El gobierno tiene ya las manos libres para proceder a la exhumación de Franco. Queda, eso sí, la decisión del Vaticano, que no pondrá obstáculos a la misma, no sólo porque no se entendería su oposición a la aplicación de una sentencia del Tribunal Supremo, sino porque hay contenciosos abiertos en la relación Iglesia/Estado que no aconsejan un enfrentamiento con el poder ejecutivo.
Pedro Sánchez ha puesto toda la carne en el asador y le ha salido bien. Los libros de Historia podrán decir que el dictador fue retirado del Valle de los Caídos durante su mandato. Todo un símbolo.
Aunque Moncloa se ha ocupado de repetir que su intención es llevar a cabo la exhumación con discreción y dignidad, huyendo del espectáculo, es evidente que la noticia dará la vuelta al mundo. Para la izquierda será un triunfo, para los países de nuestro entorno el cierre definitivo de una época negra.
Lo que no hizo Felipe González, tal vez porque no le merecía la pena; ni Rodríguez Zapatero, porque, aunque lo intentó, sus asesores no se lo recomendaron, lo ha hecho Sánchez. Y con un gobierno mucho más débil que los de sus dos predecesores socialistas en el poder. Lo que demuestra la determinación del presidente en funciones y su capacidad para mover todos los resortes con el fin de alcanzar sus objetivos.
La exhumación de Franco no sólo le proporciona a Sánchez una baza política ante el electorado progresista justo a unas semanas de las elecciones, sino que le da proyección internacional como un presidente moderno que quiere romper cualquier lazo con el pasado. Pero también, y eso es muy importante, le da margen de maniobra para afrontar uno de los retos más difíciles que tiene por delante: la gestión de la crisis en Cataluña tras la sentencia del procés.
El mismo Tribunal Supremo -aunque en salas distintas- que da luz verde a la exhumación de Franco será el que sentencia a los que se alzaron contra la democracia en Cataluña
La casualidad ha querido que los dos acontecimientos, exhumación y sentencia, casi coincidan en el tiempo. El gobierno, eso sí, podrá modular el día en el que habrá de llevar a cabo la salida de Franco del Valle de los Caídos, que no querrá que sea muy próxima a la campaña electoral para que no se le pueda acusar de electoralismo con el traslado del dictador.
La respuesta de los independentistas a una sentencia que necesariamente será dura ya la conocemos: España no es un estado de derecho. Ya lo están diciendo, desde Torra a Puigdemont, pasando por todos sus peones.
Pero Sánchez siempre podrá esgrimir un argumento infalible: la sentencia es justamente lo que demuestra que España es un estado de derecho. El mismo Tribunal Supremo (aunque sea en salas distintas) que da luz verde a la exhumación del generalísimo condena a los que se alzaron contra la democracia con una declaración unilateral de independencia.
Los dos eventos pueden servirle a Sánchez, además, para reforzar la idea fuerza de su campaña de cara al 10-N: la centralidad. Resituar al PSOE en el centro izquierda es la clave de la victoria y, para ello, la sentencia del procés y la exhumación componen un escenario ideal. Sánchez reafirma sus convicciones progresistas y al mismo tiempo su firmeza en la defensa del estado de derecho. De tal manera, que exhumar a Franco y aplicar del 155 (siempre y cuando sea necesario) serían no sólo compatibles, sino las dos caras de la misma moneda.
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