Albert Rivera se quejaba el otro día en El Confidencial de que el establishment bipartidista, esa cosa oscura que vigila España isabelonamente, compuesta como por banqueros antiguos, la Telefónica antigua y otros señores antiguos de terno gris y gafas de Calvo Sotelo; las fuerzas vivas, en fin, querían a Cs sólo como bisagra. Un día después, él mismo se ha ofrecido de bisagra, de gozne, de perno, de junta de culata y de veleta de gallo sin aceitar. Rivera suena a polea de pozo, a aguador de Sánchez, pero lo que ocurre es que ha visto su soga en las elecciones. La encuesta que publicaba El Independiente, ese dato de que menos de la mitad de los votantes de Cs volverían a apoyarlo, es algo que desinfla a cualquiera.
Uno puede estar luchando por mandar en el centro derecha, esa lucha como de mozos de cucaña que tienen él y Casado; uno puede soñar con gobernar desde el liberalismo squash que él parece representar, uno puede incluso aspirar no a vencer al bipartidismo, sino a entrar en el bipartidismo, en ese salón de señores con reloj de cuco y gafas de vaso de coñá, echando de allí al PP. Pero si uno ve que las elecciones pueden dejarte por detrás de ese Podemos que aún se hace rastas con la barba de broza de Marx y resiste deserciones, sabotajes, cismas y reformas más piscineras que ideológicas; si ve todo esto, uno considera muchas cosas. Considera incluso lo que hizo este lunes.
Sánchez es el problema, Sánchez tiene unos socios o unos compañeros de ruló y de petardos muy evidentes, con Sánchez no se pueden entender, Sánchez los llama fachas, Sánchez nos lleva a elecciones como a su Cadillac de picadero, Sánchez puede pagarlo caro… Por otro lado, Cs siempre ha ido creciendo, quiere ganar, no hay que mirar las encuestas sino los votos… Todo eso venía a decir Rivera en la entrevista, y es lo que lleva diciendo mucho tiempo. Lo lleva diciendo, sobre todo, desde que Sánchez le ganó, no en las urnas, sino antes. Lo llevaba diciendo hasta ayer.
Ahora, Rivera se ha ofrecido a Sánchez con el labio temblando para no acabar en el gallinero del Hemiciclo
Rivera no sólo era un líder más, era el delfín de la nueva política, de un reformismo sin mal vino, con tipín y limoncello; del constitucionalismo sin rancios de botafumeiro, de la regeneración nacional como si se regenerara la calva española, eterna como la Meseta, de José Luis López Vázquez. Su ejemplo en Cataluña terminó de elevar a Cs por encima de Rajoy, ese hombre que tenía un escritorio jorobado y se pintaba las barbas con plumín, con un partido que ya era sospechoso por todo, como el mayordomo. Rivera, con el oleaje y las encuestas, ya se veía presidente con maillot naranja. Y fue cuando Sánchez consiguió armar la moción de censura, un Gobierno de casting y una estrategia basada en la imagen y el pecholatismo presidencial que conquistó al españolito. Sánchez se lo arrebató todo a Rivera. Luego, arrebató más cosas por ahí, a la dignidad, a la verdad y a la vergüenza. Sí, es para decirle no a todo, como se le dice no al ricino. Por eso lo de Rivera, ayer, es aún más revelador.
Que Rivera haya terminado ofreciéndosele a Sánchez es una humillación mayor que la de Iglesias, que ha vendido lo suyo como un rechazo a la manzana de la bruja, lo que ha sido siempre la socialdemocracia para la izquierda zelota. Lo de Rivera es una gran humillación porque ha ocurrido contra un archienemigo y además con la velocidad del miedo. No es que a Rivera, en un día, lo haya iluminado la razón de Estado. Es que lo ha estremecido el miedo. Sánchez lo quitó de guapo y de guay. Ahora, Rivera se le ha ofrecido con el labio temblando para no acabar en el gallinero del Hemiciclo.
El proyecto de Rivera no sólo se ha ido a la derecha, sino a la convencionalidad. Ser otro PP sin confesor enaguado no es suficiente. Sánchez es un desastre, pero se le está dando la oportunidad de disimular ese desastre con victimismo y paseos en carroza. Quizá en un Gobierno con Rivera de vicepresidente, Sánchez no hubiera resultado tan heroicamente presidencial incluso atándose los tenis, que es lo que le ha parecido al país. Quizá entonces hubiera parecido sólo un surfista de la política que tiene a otra gente seria al lado que gobierna mientras él chupa su Frigopié, como ya dijimos. Quizá sí. O quizá no, y a la antipolítica, o sea a Sánchez, no se le puede dar un respiro porque nada sería peor que él gobernando. Ni siquiera la inestabilidad que preocupa a esos señores de escritorio tanque, con grueso contrachapado de tortuga y poder, esos señores del bipartidismo, del dinero y del orden. A Rivera lo ha vencido el miedo. Total, para nada, porque sabíamos que Sánchez no iba a aceptar. La esperanza de Rivera es que su carita blanca de miedo y té calentito pueda venderla como responsabilidad y sacrificio. Yo hubiera hecho cosas antes, o no las hubiera hecho nunca. No como Rivera. No el último día. No con mocos en la nariz, no con el retortijón en los ojos.
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