11 de septiembre y sesión de control en el Congreso. Si esta coincidencia se hubiera producido el año pasado, el anterior, o cualquier otro a partir de que Artur Mas decidiera de forma irresponsable sumarse al independentismo rupturista por interés propio, Cataluña hubiera centrado, sin ninguna duda, el debate de sus señorías.
Pero ayer Cataluña apenas sí sobrevoló el hemiciclo, y si lo hizo fue como excusa para avalar el argumentario de los que creen un riesgo para la estabilidad que España tenga un gobierno provisional cuando se produzca la sentencia del Tribunal Supremo sobre los jefes del procés.
Hasta en las tertulias radiofónicas o televisivas la Diada no fue ayer más que un tema de segundo orden. El interés político lo centraba el encontronazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso, en la constatación en directo del fracaso de una negociación que no tuvo nunca posibilidades de dar fruto porque el presidente sólo vive desde hace tiempo pensando en el 10-N. La vida política gira en torno a los nuevos comicios del mes de noviembre y la atención ciudadana y televisiva está en el juicio por el asesinato del niño Gabriel.
La Diada se ha ido de foco y daba hasta un poco de apuro ver las grandes avenidas de Barcelona medio vacías mientras que los manifestantes se desgañitaban para llenar con sus voces los huecos de la gente que ya ha desistido de acudir a una cita que ha perdido el climax que alcanzó cuando parecía que Cataluña se iba a separar de España como si fuera un crucero zarpando tranquilamente del puerto de Barcelona.
Los partidos independentistas son los responsables de ese desinflamiento generalizado. ERC quiere cobrarse ya su ventaja en las encuestas y sacarse la espina del resultado soprendente del PDeCat en las elecciones autonómicas de 2017. Junqueras quiere la revancha frente a Puigdemont, la cárcel parece que tiene más rédito electoral que la huida y el autoexilio. Con ese ambiente de guerra intestina no es extraño que la líder de la ANC, Elisenda Paluzie, les pidiera a los líderes políticos que no encabezaran la marcha, de la que previamente ya se habían descolgado el PP, Ciudadanos, el PSC y ¡hasta los Comunes de Ada Colau!
Los que temen que Cataluña se convierta en un polvorín si la sentencia del Supremo es condenatoria pueden dormir tranquilos. Barcelona no será Hong Kong, como profetizó Torra
Barcelona no podía ser una fiesta porque la independencia se ve cada día más lejana y sólo la solidaridad con los políticos presos le dio algo de vidilla a un acto que, si no llegar a ser por eso, podía haber pasado a la historia como el mayor fracaso del nacionalismo desde que Pujol fundara Convergencia.
Menciono al ex Molt Honorable porque, a pesar de la corrupción, para muchos catalanes sigue siendo una especie de referente, de guía. Desde su blog, Pujol ha llamado a al nacionalismo a un proyecto "encardinado con España y Europa", es decir alejado del modelo rupturista que defiende Puigdemont desde su refugio de Waterloo.
El gran error del independentismo fue poner la maquinaria de la Generalitat y, por tanto, su liderazgo político, en manos de un aventado que creyó que el Estado no le iba a aguantar el pulso de su declaración unilateral. Y lo peor es que en el otoño de 2017 en Cataluña había un buen número de empresarios, profesionales e intelectuales que se creían el cuento de que Rajoy se rendiría ante la convocatoria del 1-0 y de que, inmediatamente después, se produciría una cascada de declaraciones oficiales de reconocimiento de países europeos a la flamante República.
La Generalitat gastó millones de euros en embajadas, estudios, encuentros internacionales, empresas de imagen, historiadores de medio pelo y gurús de toda laya para convencer a los catalanes de que la independencia no sólo era posible, sino que era la solución a todos sus problemas: el paro, las deficiencias en el sistema de salud, la educación, etc. En cuanto España dejara "de robar" a Cataluña, todo iría sobre ruedas
El pinchazo de la Diada de ayer será difícil de digerir para unos dirigentes que han vivido fuera de la realidad durante tanto tiempo. Habrá explicaciones para todos los gustos. Pero los número son testarudos. Ayer se concentraron en Barcelona casi la mitad de los que lo hicieron el año pasado y ¡tres veces menos que en 2014! (siempre según los datos de la Policía Municipal).
Los que temen que Cataluña se convierta en un polvorín si la sentencia del Supremo es condenatoria para los líderes del procés pueden dormir tranquilos. El Hong Kong que anunció Torra en Madrid la semana pasada quedará reducido a una sucesión de gamberradas a las que ya nos tienen acostumbrados los chicos de los CDR, donde Torra tiene a parte de su familia incrustada.
El número de independentistas disminuye en Cataluña a medida que la realidad se va imponiendo a la ficción. Es verdad que aún quedan muchos que quieren irse, pero, por suerte para Cataluña y para España, cada vez son menos y cada vez se les hace menos caso: aquí y en el extranjero.
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