La agencia de noticias Associated Press (AP) lanzó ayer un bombazo informativo al publicar que nueve mujeres (ocho cantantes y una bailarina) acusan a Plácido Domingo (78 años) de acoso sexual.
Los casos se remontan a los años 80 y las denuncias consisten en besos forzados en la boca, introducir la mano bajo la falda y proposiciones de sexo a cambio de trabajo. De las nueve denunciantes, sólo una, la mezzosoprano Patricia Wulf ha dado su nombre. El resto mantienen el anonimato.
Conociendo como funciona la dictadura de lo políticamente correcto, el probablemente mejor tenor de todos los tiempos, que, además de continuar cantando, dirige la Opera de los Ángeles, puede ir pensando en una retirada discreta ya que es difícil que los grandes teatros de la ópera del mundo se arriesguen a contratarle tras el escándalo. Lo hemos visto ya en el caso de Kevin Spacey, cuyos contratos para continuar su papel en House of Cards o para protagonizar la película sobre el escritor Gore Vidal fueron rescindidos por Netflix. Todo ello antes de que ningún tribunal le condenara por acoso.
El movimiento Me Too, que se popularizó tras las denuncias contra el productor de cine Harvey Weinstein, ha creado una especie de policía de la moralidad global que condena mediáticamente y sin juicio previo a todo aquel que es causado de acoso.
No se puede bajo ninguna excusa justificar el acoso sexual o el abuso desde una posición de fuerza hacia la mujer por parte del hombre para lograr favores sexuales a cambio de trabajo o de promesa de trabajo. En ese sentido, el caso Weinstein ha servido para que el público conozca un modus operandi de ciertos magnates de los estudios y que sufrían algunas estrellas o aspirantes a estrellas de Hollywood. Pero el peligro, como en todos los bandazos en las modas sociales, está en el exceso. Ni la acusación, en sí misma, es una prueba del delito, ni, desde luego, puede implicar una condena social que, en muchos casos, sobre todo para personas que viven de su imagen pública, puede ser más grave que una condena penal.
Ni la acusación en sí misma es una prueba del delito, ni puede implicar una condena social que, en muchos casos, puede ser más grave que una condena penal
La información que ha difundido AP incluye una nota de Plácido Domingo en la que éste califica las acusaciones de acoso de "inexactas", y en la que incluye este significativo párrafo: "Las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado".
Lo que probablemente quiere decir con ello el tenor es que propasarse con una mujer (ninguna de las supuestas victimas le acusa de intento de violación), tratando de robarle un beso o de meterla mano, hace cuarenta años se medía con unos criterios mucho menos duros que ahora.
Esto puede sonar políticamente incorrecto, pero es la pura verdad. Domingo se crió en una sociedad machista en la que las conquistas formaban parte del palmarés de los famosos. El mito de Don Juan -el Don Juan Tenorio de Zorrilla hoy estaría censurado- ha funcionado durante siglos y no sólo no estaba mal visto, sino que formaba parte del éxito.
Para ser un auténtico hombre, había que ser duro y, además, ligón. Había gente que lo expresaba con más finura, otros, sin tapujos. Este es el caso de José Luis Cantero, más conocido como El Fary, un cantante de copla que hizo furor en las décadas de los ochenta y noventa. El Fary ("ese Fary", como le gritaban sus fans en la calle) era un arquetipo de la época. Él decía que era "bajito pero matón", para referirse a su pulsión irrefrenable por el sexo opuesto.
El 6 de septiembre de 1984 -ya era Felipe González presidente del gobierno- RTVE emitió una entrevista con El Fary que ha marcado una época y en la que el cantante denigra al que califica de "hombre blandengue", ese que va por la calle "con las bolsas de plástico o el carrito del niño". Afirma El Fary que la mujer "que es muy pícara y granujilla" abusa del hombre blandengue porque "es débil" o "porque se aburre". "La mujer necesita a ese pedazo de tío ahí", concluye, como reivindicándose a sí mismo.
El Fary murió de un cáncer de pulmón el 19 de junio de 2007 a los 69 años de edad. Al tanatorio de la M-30 de Madrid acudieron no sólo personas del mundo del espectáculo (entre ellos, Santiago Segura, que le convirtió en uno de los personajes de Torrente), sino también personalidades del mundo de la política. Como, por ejemplo, la entonces ministra de Cultura, Carmen Calvo, quien se encendió en elogios ante el cantante recién fallecido. Entre otras cosas, le calificó de "héroe popular".
Seguramente la hoy vicepresidenta del gobierno y activista feminista no se reconoce en su declaración de hace tan sólo doce años o la considere un error de cálculo. Arremeter contra El Fary -ex taxista y ex camarero que saltó a la fama vendiendo sus cassetes de sus canciones en las gasolineras y en los mercadillos- no le hubiera granjeado muchos votos del pueblo.
Hoy, claro, las cosas son distintas. Calvo viste de vez de cuando una camiseta con el lema I'm a feminist y hubiera suprimido la entrevista de El Fary de haberse producido en la RTVE de ahora.
Démosle a Plácido Domingo la presunción de inocencia que seguro que muchos colectivos feministas ya le niegan y esperemos a ver si esta tormenta de verano concluye en alguna investigación judicial o símplemente se difumina qual piuma al vento.
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