Lo que estamos viendo este 1 de octubre, segundo aniversario de aquel intento fallido de dar por buena y homologable internacionalmente la votación ilegal sobre la independencia de Cataluña, es un espectáculo insólito e inesperado: la ausencia manifiesta de esas multitudes que constituyeron hasta ahora la fuerza en la que los dirigentes independentistas se apoyaban para legitimar sus exigencias al Gobierno de España.
De hecho, ha habido mucha más actividad desde la Generalitat, más intervenciones de Torra, Puigdemont y demás destacados secesionistas que la que ha habido en las calles de Cataluña. Se puede argumentar que las organizaciones que tradicionalmente lideraban las movilizaciones populares han optado por no convocar muy intensamente en esta ocasión para no desgastar a la población y para concentrar toda su fuerza en la reacción que se prepara para responder a la notificación de la sentencia del Tribunal Supremo sobre los independentistas juzgados.
Ayer resultó evidente que la insurrección popular está en clara decadencia"
Bien, pero es que esa prudente administración de fuerzas no fue necesaria el año pasado y mucho menos el antepasado porque al independentismo le sobraba potencia que exhibir en la calle. Ayer resultó evidente que la insurrección popular está en clara decadencia, algo de lo que no podemos sino alegrarnos los defensores de la Constitución y de la unidad de España. Y este debilitamiento de la presión popular resulta indisimulable cuando la ANC, Omnium, la CUP y los CDR se suman para convocar a la gente a participar en actos de protesta en fechas tan señaladas como la de ayer y el resultado se traduce en un fracaso.
Por esa misma razón, porque el independentismo pierde fuerza, el señor Puigdemont se descolgaba ayer con la ocurrencia de rescatar de un rincón del fondo del armario de los desechos la idea de poner en pie la vieja propuesta de la Asamblea de cargos electos, totalmente al margen de la legalidad, que nunca llegó a crearse y que tenía como propósito esencial el de declarar, en 2017, la independencia de Cataluña si el Gobierno aplicaba el artículo 155 de la Constitución.
El 155 se aplicó, cierto, pero la famosa Asamblea nunca llegó a ver la luz. Y ahora un desesperado Puigdemont se remite a aquella idea para tratar inútilmente de otorgar vigor a una fuerza que se ha demostrado muy menguante y a una apuesta que hace tiempo se comprobó que había naufragado.
El independentismo ha conmemorado el segundo aniversario del referéndum ilegal del 1-O con un estrepitoso fracaso de participación en las […]Por las mismas razones de intentar insuflar vida a un movimiento que, no nos engañemos, aún puede actuar y desestabilizar seriamente la región pero que está fatalmente condenado a debilitarse con el paso de los días, la CUP quiere también rescatar las asambleas populares de 2017, que tan buen resultado dieron al independentismo hace ahora dos años.
Su problema, como el de los líderes al frente de la Generalitat, es que no es posible engañar a tanta gente durante tanto tiempo, y que mucha parte de la población que creyó a pies juntillas que la independencia estaba a la vuelta de la esquina y que se abría para ellos a continuación un tiempo de felicidad sin cuento y de recuperación de las libertades supuestamente reprimidas por la opresión de esa España dictatorial en la que no se respetan ni se protegen los derechos humanos, ha comprobado que les habían vendido una patraña.
El resultado: 18.000 participantes en la convocatoria de ayer noche en Barcelona, cifra facilitada por la guardia urbana que suele ser extraordinariamente generosa a la hora de contar manifestantes independentistas. Y eso que la razón por la que los convocantes habían decidido distribuir sus fuerzas en distintos puntos de la geografía era precisamente para que no se pudiera constatar de una sola ojeada la para ellos descorazonadora realidad que tratan de ocultar desde hace meses: que el movimiento independentista pierde fuerza y que no hay antorchas que lo disimulen.
El movimiento independentista pierde fuerza y ya no hay antorchas que lo disimulen
Y más fuerza que va a perder después de que se haya destapado la existencia de los miembros de ese comando dispuesto a cometer acciones violentas como respuesta a la sentencia del Tribunal Supremo y a los que el juez imputa delitos de integración en grupo terrorista, tenencia de explosivos y conspiración para cometer estragos. Esta no es la revolución de las sonrisas que los dirigentes habían presentado ante sus partidarios y ante el mundo. Y ya puede el señor Quim Torra amparar a los detenidos con el argumento de que son "ciudadanos pacíficos", y declarar ayer que "el Govern se compromete a avanzar sin excusas hacia la república catalana para que sea una realidad", que ya resulta imposible para muchos de sus partidarios seguir creyéndole.
Vendrán días difíciles, viviremos tiempos de gran tensión pero, aunque sea lentamente y con enorme esfuerzo, ya se va vislumbrando que en Cataluña se terminará recuperando el imperio de la ley y el dominio de la razón.