Los resortes que pueden causar el movimiento de los mercados financieros son variopintos. Algunos de ellos, los más evidentes, son clara y económicamente identificables: los fundamentales y expectativas de las empresas, la oferta y la demanda, los precios, los intereses comerciales entre países, las divisas e incluso, la codicia o el miedo. Otros, los menos evidentes pero que suelen producir los efectos más importantes, aparecen sin cita ni anuncio previo y se antojan insondables, disimulados o escurridizos como los clásicos cisnes negros (eventos inauditos de consecuencias devastadoras ) que alzan su vuelo sin gestionar permisos de despegue.
Ambas categorías son las habituales y, por tanto, son las aceptadas por todos los autores protagonistas o secundarios del elenco actuante en la obra económica mundial.
Pero para que una obra se encarne y se represente hay un factor que está por encima de todos ellos y que gobierna con mano firme, el pasado, el presente y el futuro de las bolsas de valores del mundo: la información.
La información es el guion que nos permite tomar decisiones inversoras racionales, potencialmente beneficiosas y que, a pesar de no tener conocimiento cierto de lo que sucederá, reducirá el rango de incertidumbre o la probabilidad de error en el intento de tener la mejor visión del mercado y pertrechar los supuestos óptimos para nuestros intereses.
Un buen guion basado en información veraz, contrastada, sólida y objetiva nos acercará a esos supuestos óptimos, mientras que la información torticera o interesada nos llevará a consecuencias indeseadas y probablemente perjudiciales en términos económicos.
A nadie se le escapa que las fuentes de información a las que acudir para participar en los mercados se han multiplicado exponencialmente tras la colosal eclosión de Internet y en especial de ese lavadero de vecinas gigantesco e ingobernable en el que consiste Twitter.
Las decisiones financieras se toman entre enormes incertidumbres. Los tuits de Trump solo pueden aumentarlas
Una red dentro de la red en la que todos -desde el aficionado anónimo hasta el catedrático más laureado- opinan, informan o intoxican sin límite conocido. Una tentación golosa para bocazas de gatillo fácil, advenedizos peligrosos o manipuladores interesados…anónimos o con relevancia controlada.
El problema surge cuando el presidente de la nación más poderosa del planeta utiliza esta plataforma para sus desfogues personales, sus pataletas gubernamentales, sus ajustes de cuentas y, especialmente, cuando mediante sus surrealistas mensajes intenta adecuar sus intereses presionando a su Banco Central y distorsionando el funcionamiento de los mercados.
Cierto es que todas las administraciones estadounidenses se han caracterizado por –se intuía, se sospechaba y se comentaba sottovoce– presionar a los presidentes de la Reserva Federal, pero ninguno de ellos utilizó el altavoz público, y exponencial en efectos, que supone Twitter con el descaro kamikaze con el que se despacha el nuevo Groucho Marx que ocupa el despacho oval.
Groucho Trump , el sicofante rufián de Twitter, acecha a los inversores como un fantasma de los que habitan este mundo. Su aparición es tan imprevisible como caótico es su comportamiento y cada una de sus ocurrencias encuentran su asiento de la misma manera que cada estupidez tiene el suyo. Empecinado y convencido en que con sus afilados puñales a 280 caracteres por minuto podrá torcer la voluntad de su banquero central, vuelve a la carga cada cierto tiempo sin entender que ningún presidente de una reserva central debe plegarse o guiarse por lo que hagan los mercados y, menos aún, por los dictados de un dirigente político. Inasequible al desaliento y a un no por respuesta, jeringa al banquero y en segunda derivada dicta el tono alcista o bajista de unas Bolsas de Valores con mal de alturas y cogidas con alfileres.
Groucho Trump se ha metido de lleno en el papel de su hermano cinematográfico del pasado y, vía Twitter, protagoniza Sopa de ganso, aquella enloquecida comedia en la que los millonarios deciden quiénes gobiernan (es el personaje de Margaret Dumont quien escoge como presidente a Rufus T. Firefly); donde los gobernantes son ignorantes, holgazanes y arbitrarios (el famoso chiste de Groucho de la película: “Este informe lo entendería hasta un niño de cuatro años, traiga a un niño de cuatro años porque no entiendo nada”); donde la diplomacia se mueve por motivos poco elevados y por las dinámicas egoístas e imperialistas de los países; y donde la guerra es un negocio que contenta a todos los ignorantes (los habitantes de Freedonia reciben cantando alborotados la declaración de guerra del gobierno).
El presidente de la Fed, Jerome Powell, resiste los envites twitteros de Trump y no entra al trapo, pero sus tibias y titubeantes respuestas – aun teniendo a gala y como claro síntoma de educación no contestar a las bufonadas de Groucho – parecen apuntar una bajada de defensas que justamente suman incertidumbre a un panorama que demanda a gritos todo lo contrario. Los sobresaltos de una guerra comercial descontrolada y también guionizada y retransmitida al mundo por Groucho Trump demandan más resistencia y certezas de Powell.
Los inversores a su vez, en manada, creen a pies juntillas las amenazas, advertencias o bravuconadas del presidente y el sobresalto y el tobogán de fuertes emociones ( alcistas o bajistas) está servido. Servido y escrito por declaraciones que son matizadas cuando no desmentidas por el propio Trump en plazos temporales cada vez más reducidos.
Groucho Trump es garantía de desinformación y emociones fuertes. Por el bien de todos, no le hagan demasiado caso y acudan a fuentes de información más fiables y objetivas. No compren ni vendan a golpe de declaración twittera del personaje pues sus intereses son completamente locales y no es ni razonable ni conveniente el seguir la senda de quién insufla continuamente incerteza e inestabilidad vía redes sociales.
La información es poder pero su uso y sus intereses no son siempre virtuosos, menos aún cuando quien la despacha es un iconoclasta contradictorio que no entiende nada de nada y que es incapaz de medir o comprender las consecuencias económicas de sus twitteras salidas de tono.
Las decisiones financieras se toman entre enormes incertidumbres. Los tuits de Trump solo pueden aumentarlas. Yo les confieso que no le seguía en Twitter pero sí que iba leyendo lo que otros explicaban sobre cada ocurrencia del personaje. Ahora le sigo. Me cuesta mucho el hacerlo pues va contra la más elemental higiene mental, pero más me cuesta no contestar a cada publicación suya con una despedida del tipo: “Nos vemos en el próximo delirio, Mr. President”.
Carlos de Fuenmayor. Especialista en Finanzas
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