La noticia llega con sorpresa. Alguien grita en la redacción: "¡Ha muerto Pepe Oneto!". Los periódicos siguen siendo, a pesar de la digitalización, como las antiguas carabelas, en las que siempre hay un vigía que grita la última novedad, cuando esta merece la pena ser difundida a voz en grito.
Lo primero que piensas es: "¿Pepe? No puede ser". Esta misma mañana hablaba con un alto ejecutivo de Atresmedia de Oneto. No sabía que estaba hospitalizado pero había conversado con él por teléfono antes del verano para poner a caldo un programa de televisión que había manipulado sus palabras.
Aunque tenía 77 años, conservaba una vitalidad casi juvenil. Seguía escribiendo, participando en tertulias, polemizando y dando a cada momento prueba de su excepcional ingenio.
Pepe se hizo popular por su flequillo rubio y sus afiladas crónicas políticas. Fue uno de los mejores narradores de esta etapa mítica que forjó quizás a la mejor generación de periodistas españoles. El advenimiento de la democracia, el 23-F, la ascensión al poder de Felipe González, el ocaso del felipismo,... Uno puede hacer un repaso de la historia reciente de España a través de sus artículos. Porque Pepe, que fue director de importantes medios como Cambio 16 y Tiempo, nunca dejó de escribir, de aportar su particular visión de las cosas, su análisis, en el que siempre podías encontrar alguna perla informativa.
Pepe se hizo famoso por su flequillo y sus afiladas crónicas políticas. Parecía que se tomaba todo a chirigota, pero creía en el periodismo casi con fe religiosa
Recuerdo especialmente algunos de los viajes que tuve la suerte de compartir con él. Como buen gaditano, su humor le convertía en el centro de atención, desde el desayuno a la cena. No dejaba títere con cabeza. Era nuestro particular Tom Wolfe, pero con gracia.
Como decía Francisco Umbral, los periodistas tienen que tener siempre un alias, como las putas. Oneto no tenía alias, pero tenía estilo. Al escribir, al vestir, al hablar con ese deje inconfundible de la Bahía.
¡Cuánto echaré de menos esas largas veladas hasta las tantas de la madrugada! Donde nos bebíamos la vida y hablábamos de política y de todo lo que ustedes se puedan imaginar.
El poder siempre quiere tener a la prensa a su servicio. Sea quien sea el que lo ejerza. Los buenos periodistas transitan siempre por ese hilo inestable y sutil que a veces se establece con las fuentes. Pero, al final, lo importante es contar lo que está pasando, aunque duela.
Pepe descolocaba a todo el mundo con sus salidas. Recuerdo en una ocasión durante el programa que tenía Luis del Olmo en Onda Cero en el que, tras un corte publicitario, Pepe, muy serio, le preguntó al mítico conductor de radio: "Luis, ¿puedes explicarnos qué coño es eso del compacto pedra?". No partimos de risa en antena, incluido el circunspecto Luis del Olmo.
En un encuentro con el vicepresidente de Vietnam -que mantuvimos un grupo de periodistas españoles- en Hanoi, se me ocurrió preguntarle al alto funcionario cuándo tenía previsto el régimen establecer unas mínimas libertades. Pepe, a mi lado, me susurró al oído: "Estos nos detienen". Pero no fue así. El funcionario nos relató durante 20 minutos las conquistas del gobierno comunista, basadas en el aumento de la producción de arroz. Luego nos fuimos a cenar para celebrarlo.
Pepe parecía que se tomaba todo a chirigota, pero no era así. Creía en la profesión casi con fe religiosa. Y eso era lo que le permitía revolverse cuando alguien intentaba ponerla en cuestión. En una ocasión, un político importante quiso abusar de su confianza. Pepe le cortó en secó: "¡Cuidado! Yo soy un periodista, ni más, pero ni menos". Y a mí esa frase se me quedó grabada como una apelación a la dignidad de una profesión que, a veces en condiciones duras o miserable, sirve para esto tan importante en una democracia como es que los ciudadanos puedan tener derecho a la información.
Con Pepe desaparece una época, un tanto bohemia, un tanto canalla, pero brillante y, sobre todo, fiel a la esencia del buen periodismo.
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