Estamos viviendo un tiempo apocalíptico dominado por apóstoles del catastrofismo que dominan los medios de comunicación, la política y las redes sociales con argumentos milenaristas que directa o indirectamente tratan de poner en cuestión los logros del sistema capitalista y la democracia liberal.

Si en el pasado los enemigos de nuestras instituciones lo hacían de la mano de una alternativa paradigmática, el comunismo, o de reformas desde dentro del sistema, ahora han cambiado de estrategia: los primeros -ante el muy visible desastre comunista- se dedican simplemente a horadar las instituciones desprestigiándolas con los mas peregrinos, mentirosos y ridículos argumentos, y los segundos acelerando irresponsablemente –junto a sus compañeros de viaje– hacia un destino fatal el  crecimiento del Estado, tanto en el ámbito fiscal como en el regulatorio.

A diferencia del pasado histórico, los progresistas están acompañados ahora por los populistas de derechas y los nacionalistas y todos juntos no paran de buscar problemas –algunos ciertos, otros inventados- que puedan ser sentimentalmente compartidos con ciertas capas de la población, para exagerarlos y resolverlos con pócimas, que de aplicarse los empeorarían.

El listado de temas populistas es tan variado como largo y no deja de crecer: la desigualdad, el cambio climático, el feminismo y LGTismo radicales, el ecologismo, el cambio climático, el secesionismo, la inmigración, la globalización, la democracia directa, etc.

Los progresistas están acompañados ahora por los populistas de derechas y los nacionalistas y todos buscan problemas que puedan ser sentimentalmente compartidos con ciertas capas de la población

El común denominador de la política populista es el cuestionamiento del libre mercado capitalista y los principios fundamentales de la democracia liberal, justamente los pilares de la civilización occidental inseparables compañeros de viaje del enorme progreso económico y social del mundo hasta ahora.

Aunque saltan a la vista los múltiples logros del sistema capitalista junto con la democracia liberal, toda una miríada de ensayos* realizados por eminentes autores han venido a corroborar empíricamente aquello que Karl Popper anticipara ya en 1956: vivimos el mejor mundo que haya existido nunca. Y desde entonces el progreso económico y social –con la caída del comunismo por en medio-  ha mejorado aún mucho más. Por cierto, salvo los muy parciales y controvertidos análisis de la desigualdad en los países ricos -un diez por cierto de todos los del mundo– de Piketty y Stigliz, nadie se ha atrevido a cuestionar hasta ahora los apabullantes datos de los libros citados a pie de página.

Cuando tras la caída del muro de Berlín Francis Fukuyama anunció su Fin de la historia(1992), en un ensayo tan certero como maliciosamente interpretado por los progresistas, estaba expresando una suerte de evidencia empírica a la vez que filosófica: dado el absoluto fracaso del comunismo y otros modelos paradigmáticos ajenos a la libertad y la ley para generar progreso económico y social, el único modelo fiable era el libre mercado capitalista junto con el sistema democrático liberal. Desde entonces su tesis se ha venido cumpliendo exhaustivamente en el ámbito económico, mientras que en el político la democracia liberal sigue mostrándose como el mejor compañero de viaje político del libre mercado.

Los enemigos contemporáneos del Fin de la historia, no atreviéndose a cuestionar abiertamente  el libre mercado ni la democracia liberal, tratan ahora de “arreglarlos” a su gusto y manera para desvirtuarlos. El libre mercado lo consideran imperfecto –para sus gustos progresistas- y tratan de arreglarlo con todo tipo de intromisiones y regulaciones que lo único que consiguen es entorpecer la creación de riqueza. La democracia liberal tratan de subvertirla de las mas diversas maneras: suspendiendo su consustancial  división de poderes y abusando del poder político para aumentar el poder del Gobierno en menoscabo  de la libertad ciudadana.

Estamos viendo como todos los “enjuagues” políticos operan en la misma dirección: poner obstáculos  al crecimiento económico y acrecentar la politización de unas administraciones públicas mastodónticas

Estos días estamos viendo como todos los “enjuagues” políticos en España operan en la misma dirección: poner todo tipo de obstáculos  al crecimiento económico y acrecentar la politización –apesebramiento– de unas administraciones públicas mastodónticas de imposible financiación.

Después de todo lo dicho llama la atención la despreocupación y condescendencia de la mayor parte de la sociedad civil española que frente a los serios peligros que acechan a nuestras instituciones, mira para otro lado como si no fuera con ella.

En las últimas décadas es bien sabido que los países -el más brillante y reciente ejemplo es Australia y uno más próximo Portugal- cuyos votantes  ponen mas atención en la economía que en la política les va mucho mejor; por lo contrario, cuando la democracia deviene populista y la economía se somete a aquella, sucede la crisis de los pasados años noventa de Suecia y las sempiternas de países como Grecia, Argentina -saludada estos días con admiración por los diputados populistas de nuestro parlamento–, Venezuela, etc.

La sociedad abierta popperiana, siendo imperfecta y mejorable, necesita ser lealmente defendida de sus enemigos –título de este artículo copiado del magistral ensayo de Karl Popper de 1945– por una sociedad civil que reconocedora y satisfecha de sus logros, puede y debe seguir libremente avanzando mediante el sabio método de la prueba y el error que nos ha traído hasta aquí.

Jesús Banegas es presidente del Foro Sociedad Civil

*Obras escogidas:

THE EVOLUTION OF PROGRESS C. Owen Paepke, 1993

THE STATE OF HUMANITY Julian L. Simon, 1995

THE RATIONAL OPTIMIST Matt Ridley, 2010

THE GREAT SCAPE Angus Deaton, 2013

MASS FLOURISHING Edmund Phelps, 2013

PROGRESS Johan Norberg, 2016

ENLIGTMENT NOW Steven Pinker, 2018

FACTULLNESS Hans Rosling, 2018