Va resultar que esto lo tenía que haber arreglado el Rey, desde su mecedora de piedra, desde su ajedrez de la Plaza de Oriente, desde su dormitorio entre triglifos, desde sus tapices con apoteosis helénicas, esos tapices deshilachados y descoloridos como la banderita de una taquilla de los toros. Los políticos no se han puesto de acuerdo, o más bien Sánchez no ha querido ponerse de acuerdo con nadie, pero parecía que la esperanza, la prisa, la calma, el último reloj de la investidura, como un reloj de Alicia o de Phileas Fogg, era ese reloj de bolsillo del Rey, de la monarquía, al que todos le preguntan la hora porque da siempre la hora exacta del campanario, de España, de Dios y de la cocinera.
Hacer protagonista al Rey. Después de las peleas canallas y de los amores y cuernos tangueros de los líderes de los partidos, quedaba el Rey como si fuera Mufasa, una aparición con oro de nimbo en la cara. Hasta Pablo Iglesias le pidió algo, intercesión, iluminación, la guía y el sentido común de los reyes de Disney. Iglesias, más iconoclasta que republicano, antimonárquico por asco a sagradas sementeras y a yeguadas humanas, de los que piden guillotinas más o menos simbólicas o librescas o puede que con todo el cuajarón; Iglesias, decía, llegó a pedir al Rey que convenciera a Sánchez para su coalición. También transmitió este martes que el Rey quiere más premura en las negociaciones. O sea, Iglesias quiere o celebra que el Rey deje de ser sello o cajita de música y ejerza su poder de fusta. Pedir esto debe de ser el colmo de un republicano. Pero ya estamos colmando los colmos. Hay tanto acojone, tanto vértigo, que hasta los incrédulos empezaron a tirar de estampita y de relicario con pestaña.
La agencia Efe también tenía que meter al Rey como culpable o salvador o foco, y anunció que el Jefe del Estado, con su magnánima paciencia, iba a “aplazar su decisión”, dilatando sus tiempos, su cadencia de ayuda de cámara que coloca gemelos como engarzando las constelaciones. Imaginen que, después de todo lo que hemos pasado, resulta que nuestro destino no dependía de la decisión de Sánchez, sino de la del Rey, como un árbitro en un penalti. Zarzuela se molestó, claro. La monarquía, sus funcionarios que son como sus relojeros (la monarquía es barroca, pero funciona siempre igual, con gran simpleza de pocos muelles, como un reloj apalomado de querubines); la monarquía, pues, sabe que un rey no puede quedar como alguien que decide el destino del país en un paseo entre alabarderos y mastines. Básicamente, porque no es así. Pero ahí estaba hasta La Sexta, con eso del Rey reconcentrando su paciencia y la magia de sus antepasados en un atizador, antes de decidirse. La Sexta invocando el poder del chamán era como si Ferreras rezara el Rosario del papa Francisco, ése con su voz como de muñeca de Famosa.
El Rey sólo ha hecho lo que le han dicho los políticos que puede hacerse, no podía venir a nombrar gente con un espadón de parador
Todos pendientes del Rey, cuando ya sabíamos que Sánchez se iba a Nueva York precisamente el fin de semana en que todos los despertadores sonarían sobre bombas. A Nueva York, no sé si como aquella vez, a hacerse otra formación en cuña de Men in black por Times Square. Pero aquí estábamos a ver qué hacía el Rey, un señor funcionario que tenemos ahí condenado a un trabajo de dormirse en los ballets y hacer discursos para guardiamarinas y turroneros y chinos. Pero el Rey sólo ha hecho lo que le han dicho los políticos que puede hacerse, no podía venir a nombrar gente con un espadón de parador. Aun así, cuánto juego da el Rey. Lo mismo para descargar la culpa en esa burocracia celeste de los palacios que para coleguear con él. Sánchez lo ha intentado desde el principio, coleguear con el Rey, por ser otro Felipe González, quizá, que puede que sea su obsesión. Hasta Iglesias coleguea con el Rey. Habla con él de series y baloncesto, para después, supongo, hincar la rodilla y suplicarle ayuda o un condado en Galapagar. Antes, lo que se contaba es que habías meado al lado de Don Juan Carlos y que él te decía “picha española no mea sola”.
El Rey no está ahí para la escopeta nacional de Sánchez. Ni su reloj ni sus alfombras son mágicos, sólo son los tiempos y la molicie de los propios políticos, que él tiene la obligación de aguantar como los atlantes de verdina de sus tapices. El Rey no puede curar España ni pegar a Sánchez con Iglesias con las grapas de sus condecoraciones. Ha pasado lo que tenía que pasar, o sea lo que tenía decidido Sánchez en la bañera, no el Rey en su camarín. Pero vaya trabajo el del Rey. Aguantar sopranos y premios Nadal, empresarios cárnicos y estudiantinas alcalaínas, embajadores muertos e ingenieros de obra civil. Y los políticos. Nuestros políticos. Sobre todo, nuestros políticos.
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