En el Ferragosto de Madrid, con Vírgenes fruteras y organilleras, con los dioses de las cornisas como churreros del sol, con el cielo y las calles vaciados por la mano hueca de los heladeros, resulta que la política todavía se ha entretenido haciendo un baile de dos mujeres como cisnes de ballet. Han bailado hasta agosto como hasta el Palacio de Cristal, largamente, por lagos rusos, coreografías rusas y carrozas rusas, para hacer un Gobierno un poco ruso o vigilado por espías rusas o amenazado por revoluciones rusas. Isabel Díaz Ayuso, meritoria de la Puerta del Sol, guapa de tranvía, última capitana de un PP madrileño como con epidemia de mujercitas muertas de Mujercitas. Y Rocío Monasterio, cisne negro con relicario negro, con una herencia de chales y rejas de Bernarda Alba, abadesa de Vox con un candado en la plata y en el sagrario.
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