A Lluís Llach le hierven las ideas. Él se ha ido trabajando una cabeza y unos ardores de buen puchero de pueblo que rebosa de abundancia y pureza, y no puede evitarlo. Por eso lo del tupper. Antes le salían esas canciones de guitarra o de garrote para la plaza, canciones siempre como de palmetada. Ahora le salen inventos para el procés, unos inventos de Bacterio o unos inventos dadá. Ya intentó lo de la poesía dadá indepe en el mismo Tribunal Supremo, dejando cosas como “aspiro a ser ciudadano del mundo”, a pesar de que lo que está pidiendo es que España y Europa se dividan en lindes de caseríos y vacadas. Yo creo que lo que le queda al independentismo es ya sólo una cosa daliliana, absurda, artística, y que tienen que hacer, claro, los artistas. De ahí lo del tupper. Un artista ha sido el que ha inventado eso del Tsunami Democrático que ya glosamos el otro día, un artista de la destrucción como si fuera Stockhausen. Y un artista es Lluís Llach, creando ahora ready-mades para el independentismo. Como lo del tupper.
A Lluís Llach le hierven las ideas, el barro de cazuela del pueblo en la cabeza, con su sangre amorcillada ahí cociéndose. Yo creo que la idea le vino de ahí. El catalanismo o el independentismo son como la misma morcilla popular, las mismas sobras del día o del siglo anterior, la misma croqueta casera de siempre, inmutable, imperecedera, que han sacado ahora otra vez con fiesta, con gentío de tomatina y con amenaza de esa suegra que te hace comer las croquetas. Ahora, cuando esa croqueta, pasada por Bruselas y por el Tribunal Supremo, ya es una bola de arena que nadie se puede comer, le queda al artista la misión grandiosa, creadora, de convertirla en otra cosa, de hacerla comer como otra cosa o dentro de otra cosa. Entonces a Llach se le ocurrió lo del tupper indepe.
Llach va a reunir a la gente en pequeños grupos de terapia, y así saldrá un nuevo procés como si saliera una croqueta con escafandra
Antes teníamos la fiambrera metálica, con sus pestañas y sus pasadores, que era como una bomba de mano o una cantimplora de guerra. Iban los obreros o los jornaleros con su fiambrera, y la croqueta o la tortilla parecían estar en una caja fuerte, una caja fuerte de película muda o así, además. Quizá las señoras no querían mandar su comida a morir en un submarino, o las fiambreras les llenaban los estantes como de pequeños ataúdes para muslos de pollo. El caso es que un día nos llegó el tupper, que ya triunfaba en América y por ahí, y lo cambió todo. Ahora las señoras salían con las mismas croquetas de siempre pero como si las croquetas fueran en Cadillac americano, en ese plástico resbaladizo, rosa y sexy de un Cadillac. Las señoras se sentían tan americanas que hacían reuniones también americanas, como para hacer tartas o rezar por ellas, en las que se vendían, se compraban y se comentaban los tupper, los diferentes y utilísimos tupper, que ya iban a ser como toda la oferta de un spa para las croquetas.
Un tupper constituyente, ha propuesto Llach. Tal cual. O sea, que la vieja croqueta indepe reúna ahora a las familias, a los amigos, a los vecinos de conversar entre altramuces, para que vean y discutan qué rica, qué diferente, qué fresca, qué moderna, qué esperanzadora queda esa croqueta en esa psicodelia de vinilo de los nuevos tupper, y cómo se puede aprovechar como nunca antes, apilándolas, congelándolas, ordenándolas por colores o purezas, bellas y simples en sus tupper como sólidos pitagóricos. Nadie se reunía para hablar sobre fiambreras, pero la gente sí se reúne para hablar de los tupper, ante la genuina perplejidad de la croqueta, del filete empanado, de la albóndiga entomatada. Ya nadie se reúne por el procés, que morirá como un artista con hambre. Pero Llach va a reunir a la gente en pequeños grupos de terapia o de meditación o de captación, y así saldrá un nuevo procés como si saliera una croqueta con escafandra.
Seguro que Llach ya ha previsto la próxima evolución, que es la natural. Del tupper de croqueta se pasó al tuppersex, donde los juguetitos sexuales se explican como se explica la Thermomix. Yo no he estado nunca en una reunión de tuppersex, pero sí estuve en un bar de un amigo que había dejado organizar graciosa o pedagógicamente una allí, por la zona profunda de los billares. Las mujeres salían luego encendidas, sonrientes, rojas como aquellos penes rojos; salían a saltitos, ya un poco propulsadas por el juguete sexual como por una hélice o un feliz molinillo. Luego algunas, incluso, nos comentaron los modelos, el gigante bruto, el operador eficiente, el achaparrado simpático, el discreto soñador. Lo está pensando ya Llach, seguro, como artista que es. Más que la reunión de tupper, con los vecinos repensando el “proceso constituyente” como refriendo las croquetas, él ya está imaginando la reunión de tuppersex, con el personal gozando y cabalgando la república. Y a ver quién para eso.
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