Tengo un amigo que viene al trabajo con trankimazin. Lo lleva siempre en la mochila y cuando te intuye algo nerviosa lo ofrece. Tengo otro con la piel cubierta de psoriasis: «Los nervios», dice. Otra, psicóloga, a veces detiene el coche en seco para «respirar», «porque no llego, es que no llego, y es como si se estrechase la garganta».

Ansiedad. Ansiedad por ir. Ansiedad por volver. Ansiedad porque no hay horas para tanto horario. Porque el artículo... pues bueno; y que tampoco me ha quedado genial. Ansiedad porque no puedo dormir. No dormir me llena de ansiedad.

Ay.

El mal del siglo. El mal millenial, diagnostican. Tan general y aceptado que alcanza categoría de género literario en sí mismo, una temática cada vez más habitual en las series. Fue una actriz la que avisó de que el capítulo que protagonizaba era un «crudo y honesto retrato de la adicción, la ansiedad y las dificultades de navegar en la vida de hoy». Hablaba de Euphoria, una serie de adolescentes para adolescentes. De ansiosos irremediables para ansiosos sin remedio.

Es ahora la escritora británica Olivia Sudjic quien le dedica un ensayo completo, Expuesta (Editoral Alpha Decay). Tiene 30 años. Habla de una ansiedad paralizante. La tengo yo ahora mismo al escribir lo que leen. Ansiedad al hablar de ansiedad.

Ahora el mal es la falta de aire

Según Sudjic es una falta de afecto, una clara ausencia de identidad individual. Al final, lo califica de epidemia. No es la única. Se convierte en tema común. En conversación constante. Se está convirtiendo en un «hecho artístico». Como podría serlo la crisis hace unos años, que llegó a teatros, novelas, ensayos. Ahora el mal es la falta de aire.

Vamos, volvemos. El móvil. Suena, vibra. El metro. Lo pierdo. Cien mails a las ocho. Doscientos a las diez. Y es que el grupo del trabajo. Tengo que cobrar la factura. La cena del niño. Y son las diez. Y no me ha dado tiempo. ¿Qué es el tiempo?

Ay.

Da igual lo que te digan. Y da igual el fin de semana. Y entras y no sales. Y el estómago. Y da vueltas. Y calma, joder. Que me va a dar algo.

¿Y qué pasa? Lo describió la escritora y poeta Luna Miguel, lo hizo intentando comprender un movimiento literario, Alt it, que hablaba de eso, de la ansiedad. Jóvenes estadounidenses aburridos, hiperconectados, ansiosísimos. Histéricos.

«Muchos creen que esta etiqueta nació para designar a un gru­po de hipsters obsesionados con ellos mismos. Sin embargo, pocos se han detenido a leer la letra pequeña del contrato que estos escrito­res establecen con el lector, en donde encontramos un grito de ayuda, una llamada a las armas y un retrato generacional que es muy crítico con la sociedad —y que lanza sobre la mesa la profunda desesperación de muchos jóvenes», aseguraba.

Los días buenos, a lo gallego, esperando el precio. Los malos, ansiosos por uno bueno

Y jóvenes que ahora ya son adultos. Adultos agónicos. “Vivo zarandeado por la inquietud: sobre mi salud y la salud de los miembros de mi familia; sobre mis finanzas; sobre el trabajo; sobre el ruidito del coche y las filtraciones del sótano; sobre el avance de la vejez y la inevitabilidad de la muerte; sobre todo y nada”, escribió Scott Stossel, editor jefe del Atlantic Monthly y colaborador habitual del New Yorker, en su libro Ansiedad. Se convirtió en un best seller.

Ese todo y esta nada. Si es porque todo va bien, pues miedo al derrumbe. Si es porque no hay nada, porque nunca llegará algo. Y así pasamos los días buenos, a lo gallego, esperando el precio. Los malos, con ansiedad porque llegue uno bueno que todo lo vuelva a estropear.

Y yo me agoto y adelgazo. Y como con rabia. Y le pido a mi compañero un tranquimazin porque me brinca el corazón, que casi ya da palmas. Y me quejo pero «todos estamos igual».

Y ay. Y ay. Y ya.