único, que ni vivimos ni morimos con él, que no tenemos que esperar a enamorarnos de él o a resignarnos con él. Ni el país ni el PSOE. Sánchez no se parece al felipismo primigenio, ni al felipismo pantojil de Susana, ni a aquel zapaterismo tibetano, tierno y grumoso de humus. Es algo nuevo, el PSOE como un huevo Kinder con sólo él dentro. Ni las buenas intenciones de ZP ni el macizo pragmatismo felipista, sino un personalismo de huecograbado que ya ha negado todo lo que ha dicho y ha deshecho todo lo que ha hecho, con varias idas y vueltas incluso, demostrando que nada de lo que dice o hace tiene significado ni valor.

Nadie se fía de Sánchez, que ha convertido su palabra en falsa moneda y la rosa socialista en su perifollo. Borrell no es Borrell, sino el símbolo venerable de una política que aún tenía poso, sustancia, continuidad o por lo menos memoria. Borrell, además, ya no como símbolo sino como persona, se nos aparece como aquel papa de Anthony Quinn, que no quiere el cargo y precisamente por eso lo merece. Sánchez, en cambio, sólo se merece la navaja de Occam. Ya saben, eso de que no hay que multiplicar los entes sin necesidad. Ni los entes, ni los pactos, ni las tuercas de Frankenstein ni las elecciones en ristra. Bastaría con que Sánchez se apartara y todo fluiría, todo se desatrancaría. Sánchez es justo ese tapón de pelo. La solución más simple. No se apartará, por supuesto. Aún tiene que hablar con coros de habaneras, con peñas del veganismo o de señoras de pelo azul, para que España se convenza de que se trata de él o de él. O más bien para que España no piense que, en realidad, se trata de cualquiera menos él.