Quién le iba a decir a Pablo Casado cuando el 28 de abril se topó de frente con el peor resultado nunca obtenido en la historia de ese partido desde que, desaparecida la UCD en 1982, Alianza Popular presidida por Manuel Fraga obtuvo 107 escaños, lo que se consideró en su día el "techo" de esa formación política, quién le iba a decir que cinco meses más tarde el viento le estaría soplando de cola por obra y gracia de unas circunstancias en las que ni él ni su partido han tenido nada que ver.
Porque no es cierto que el nuevo giro hacia la moderación de Pablo Casado esté en el origen de esa más que notable subida en votos que le dan todos los sondeos de opinión publicados hasta ahora. Más bien es al contrario: la vuelta a la moderación es el resultado de la comprobación de que los votos del centro empezaban a regresar al Partido Popular expulsados por el fracaso de determinadas estrategias políticas de los partidos que se mueven en órbitas cercanas al PP y por la constatación definitiva por parte de los electores de que, en determinadas circunscripciones, no votar a los de Casado equivale a tirar el voto.
En definitiva, Casado ha comprendido que el suyo es el espacio de centro moderado al que regresan los votantes y al que le sobran aquellas estridencias ofensivas a las que se entregó durante la campaña previa a las elecciones generales de abril con el resultado que ya conocemos: 66 diputados, una catástrofe indisimulable que hasta la semana pasada se podía constatar en cada retransmisión televisada de las sesiones parlamentarias. La reducidísima porción del "quesito" que el PP ha ocupado durante estos meses en el hemiciclo de las Cortes daba la medida de hasta qué punto aquel viejo partido hegemónico durante varias legislaturas podía correr el riesgo de pasar a la irrelevancia.
Casado ha comprendido que el suyo es el espacio de centro moderado al que regresan los votantes y al que le sobran estridencias ofensivas
Pero sucede que en este tiempo los electores de centro han asistido a las negociaciones del PSOE con Unidas Podemos y han comprobado con verdadera alarma cómo ha estado a punto de conformarse un gobierno de coalición con la participación del partido de Pablo Iglesias. Eso habrá animado a más de uno y más de dos a olvidarse de castigar a la formación política de derecha moderada a la que habitualmente apoyaban y a devolverle la confianza.
Los electores han comprobado también con estupor cómo el partido de Albert Rivera, que fue durante un tiempo la esperanza del centro liberal español, se cerraba en banda y no sólo se negaba en redondo a tratar siquiera con Pedro Sánchez un posible pacto de coalición que hubiera constituido un gobierno de centro izquierda muy del agrado de un sector nada desdeñable de los partidarios de Ciudadanos. No sólo eso: también se negaba, de cara a las próximas elecciones generales, a pactar con el Partido Popular una operación de suma de fuerzas que todos los expertos consideraban muy beneficiosa para los propósitos de competir con el Partido Socialista.
Estos electores, que habían puesto inicialmente su confianza en Ciudadanos, se la están retirando a marchas forzadas porque comprueban que ni a derecha ni a izquierda Albert Rivera tiene nada que pactar según su particular criterio. El líder naranja quiere bailar rigurosamente solo en el centro de la pista pero está perdiendo a chorros al público que no hace tanto tiempo le jaleaba. Y ese público se está marchando en tropel al Partido Popular, en menor medida a la abstención -ya veremos si la mantiene el 10 de noviembre- y en un porcentaje considerable al Partido Socialista.
Por lo que se refiere a Vox, que seguramente mantendrá el tipo en esta nueva convocatoria gracias a los electores que quieran expresar de ese modo su protesta por el uso político que el Gobierno está dando a la exhumación de Franco, muchos de los antiguos votantes del PP que ya satisficieron en las elecciones de abril sus ganas de dar un aviso a su partido de siempre, consideran que sus deseos de castigarle están cumplidos con la derrota sufrida el 28 de abril y ahora están dispuestos a regresar por donde solían, es decir, a las filas del PP.
Por lo tanto, el partido de Pablo Casado se ha convertido estos meses de inestabilidad en el beneficiario político de los errores o los fracasos de otros y del suyo propio. Y esto le devuelve al líder del PP parte de la fuerza que perdió dramáticamente en abril pero que los populares consiguieron atemperar logrando ocupar los dos gobiernos de Madrid -el autonómico y el municipal- además de en otras comunidades y, aunque perdieron un número importante de capitales, nueve en total, consiguieron finalmente gobernar en cuatro de las grandes ciudades.
En cualquier caso, un desastre de resultados para un partido que, sin embargo, tiene ahora la oportunidad de recomponerse relativamente a base de recuperar su lugar de centro derecha del que se había despegado peligrosamente en su intento de retener la hemorragia temida de votos hacia Vox. Ahora regresa a su ser natural del que no debería volver a alejarse más porque es ahí, en el centro, donde se ganan las elecciones.
Tiene a su favor el desconcierto que ha producido en el electorado la posición incomprensible de Rivera, que le va a costar un puñado considerable de escaños
Tiene a su favor el desconcierto que ha producido en el electorado la posición incomprensible de Rivera, que le va a costar un puñado considerable de escaños, el temor ante un posible nuevo pacto de izquierda- extrema izquierda y la constatación de muchos electores de circunscripciones pequeñas de que su apoyo a Vox, incluso a Ciudadanos en las elecciones de abril, beneficiaron precisamente a los partidos cuya victoria ellos no deseaban. En este caso sí que va a funcionar la idea del voto útil que en abril no fue tenida en cuenta por muchos votantes tradicionales del Partido Popular.
En definitiva, el PP parece ser el único partido al que esta repetición electoral le va a traer cuenta porque podría pasar ampliamente de los 90 diputados, una subida espectacular habida cuenta de dónde partía. Pablo Casado va a recoger así una cosecha que ni siquiera había tenido tiempo de sembrar y que le van a proporcionar los demás partidos.
Y eso es porque la sonrisa del Destino de la que habló en su día Pablo Iglesias y que no llegó a materializarse en Pedro Sánchez, esta vez se ha posado sobre su cabeza.
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