Ya en la misma puerta del Hemiciclo, cuando el Congreso parece la entrada de la ópera, llena de abrigos, cocheros, prisas y pereza, me acerqué a Cayetana. Era el primer día de la fallida investidura, el del discurso de Sánchez, que nos iba a representar aquella cosa entre Otelo, Don Juan y Don Mendo que había preparado Iván Redondo para esta España nuestra de platea, gallera y velatorio. A Cayetana, en el umbral, con su cara medio girada como una moneda de Jano, le dije que la veía desarmada, sin brillo, desangelada, olvidada o desaprovechada, o algo que quería expresar esto. Creo que escribí que parecía Brunilda repudiada por Wotan. Una valquiria bajada del caballo, sin lanza ni escudo, aún altiva pero mortal, como una tabernera vikinga.
No se sentía ella así, me aseguró. Y cuando le pregunté si se arrepentía de haber vuelto a la política, ella me contestó que cuando no se sintiera a gusto, volvería a dejarlo y ya está. Poco después, Casado, como un Wotan más osado, menos calzonazos y no sé si igual de tuerto, la hacía portavoz en el Congreso. Cayetana volvía a cabalgar, yendo de la guerra al Valhala, cargando héroes, pisoteando gallinas y haciendo gritar a Carmen Calvo como una soprano wagneriana descornada. A Casado, al que yo veo poco wagneriano, la valkiria restablecida le va a dar muchos dolores de cabeza, estoy seguro. Haber elegido a Marta Sánchez, ya te digo.
Cayetana volvía a cabalgar, haciendo gritar a Carmen Calvo como una soprano wagneriana descornada
Cayetana no es de este mundo. Me refiero a este mundo que es nuestra política, con decorado de ópera mitológica pero diálogos de cristobita. Un espectáculo para almas simples, lo mismo progres sensibles y crueles como damas victorianas que rancios con cabeza dura y antigua de pierna de lata de picador. “El público del teatro son unas señoras”, le decía Fernán Gómez a Umbral. Quería decir que ahí estaba toda la gloria del autor, de su arte, al final una gloria como de peluquería. Al político le pasa más o menos lo mismo, su gloria es de barbería, su público es de barbería y su discurso es de barbería. Así, salen líderes que sólo son barberos de Sevilla o barberillos de Lavapiés. Y una claque acorde. Cayetana es como meter a una arpista en una barbería futbolera, propia o ajena, del PSOE o del PP.
Cayetana contra las almas simples, contra el rubor, contra los escandalizados, contra la pereza de la inteligencia y de la moral. Y es así porque ella no viene del corral de comedias, del éxito medido por la cantidad de mierda de caballo que queda, sea vodevil u operone. Viene de la honestidad intelectual, más o menos acertada o discutible o tremebunda, pero propia, asumida, irrenunciable. Si uno piensa que la vigencia de fueros medievales no sólo es anacrónica, sino que atenta contra el principio superior de la igualdad entre ciudadanos, pues lo dice.
Cayetana lo hizo, espantando a los del PP vasco, que quizá no han asumido los postulados y objetivos del nacionalismo, pero sí su episteme. Sí, igual que Michel Onfray se queja de que la episteme judeocristiana impregna sin saberlo hasta al más rabioso de los ateos occidentales. O igual que el PSC, recuerden siempre. A la barbería del PP, o al PP que vive de la barbería, en el País Vasco o donde sea, se le pusieron los pelos de punta. Y al mismo Casado, que no es un intelectual, sino otro barbero con héroes taurinos o pelotaris.
Álvarez de Toledo viene de la honestidad intelectual, más o menos acertada, pero propia, asumida e irrenunciable
Lo que dijo Cayetana no sólo era perfectamente defendible, sino una obviedad. Pero en la política, cosas como la razón o la ciencia son cuestiones estadísticas. Mezquinamente estadísticas. Contraatacaron con la valentía ante ETA, como si eso tuviera algo que ver. En la barbería aplaudían, claro. Se llama falacia del hombre de paja, aunque los parroquianos no lo sepan, y suele entusiasmar bastante a los simples.
Yo no sé por qué Casado la eligió, pero si no quería estas cosas debería haber optado por un canario de barbería. Cayetana es brillante hasta hacerse odiosa. Es tan brillante y tan dura que sus adversarios ni siquiera se dan cuenta de que los ha dejado K.O. Pero el votante de barbería tampoco, claro. Cayetana es todo lo contrario al político, a nuestro político, el que vuelca los discursos como colchones, en plan Sánchez, o el que asume la relatividad de la verdad según la circunstancia y el cortijo, como todos.
El presidente del PP, Pablo Casado, venía con dos objetivos. El líder del PP vasco, también. Uno en clave interna […]Cayetana es de otro mundo, y desde aquel día en el Congreso, medio girada, medio llegando o medio yéndose, como una amante literaria, discreta y ambigua que ya huye con los ojos, yo sigo viéndola bajo el dintel, entre ese Hemiciclo como una ópera para comerciantes cicateros y herniados, y otra vida donde hay ciencia, coherencia, sustancia e incluso paz.
Entonces, cuando parecía arrinconada, desaprovechada y lánguida como el arpa becqueriana, yo pensé que era una pena para la política, una pena casi poética. Ahora sube a la tribuna como al caballo wagneriano, pero quizá ella, dentro o fuera del Hemiciclo, siempre estará un poco así, entre una política que no la entiende y una distancia con la política que la desaprovecha.
Al menos, hasta que la política y el electorado acepten arpas becquerianas o pitagóricas o también wagnerianas, como tubas wagnerianas. Quizá Cayetana será de otro mundo, inevitablemente, siempre, a un lado o a otro del umbral, como la vi aquel día, como entre columnas, igual que una alegoría ateneísta o astronómica.