Tenía 16 años cuando recibí mi primera carta. Había convencido a mi novio del colegio para que durante el verano me escribiera a diario. Él, bueno y enamorado, lo hizo todos los días. Yo, adolescente y eufórica, le dejé dos semanas más tarde por un chico más alto, más mayor y con moto.
Guardo todas aquellas cartas. También las que me llegaron con retardo una vez roto todo. Incluso la última. Un único folio con dos palabras en grande ocupando toda la página: TE ODIO.
Me vuelve esta historia al leer la correspondencia de Franz Kafka con Felice Bauer, que ahora se reedita gracias a Nórdica Libros. No por lo literario, aunque un Te odio tiene más fuerza que veinte páginas, sino por lo íntimo. No hay nada más invasivo que entrar en la correspondencia de alguien. Que indagar en la intimidad de aquel que se sienta en su mesa a escribir con un receptor al que imagina pero no ve. Al que quizás le llegue tu carta en un estado emocional complemente distinto al tuyo.
Aquí se ve cómo aquella relación de cinco años largos, de buzón a buzón, fue vivida por Franz y Felice de dos maneras distintas. Cómo la mujer a la que le llegaban aquellas cartas las leía con esperanza mientras que Kafka las escribía con la pasión de quien siente hoy una cosa y mañana la distinta.
Fue una relación extraña. Como lo son todas aquellas en las que la valentía se pierde en el cara a cara
Fueron amantes sobre el papel. Incluso se comprometieron varias veces. Siempre él suplicando un 'No' ante su pregunta de una vida juntos. "Tú perderías tu vida tal como la has llevado hasta el momento, vida con la que te sientes satisfecha casi por completo y ganarías un hombre enfermo, débil, insociable, taciturno, triste, rígido, casi desprovisto de toda esperanza", le escribió. Y no fue la primera vez que le pedía matrimonio. Siempre se arrepintió, seguramente, antes de que esa carta llegase a su destino.
Fue una relación extraña. Como lo son todas aquellas en las que la valentía se pierde en el cara a cara. No hay duda de que Kafka quiso a Bauer de forma desmesurada. Tampoco de que la vigencia de sus palabras era menor que el tiempo que tardaba el sobre en llegar a casa de su prometida.
Bauer recibía aquellas cartas como mi novio del colegio escribía las suyas, sin saber que la otra persona ya había cambiado de opinión. Imaginándose que aquellas palabras tenían la vigencia del hoy y no la del ayer.
Todo se rompió en 1917. La paciencia de Bauer y la insistencia de Kafka. La última carta es de él: "Mi barca es muy frágil", dijo. Ella tuvo la elegancia de no dejar rastro de su rabia.
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