Frente a la extinción deberíamos tener a la ciencia, no a una versión eco-amish de Carrie crecida a partir de la niña de Monstruos S.A. Greta Thunberg, niña raptada por huracanes, niña madre con muñeca de todo el planeta, muchacha con la edad del pavo en pleno Apocalipsis, mezcla de chiquilla recién despertada de la siesta y profeta con fuego en los ojos, es sin embargo todo lo contrario a la ciencia.
Greta, con soponcio perpetuo como una princesita, con amargura perpetua como una niña sin poni, con rabia perpetua como una monja enana, se nos aparece con todo el sarpullido del cambio climático en la cara colorada, con todo el dolor del carbón de la tierra y del hierro de las estrellas en las entrañas, con la asfixia adelantada de la que ya se ha asfixiado antes que nadie y ha visto su muerte y la nuestra, horrorosa como la de un gato en el microondas, y vuelve medio achicharrada y medio muerta como un zombi radiactivo.
Pero lo que ocurre con todo esto es que no miramos la ciencia, sino a esa hija de dragones, a ese ser exhalado por las simas sulfurosas, a esa Juana de Arco asada con tubos de escape, a ese bebé con cara de no querer papilla, y sólo pensamos en que es una cosa antinatural y grimosa, como si nos anunciara el fin del mundo la mujer barbuda.
Se trata de convencer a la gente, y a los poderosos, de que estamos a punto de irnos al garete
No hay sitio para la ciencia si sólo pensamos en la grima que da Greta Thunberg, como no hay sitio para la música si sólo pensamos en la grima que da esa niña del vídeo de Chandelier de Sia. Es decir, que la chiquilla nos quiere meter miedo por el cambio climático, pero nos mete miedo por ella misma, ande el clima como ande. Vale si se trata de meter miedo sin más, pero ése no es el objetivo. Hay pocas cosas que den más miedo que un niño que da miedo. No sé, Damien o Macaulay Culkin o Torrebruno. O aquellos niños de, precisamente, Quién puede matar a un niño, de Narciso Ibáñez Serrador. O de La bodega de Ray Bradbury (que, por cierto, se adaptó en Historias para no dormir). Dan miedo las gemelas de El resplandor, y Miércoles de la familia Adams, y mucho más la niña del pozo de The ring. O sea que el niño es un género de terror en sí mismo. Pero, como digo, no se trata de dar miedo con niños ladrones de cuerpos. Se trata de convencer a la gente, y a los poderosos, de que estamos a punto de irnos al garete.
Creo que no hay peor ayuda para concienciar del cambio climático que esta chiquilla, Greta Thunberg, que nos acusa de arruinarle la vida como Sánchez nos acusa de no poder dormir tranquilo. Uno ve a esta chiquilla a punto de descubrir sus poderes telequinéticos o de transformarse en monstruo de final de fase y ya no se pregunta cómo van las curvas de correlación de la temperatura y el dióxido de carbono, ni piensa en cómo el efecto invernadero achicharró Venus, o incluso la misma Tierra en el evento de extinción del Pérmico-Triásico. No, uno sólo puede preguntarse qué le ha pasado a esa chiquilla, qué le pasa. Y luego, si habrá venido en globo, en velero o en el triciclo de El resplandor.
Greta Thunberg hace olvidar todo porque ya nos parecería maravilloso sobrevivir a su discurso, a que nos derrumbe el techo sobre la cabeza o nos lance cuchillos con la mente. Un niño enfadado, se supone que debería convencernos de algo un niño enfadado. Imaginen las heladerías o los centros comerciales como sitios en los que se desbalancearía todo el poder del mundo. Un niño enfadado, o un niño con aliento de tundra que dice que ve muertos. Yo creo que a esta muchacha la financian las mismísimas Siete Hermanas o yo no lo entiendo.
La ciencia no depende de nuestras opiniones, que no podemos decidir si existe el cambio climático
Frente a la extinción, pues, lo que tenemos es a una chiquilla con berrinche de haberse olvidado los donuts. En la ONU, en los titulares, en los vídeos virales, en este artículo mismo en el que esta niña me ha contagiado su cabreo de tetera, aunque en otro sentido; en todos esos sitios, insisto, no debería aparecer Laura Ingalls con un mosqueo bíblico porque nos hemos comido a su cabritillo. Debería aparecer, por ejemplo, Neil deGrasse Tyson, para explicarnos otra vez, como ya ha hecho, que la ciencia no depende de nuestras opiniones, que no podemos decidir si existe el cambio climático como no podemos decidir si E=mc2 o no, que sólo se pueden tomar decisiones políticas una vez que se ha reconocido la verdad del hecho, y que mientras un empresario de ferrallas, o un político con lobby, o un periodista con su bachillerato de latín puedan negar la ciencia sin quedar en ridículo, todo será inútil.
En los foros y los noticiarios debería estar un científico hablándonos con la ciencia, no una niña hablándonos con su osito de peluche descabezado. Greta Thunberg sólo hace parecer ridícula e histérica la amenaza. Y la esperanza de que una opinión pública igual de histérica le haga caso por sus pucheros y ataquitos no deja de ser otra señal de que el fin de los tiempos, de una u otra forma, está cerca.
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