El independentismo, agotados ya todos los recursos retóricos, todas las más exóticas equiparaciones con "pueblos oprimidos" del planeta tierra, todas las listas de agravios inventados y desmentidos por los hechos y hasta todas los falseamientos de la historia, se encuentra ahora ante la necesidad de mantener como sea la llama encendida de la pasión secesionista entre unas bases que llevan años oyendo promesas que jamás se cumplen, metas que nunca se alcanzan e hitos cronológicos por los que pasa la vida sin que haya habido nada relevante que conmemorar.
Así que necesitan imperiosamente que la sentencia condenatoria del Tribunal Supremo sea notificada cuanto antes porque es ya uno de los pocos hechos que puede galvanizar de nuevo a una ciudadanía cansada de esforzarse para romper amarras con su detestada España sin que hasta el momento se haya movido ni una sola piedra del edificio político construido durante siglos, también con la estimable colaboración de la población de Cataluña.
La notificación de la sentencia es, probablemente, la última oportunidad para ellos de intentar avanzar en su propósito de conseguir algo parecido a un resquicio que permitiera vislumbrar al otro lado del muro el paisaje de la independencia. Pero es una esperanza vana e inútil porque nada se va a mover dentro del Estado español ni tampoco fuera de él, en las instancias internacionales y, por supuesto, en ningún gobierno del mundo democrático.
La realidad, que ellos conocen pero no reconocen, es que han fracasado
De modo que debemos prepararnos para un movimiento callejero importante y una agitación institucional acompañada de un esfuerzo extremo por parte de los dirigentes de la Generalitat por desacreditar a España en los foros internacionales y allegar adeptos para su causa. Pero su problema es que eso ya lo han hecho, que llevan años intentándolo con un éxito perfectamente descriptible porque la realidad, que ellos conocen pero no reconocen, es que han fracasado. Y saben también que volverán a fracasar tantas veces cuantas vuelvan a intentarlo.
Ese hondo sentimiento de frustración y de fracaso, que existe en todos ellos aunque siempre lo han ocultado públicamente, es el que explica los enfrentamientos cada vez menos disimulados que se vienen produciendo entre los distintos partidos políticos y las organizaciones sociales creadas en su día para extender entre la población el sentimiento de odio al otro, al "español", imprescindible para poner en marcha el movimiento secesionista que ha crecido en una parte de Cataluña en los últimos 10 años.
Por eso, este año las celebraciones de la semana que viene van a ser las de la división, las de las exclusiones, las de los reproches mutuos, con algo de sordina, sí, pero cada vez más profundos y más amargos, las de las ausencias y las de los insultos recíprocos, una práctica que se va extendiendo a cada vez más dirigentes políticos representantes de formaciones que han dejado de comulgar en términos absolutos con la patraña de la inminencia de la declaración unilateral de independencia y el futuro de la Arcadia feliz.
La Diada se ha convertido en un esfuerzo agónico por no perder asistentes, no ya por ganarlos
Ahora la manifestación de la Diada se ha convertido en un esfuerzo agónico por no perder asistentes, no ya por ganarlos, de modo que todavía las organizaciones convocantes como la ANC, u Omnium puedan seguir aparentando que el fervor independentista se mantiene intacto. Pero es mentira. El agotamiento ante la constatación de que todos los intentos de romper España se han estrellado ante el muro de la ley y de las instituciones democráticas es el que está produciendo las evidentes divisiones entre las fuerzas secesionistas y el que producirá inexorablemente el descenso de ese fervor que se mantuvo en alza mientras el monumental engaño no se había todavía desvelado, aunque sea parcialmente, como está sucediendo ya.
Y ahora que ya les quedan pocos o ningún cartucho que explotar, ponen sus ojos en los efectos catárticos que la sentencia del Tribunal Supremo puede provocar entre sus bases. Y en eso no se equivocan pero sí lo harían si pensaran que esa sentencia va a provocar algún vuelco en la gestión política del desafío independentista en el sentido de que a partir de la segura condena -no sabemos aún a cuántos años ni por qué delitos- el sueño de la independencia estará más cerca. Porque no será así.
El debate sobre el futuro de Cataluña se tiene que hacer con voluntad de "encaje efectivo en el marco español y europeo"
A estos dirigentes, como el señor Torra, el fugado Puigdemont y todos sus adláteres les quedará lo que siempre han tenido al alcance de la mano: la posibilidad de reconducir la situación, dejando el objetivo de la independencia en el mismo lugar en que lo ha depositado el siempre más inteligente PNV: en una vitrina ante la que se inclina la cabeza todos los días pero ante la que a continuación se pasa de largo, A partir de ahí se podrán retomar las conversaciones naturales entre las distintas administraciones públicas para la mejora de lo que sea necesario.
Si ya lo ha dicho hasta Jordi Pujol, el gran depredador de las arcas públicas catalanas y el instigador desde hace décadas de toda esta locura por la independencia pero también el político con más capacidad para interpretar el sentido de los hechos: el debate sobre el futuro de Cataluña se tiene que hacer con voluntad de "encaje efectivo en el marco español y europeo".
Por muchas Diadas que se convoquen, por muchas manifestaciones que se sigan celebrando bajo lemas como el de este año,"Objetivo Independencia", el final de ese tortuoso camino emprendido hace ya demasiados años en busca de un espejismo que sólo los ciegos creyeron vislumbrar, es el más real, más concreto y más beneficioso que Pujol ha terminado por formular con crudeza: España es su destino, como históricamente lo ha sido y como siempre lo será.
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