Celaá es la pitonisa de los viernes, mujer de cajón de ventrílocuo, de cabina de feria, con mandíbula talada y manual, que nos dice la buenaventura falsa o aleatoria del Gobierno con ruido de níqueles. Celaá es una ministra con poleas, es una ministra pianola, es una Dama de Elche del sanchismo con un disco de muñeca en las tripas. Cuando habla cruje como una jarcia y tirita como un foque, según tiren desde la Moncloa, o sea el PSOE, que aclaro para los despistados que son lo mismo. Celaá es sólo una ministra con mecedora, una cuentacuentos con gafas de coser pañuelitos, una portavoz que suena a teléfono de pie, a teléfono de Ciudadano Kane, con ecos de jefes y pasos y penumbras. O sea, que a ver qué culpa va a tener ella de nada. 

La Junta Electoral ha llamado la atención ahora a la ministra portavoz por hacer valoraciones partidistas y electoralistas tras los consejos de ministros. Desde el sagrado atril de La Moncloa, con las insignias de la nación detrás como una marca de agua de un billete de mil duros, ella comentaba por ejemplo que “el PSOE salía a ganar” y hacía el mitin partidista con cara legionaria de cantar el himno nacional. No es que eso esté bien, pero a uno le resulta bastante divertido que la Junta Electoral o la junta que sea se fije ahora en que aquí no se distingue lo institucional, lo público, de lo partidista o particular, y le eche ahora la bronca a la última locutora del No-Do que ha llegado, por leer el parte y las isobaras como quien canta la lotería, aunque sea la lotería del dadivoso Sánchez

Sánchez llegó a La Moncloa no para gobernar sin fuerza, que no la tenía, sino con la intención de hacer campaña desde allí

El primero que utiliza La Moncloa para dar mítines con jardines de sultán detrás es el propio Sánchez. De hecho, La Moncloa ha sido su mitin, su campaña y su fotocol. Desde su primer Gobierno de Chorus Line, desde su primera foto con perrito o con gafas de CSI o con bandera de miss en una fragata, desde las marinas de aviones o bomberos o lanceros que él mueve como jarrones para su propaganda, no ha hecho otra cosa que mitin. Los demás hacen mítines en polideportivos llovidos o en hoteles de reuniones de estomatólogos, pero Sánchez puede hacerlos en escenarios de James Bond o de Sisí, según tenga el día de pajarita o de pololos. 

Sánchez llegó a La Moncloa no para gobernar sin fuerza, que no la tenía, sino con la intención de hacer campaña desde allí y así poder ganar de verdad, cosa que aún no ha conseguido del todo. La Moncloa, o RTVE, o el CIS, todo está a su servicio. Recuerden los carguitos en agencias y oficinas públicas que iba a darles a los de Podemos, cuando todavía decía que les iba a dar algo. Y lo más grave no es que lo público preste escaparates más o menos fardones, y llegadas de magnate o de aventurero a las cumbres internacionales o a los pueblos ahogados en su adobe. Lo más grave es cómo se usa el dinero público, y las políticas públicas, para hacerte la campaña a medida, para rellenarte la tarjeta de baile según tu calendario de poder, no las necesidades del país. Pero eso lo han hecho todos, ¿no? No nos vamos a quejar ahora, que sería como quejarse de los árbitros o de las suegras. 

Lo público es un botín, y se toma con mentalidad bucanera. Es un botín en dinero, en recursos y en ideología

Aquí nunca hemos distinguido lo público de lo partidista. Lo público es un botín, y se toma con mentalidad bucanera. Es un botín en dinero, en recursos y en ideología. Con lo público se potencia tu presencia, se financian amigotes, se enriquecen comanditas y se imponen ideologías aprovechando la falacia de la mayoría (como en Cataluña). Aquí no sabemos qué es lo público, no se entiende la neutralidad de lo público, la utilidad y la importancia del espacio común. Todos van a por el botín. Y lo de menos ha sido dar el mitin con leones rampantes y toisones detrás, monarquizando al politiquillo de turno, cuando resulta que uno te montaba la Gürtel y otro te montaba los ERE. No entienden lo público el nacionalismo, ni el bipartidismo, pero tampoco los nuevos revolucionarios, que creen que “el pueblo”, en abstracto o en montonera, es diferente o superior al ciudadano. 

Celaá en su tarima principesca, Sánchez en su Falcon saudí, el Gobierno en su decreto oportunísimo y en su ley ad hoc, Tezanos en su matemática forzada o inventada, Iván Redondo calculando la mejor fecha para unas elecciones haciendo derivadas… Más la corrupción, el enchufe, el nepotismo, la mayestática arbitrariedad al manejar los recursos públicos (la arbitrariedad ya es injusticia). Ahora la Junta Electoral reprende, aunque no sanciona, a Celaá, señora del tiempo del Gobierno, pregonera con trompetilla, paje en la carroza de La Moncloa, loro en un atril como para águilas calvas. Reprendida Celaá, ya sólo queda ocuparse de todo lo demás, antes de que no dejen nada, ni dinero ni democracia.