No es que los medios de comunicación nos hayamos puesto de acuerdo para poner en nuestro punto de mira el extraño e inexplicable caso de Ciudadanos, un partido que se está especializando en tirar por la borda los éxitos alcanzados y en interpretar erróneamente los resultados obtenidos en las distintas elecciones.

Es que sus votantes parecen opinar lo mismo y están por eso desconcertados y dudosos. De hecho son lo que de manera más evidente y mayoritaria manifiestan que no saben si van a volver a votar al partido de Albert Rivera ni, en caso contrario, a quién van a votar.

Y no es sorprendente porque la verdad es que es muy difícil saber hacia dónde se dirige el líder de Ciudadanos y cuál ha sido su cálculo al negarse incluso a acudir a hablar con el presidente del Gobierno en funciones, lo cual no sólo es un problema evidente de falta de cortesía, sino uno mucho más grave y más trascendente de miopía política.

Una vez que hubo pactado con Pedro Sánchez, en 2016 nada menos, que 160 puntos de un acuerdo que nos fue presentado como la base para una nueva era de modernidad y estabilidad para España, Rivera no puede venir ahora tratando al presidente como un peligroso apestado por su radicalidad.

Sobre todo porque el líder naranja ha intentado, pero sólo en parte conseguido, que se cumplan sus proféticos anuncios de que Sánchez tenía ya cerrado un pacto con los independentistas y con los ultraizquierdistas.

Ciudadanos ha jugado mal sus cartas post electorales y ha porfiado en interpretar mal el mensaje que le mandaban sus votantes.

El supuesto pacto con Podemos ya hemos visto en qué ha quedado y por lo que se refiere a lo sucedido en Navarra -lo más grave que ha producido en términos de acuerdos de gobierno-, que no le quepa a nadie la menor duda de que, si Albert Rivera hubiera acudido en su día a La Moncloa y hubiera estado dispuesto a celebrar una conversación abierta a futuros acuerdos con el ganador de las elecciones generales, no sólo no estaríamos ahora en la situación en la que que nos encontramos hoy, sino que María Chivite no habría tenido la oportunidad de cerrar ese pacto de gobierno que incluye cesiones bajo cuerda a los proetarras.

De modo que el líder naranja no sólo ha equivocado sus pronósticos, sino que es en parte responsable de que algunos de los que se han cumplido lo hayan hecho así.

Ciudadanos ha jugado mal sus cartas post electorales y ha porfiado en interpretar mal el mensaje que le mandaban sus votantes.

Se habría podido conformar un gobierno de centro izquierda que habría satisfecho al amplio sector moderado del PSOE y al mucho más amplio sector centrista de Ciudadanos

Quienes apoyaron la candidatura de Cs en las elecciones catalanas, por ejemplo, esperaban que este partido no sólo fuera la voz de la constitucionalistas en el Parlament, que eso lo hizo brillantemente Inés Arrimadas, sino que pusiera en valor por tierra mar y aire una victoria electoral que fue histórica y que, por la pasividad de Rivera, se ha quedado en nada. O en casi nada.

Del mismo modo, cuando más de cuatro millones de españoles le dieron su apoyo en las elecciones generales de abril no fue para que se empeñara en desplazar al PP de su puesto de primer partido de la oposición sino para que sus votos resultaran en algo útil. Y no habría habido mayor utilidad que intentar un pacto de gobierno con el PSOE -esta vez Sánchez no se habría negado una coalición- sobre la base de aquellos famosos puntos del Pacto del Abrazo.

De esa manera, sumando como todavía suman ambos partidos, una muy holgada mayoría absoluta, se habría podido conformar un gobierno de centro izquierda que habría satisfecho al amplio sector moderado del PSOE y al mucho más amplio sector centrista de Ciudadanos.

Y en estos momentos Albert Rivera podría estar ocupando una vicepresidencia de gobierno y tener a unos cuantos de los suyos en el Consejo de Ministros. Y no como ahora, cuando los sondeos le auguran una evidente pérdida de escaños, no tantos como para fulminar la existencia misma de ese partido pero sí los suficientes como para poner en cuestión el papel y la utilidad de esta formación en la vida política española. Hablo siempre a nivel nacional, porque otra cosa son los pactos en las autonomías.

El caso es que la estrategia decidida e impuesta por Rivera a un altísimo coste de dirigentes y de pérdida de un mensaje identificable por parte de sus votantes parece estar llevando a Ciudadanos a perder peso político a partir del 10 de noviembre si finalmente se celebran, como parece, unas nuevas elecciones generales.

Le quedaría todavía a Rivera la esperanza de no perder tantos escaños como para hacer inviable la opción que ha desperdiciado tras las elecciones de abril. Si así fuera, lo que le es exigible es que se apee de su empecinado error y se adentre por el camino de la sensatez, cosa que le proporcionaría, a él y a su partido, notables réditos políticos

En caso contrario, Rivera va a tener un problema. Son muchos y muy notables los que han abandonado el partido y muchos más los que, habiéndole votado, no comprenden ni aprueban lo que está haciendo.

Hay ya voces que afilan los cuchillos, dispuestas a pedirle responsabilidades -es decir, la dimisión- en caso de fracaso electoral.

Si eso se tradujera en una pérdida relevante de escaños y, por lo tanto, en la consiguiente pérdida de su posición en el tablero político nacional y en su posible influencia en el futuro gobierno de España, le van a pasar la factura. Y se la van a pasar a él personalmente.

Hay ya voces que afilan los cuchillos, dispuestas a pedirle responsabilidades -es decir, la dimisión- en caso de fracaso electoral. Y él a a tener muy difícil explicar por qué razones ha perdido los 57 escaños que, utilizados con cabeza y con sentido de Estado, hubieran evitado pactos indeseables del PSOE con fuerzas no constitucionalistas y, desde luego, estas nuevas elecciones.

Porque se pudieron evitar pero Albert Rivera ni siquiera lo intentó. Y por eso es posible que vaya a pagar un alto precio.