Las mujeres lejos, con la mirada baja, con la piel borrada, lejos donde quieren los dioses celosos, los que en sus versículos las cuentan con las camellas o con los demonios. Una delegación entre política y turística de Irán visitaba el Congreso, pero ellos querían a la mujer lejos, o lo quería el dios de cabreros que llevan ellos siempre por delante, berreando, vareando, apartando, escupiendo y enterrando. No podía haber saludos con mujeres, ni siquiera la cercanía pecaminosa de la mujer, para esos débiles hombres tan a punto de caer siempre en el pecado que tienen que hacer que se lo vayan tapando y escondiendo. Esos hombres tan píos que cualquier tentación les puede. Es lo más gracioso de estos soldados de dios y estos monjes de la política, la fragilidad y la incontinencia que muestran ante el pecado.
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