Quizá este mundo no sea el lugar más seguro que usted ha conocido, pero no tenga duda de que tampoco está tan mal como predicaba hace unos días esa niña sueca en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. “Van ustedes a provocar una extinción masiva”, afirmaba, con la cara desencajada por la ira y mirada glacial. Las palabras fueron grabadas por las cámaras y las televisiones las distribuyeron entre sus espectadores a la hora de la cena, cuando es posible apreciar en unos cuantos cientos de imágenes lo horrible que se ha vuelto todo desde que cruzamos la puerta de entrada al hogar.

El miércoles por la tarde, la carrera de San Jerónimo ofrecía uno de esos atardeceres rosáceos tan típicos en los otoños y primaveras madrileñas, entre barroco y suave. Los madrileños paseaban en un ambiente apacible, despreocupados sobre la temperatura y sobre la inoportunidad de la fatalidad. Mientras tanto, un presentador de noticiario televisivo, corbata negra, rictus serio, iniciaba su repaso a la actualidad con la noticia de que un menor había arrojado a su bebé a un río. Antes de levantarse de la silla, analizó con minuciosidad la desaparición de una mujer y la historia de cinco mafiosos que habían sido encarcelados por matar a un secuestrador. También se refería a la falsa historia de una mujer acondroplásica que fue adoptada por una pareja al pensar que era una niña, cuando, en realidad, rondaba la veintena. Para colmo de males, la maquiavélica hija se había empeñado en aniquilar al matrimonio.

Por una vez, no se vieron imágenes de magrebíes del barrio de El Raval barcelonés liándose a machetazos, aunque sí pudo apreciarse una esclarecedora pieza sobre el cambio climático en la que aparecían glaciares derritiéndose, camiones arrastrados por una riada, una señal de "peligro" y una mujer asustada. Una señora que podría ser su madre.

Es de suponer que si en la caverna que concibió Platón hubieran sustituido la hoguera -que permitía ver las sombras del mundo- por un ordenador con conexión a internet, sus moradores no se hubieran atrevido a abandonar su cautiverio aunque hubieran tenido la oportunidad, dado que un mero vistazo a las noticias sirve hoy para amedrentar a quienes no viven a pie de calle.

Este jueves se publicó la encuesta del CIS sobre la intención de voto, algo bastante interesante si se tiene en cuenta que en noviembre los españoles están llamados a las urnas. Pues bien, los editores del Telediario 1 tuvieron a bien abrir el informativo con la noticia de que una menor había sido agredida en un instituto y sus compañeros, en lugar de ayudarla, habían optado por grabar la escena con el teléfono móvil.

Este jueves se publicó la encuesta del CIS sobre la intención de voto, algo bastante interesante si se tiene en cuenta que en noviembre los españoles están llamados a las urnas. Los editores del telediario tuvieron a bien abrir el informativo con la noticia de que una menor había sido agredida en un instituto

Este tipo de periodismo-denuncia sirve para criticar que este tipo de situaciones terminen en YouTube, pero, a la vez, contribuye a popularizarlas; y no creo que sea muy conviene dar cerillas a los pirómanos. Lejos de evitarlo, los medios parecen cada vez más convencidos de la conveniencia de actuar como Walter White, el protagonista de la serie Breaking Bad, quien, al verse enfermo y no tener mucha fe en su recuperación (como la prensa escrita), utilizó sus conocimientos de química para fabricar la mejor metanfetamina del mercado. Que destruye a sus consumidores del mismo modo que el sensacionalismo llena de radiactividad a la opinión pública. Pero claro, de algo hay que vivir.

El gran sinsentido

Estos días ha trascendido que el supervisor de los mercados estadounidense (SEC) ha multado a ComScore con 5,7 millones de euros por alterar sus cuentas y algunas de las métricas que ofrecía a sus clientes. ComScore es la empresa que se encarga de medir la audiencia de la prensa digital en España. Ofrece un dato una vez al mes y, con ese número, las centrales de medios deciden a qué periódicos deben dedicar la inversión que las empresas anunciantes quieren dedicar a los medios de comunicación.

Pocas horas después de que se conociera la sanción, uno de los digitales de referencia publicaba el siguiente titular: “Paseó al perro, dio a luz y mató a su hijo. ‘¿Hay algo más maravilloso que un bebé?’”. Era puro detritus informativo, del que tanto abunda, del que tanta audiencia atrae y del que tantas preocupaciones crea en tu madre, que lo lee y piensa que esto es un país sin ley, en el que, quien más, quien menos, guarda algún cadáver en el subsuelo del jardín.

Salvo algunas excepciones, las redacciones no han crecido en estos años post-crisis para ofrecer mejor periodismo. Lo han hecho para fabricar este tipo de amarillismo innecesario y para estar preparadas para mantenerse en pie dentro de la rueda mientras ésta da vueltas. Es decir, para detectar las informaciones que son tendencia en las redes sociales para replicarlas lo más rápido posible.

A nadie en lo más profundo de su corazón le gusta chapotear en el fango, pero la realidad es que todo el mundo lo hace en la prensa digital porque lo necesita (o cree que la necesita). Domina ComScore, lo cuantitativo, la carrera por la audiencia; y el buen periodismo no sirve muchas veces para aglutinar un número millonario de lectores. Ante esto, la mejor estrategia parece ser mostrar día y noche las agresiones en los institutos, las peleas en El Raval, las historias de los narcotraficantes dominicanos del barrio madrileño de Tetuán… y las ciclogénesis, cada vez más explosivas y peligrosas.

Se han empeñado los medios en describir la realidad con un sentimiento trágico que asusta y, como el miedo genera interés y el interés genera audiencia, no conviene tener mucha esperanza en que la situación cambie y su madre se pueda tranquilizar. Es la época de los mil y un conflictos inexistentes.