Ortega Smith no se da cuenta de que es un hippie. Él ahí, como una percha de batín, como un marquesito duelista, como el mayordomo jefe de las teteras, y no sabe que es un hippie. Un antisistema de sobaco verde y anidado de abejas; de pies de yeti, agalapagados, trufados de escarabajos; de flecos de trampero de sus mondas, de pelo de espiga y pañuelo enraizado como una tomatera. Debería haber estado vestido así, encarándose con Almeida. Porque todo tiene una etiqueta, y para decir ciertas cosas, vestir de hippie es tan importante como vestir de cura.
Un hippie habría hecho lo que Ortega Smith y sus compañeros de tipi. Agitar su pancarta verde yerba o verde loro y protestar porque allí sólo se tenía en cuenta una pequeña parte del dolor del mundo, el dolor cercano, tribal, de su pueblo o su clase, cuando hay tanto dolor repartido y cuarteado por la Madre Tierra. Cuando sufren yemeníes y sufren los glaciares y sufren les gallines. Cuando sufre el planeta, quejándose como un oso, y sufre la capa de ozono tuerta de un perdigonazo. Cuando se hunden palafitos y no sólo se inunda una frutería por Levante. Cuando las moscas maceran las gachas mientras aquí se piensa en ir a Marte para poner un mueble bar de estrellas. Cómo no va a protestar el hippie. El hippie se para y hace su sentada o su pipa por la Justicia, así con todo su tamaño, con todos sus innumerables seres, una justicia tan indiscriminada y amplia que hace imposible solventar nada concreto, porque cuando todo se ve igual, es imposible medir los problemas, sus urgencias y sus soluciones.
Él ahí, como una percha de batín, como un marquesito duelista, como el mayordomo jefe de las teteras, y no sabe que es un hippie
En Vox no se dan cuenta de que son tan hippies, pero lo son con todo el plumaje. Alguien hace una ceremonia bienintencionada, simbólica, concienciadora, por una causa noble y necesaria, y llega el hippie diciendo que por qué no se recuerda a las mujeres andinas y trepadoras, o al palestino encerrado en su país como en un gallinero, o a los herederos del holocausto colombino, o al exterminio aristocrático de los visones. En este caso, ya ven, era un minuto de silencio por el asesinato machista de una mujer, de otra más. Y tenían que llegar los hippies para protestar que no se considerara también el sufrimiento de un señor de Cuenca al que la señora le tiró la sartén.
Vox cree que se rebela contra una ideología, contra la aciaga corrección política, pero sólo están yendo contra el mismo sentido de la justicia, que tiene que tener proporcionalidad porque, si no, no es justicia. No es lo mismo una persona que una gallina y no es lo mismo la violencia contra la mujer que la violencia contra la gente que va en patinete o contra los cuñados coñazos. Se puede discutir la ideología de género, se puede discutir la idiota corrección política, pero hacer de hippie abucheador ante el asesinato de una mujer, como si hubiera muerto una odiosa zarina, es una bajeza. No es que Almeida se explique muy bien, pero al menos distingue un acto de repulsa y concienciación de una fiesta de carromato ideológica.
Ortega Smith, pisaverde y hippie. Pero la contradicción de Vox, ese partido que se ha hecho amontonando cabreos y carajillos, no se queda ahí. Podríamos coger esa frase de “la violencia no tiene género” y compararla con “la delincuencia no tiene nacionalidad”. Siguen la misma lógica, pero Vox nunca usaría la segunda. O fijémonos en la utilización de la estadística. Almeida le decía a Ortega Smith que el 20% de los asesinatos había sido de mujeres, y Ortega Smith le contestaba que “aunque fuera el 1%, la vida de una persona vale lo mismo”. Sin embargo, Vox habla del porcentaje de delincuentes extranjeros sin decir que el 1% de carteristas españoles merecería la misma preocupación. Pasa también en la izquierda, al revés por supuesto: la violencia es cuestión de género pero la delincuencia no es cuestión de nacionalidad. De nuevo, Vox y la izquierda se tocan por sus espejos.
Ortega y la izquierda nos enseñan que el fanatismo ideológico nos impide tomar la medida a la realidad y buscar soluciones efectivas
Ortega, yendo de hippie y de antisistema, y la izquierda cuando va de lo mismo pero dando la vuelta a los malos y a los sintagmas, nos enseñan que el fanatismo ideológico, que pone siempre el dogma por delante de los hechos, nos impide tomar la medida a la realidad y buscar soluciones efectivas. Por ejemplo, no se evalúan los programas contra la violencia machista igual que no se evalúa el efecto de las cenas de Viridiana de Colau, y los problemas persisten. El hippie, en resumen, es el que iguala todos los sufrimientos y todas las injusticias y consigue, con gran satisfacción y humareda, que no se solucione nada. Los hay a ambos lados, quedando casi para las mismas panderetadas.