Rosa Díez, con su pelo de mecha, con su nerviosidad y su figurilla como de escoba encantada, estaba en un lugar de resistencia. La nueva política nació en dos lugares de resistencia, lugares en los que la vieja política había creado aberraciones o las había dejado crear: una democracia contrahecha, con una gente con gafas de culo de porrón de la raza, incluso con sangre dentro, relativizando y pervirtiendo los derechos ciudadanos mientras exaltaban los derechos naturales de los tocones mágicos de sus abuelos cavernícolas. Todo, ante la vista gorda de los señoritos de Madrid, de los grandes partidos turnistas. Esos lugares de resistencia eran, claro, Cataluña y Euskadi. De ahí salieron Ciudadanos y UPyD. Aunque Cs era hasta hace poco sólo una cosa local, zumbona y algo cervantina, como el tapicero de la furgoneta.
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