Pequeña, como recogiéndose, y vestida entera de gris aparecía ayer Svetlana Alexiévich. Ella, la voz de las mujeres de la guerra, de los niños, de todo lo que ocurrió en Chernóbil. La mujer que ha visto y escuchado lo peor del siglo pasado no habría tocado el suelo con los pies al sentarse en la silla del auditorio de la Fundación Telefónica si no llega a ser por el tacón de sus botas.

Es fría, seca, habla con la fuerza que le da su idioma y con largos silencios, con una sonrisa a medias que aparece muy de vez en cuando. Pero como ella dice, no se ha desprendido de nada de lo narrado, de nada de lo escuchado y mucho menos de nada de lo vivido.

De una mujer así te esperas, como de un corresponsal de guerra, el miedo a nada. La falta de temor porque ya ha mirado al horror a los ojos y ha podido continuar. Pero de repente, en esta bielorrusa de 71 años, aparece un vértigo demasiado básico, demasiado humano: la vejez.

Pensar que le teme al tiempo sitúa a este como un temor democrático

Pensar que alguien que tiene al gobierno ruso y bielorruso a su contra, que se ha atrevido a contar las miserias de todos, lo peor de aquella Unión Soviética, que ha dado voz a las mujeres que combatieron en el Ejército Rojo, a las niños de la Segunda Guerra Mundial y que ha tenido la fuerza de no derrumbarse ante lo peor del ser humano, le teme al tiempo sitúa a este como un temor democrático.

Ayer el poeta Antonio Lucas le preguntaba sobre sus siguientes libros, si sacaría esos diarios que lleva años escribiendo. Hablaban de comunismo, de Putin, de represión política, de democracia, de lo feo y bello que contiene a partes iguales la crueldad.

Pero, la vejez y el amor. El amor y la vejez, dijo ella. Esos serían los temas si nada se le cruza por el camino. La pregunta inicial era qué hacer con todos estos años regalados. Con las décadas que la ciencia nos ha dado de más y que nuestra biología aun no ha asimilando como propias.

Nos quedamos sin función y la función empieza a ser encontrar una. Para mi tío que se acaba de jubilar y para Svetlana. El tiempo haciéndonos igual a todos. La vejez deseando no ser espera y ser vida. “¿A qué le tienes miedo?”, le preguntaron. “A las alturas”, contestó. Y es que no hay visión más panorámica que la que da el tiempo. No hay vértigo más grande que el saber que ya solo te espera la caída.