El independentismo buscaba este lunes una imagen de portada y se ha movilizado en el Aeropuerto del Prat, quizá con la esperanza de que lo que allí ocurra pueda llegar a compararse con las protestas de Hong Kong. El paralelismo causa sonrojo y deja claro lo alejada de la realidad que se encuentra la propaganda de este movimiento, que desde hace varios años transmite en el exterior que en España se persigue a ciudadanos por su ideología y sus convicciones. Todo sea dicho, sin recibir muchas preguntas incómodas.

Esta fantasía oriental supone el enésimo giro argumental del proceso soberanista, especialista en mudar de piel para ocultar sus llagas y escamas; y en recurrir a lugares comunes para captar la atención de la prensa internacional más fácilmente impresionable. Uno de los más frecuentes es el de situar a Cataluña al nivel de una colonia para poder apelar al derecho a la autodeterminación. De ahí que el intento de recrear en El Prat la atmósfera del Aeropuerto de Hong Kong haya encontrado un encaje perfecto en su guión. Porque más allá de los Pirineos no se mirará si las cargas han sido de la Policía Nacional o de los Mossos, sino los porrazos. Y eso es positivo para el soberanismo.

Ciertamente, la Generalitat ha tenido durante años una mayor sensibilidad que Moncloa a la hora de alicatar su imagen de cara al exterior. Las memorias económicas del Diplocat detallan que este lobby gastó dinero para exponer las inquietudes del soberanismo en parlamentos como el uruguayo, el danés o el finés. También intentó seducir a influencers internacionales como Julian Assange y Yoko Ono; e incluso envió libros y rosas por la festividad de Sant Jordi a Angela Merkel o Françoise Hollande.

Pudiera llegar a pensarse que lo acaecido en el Aeropuerto de El Prat es una movilización espontánea o que tiene el mismo objetivo que el corte de carreteras. Pero no es así. Esta acción perseguía equiparar Cataluña con Hong Kong.

Mientras tanto, Mariano Rajoy y su Ejecutivo miraban para otro lado, negaban el problema y renunciaban a librar la batalla propagandística. La táctica del patadón hacia adelante, que no resuelve el problema, pero alivia las urgencias políticas. Que lo arregle otro. Y así estamos.

Duelo discursivo

En jornadas como la de este lunes es fácil que el ruido impida apreciar los detalles, que a veces son especialmente significativos y revelan estrategias políticas que no conviene pasar por alto. Hubo un tiempo, en aquel octubre aciago, de 2017, en el que Carles Puigdemont pronunció sus discursos más decisivos en catalán y en español. Tras conocer la sentencia del Tribunal Supremo, Quim Torra ha hablado en inglés para hacerse entender más allá de los Pirineos. Después de la comparecencia –y, repito, ha sido después-, Pedro Sánchez ha ofrecido la versión del Gobierno en español y en el idioma anglosajón. Puede parecer aleatorio, pero no lo es, pues tras varios años de inacción, parece que el Gobierno ha entendido que el conflicto catalán tiene eco internacional y que, por lo tanto, no hay que descuidar este factor.

También pudiera llegar a pensarse que lo acaecido en el Aeropuerto de El Prat es una movilización espontánea o que tiene el mismo objetivo que el corte de carreteras. Pero no es así. Esta acción perseguía equiparar Cataluña con Hong Kong y engordar la leyenda independentista que afirma que dentro de España hay un pueblo oprimido al que le niegan su derecho a la autodeterminación. Ni China es España, ni Cataluña es el Tibet, pero lo importante es el relato. En la era de la fast food informativa, los impactos -físicos o no- son más importantes que los razonamientos, lo que hace más fácil sumar adeptos a quienes desafían lo establecido y hablan de falta de libertades -con o sin razón- que a quienes velan por el cumplimiento de las leyes. Y de las citadas libertades, claro.

Es en estos días cuando la Generalitat obtiene los frutos de la cuantiosa inversión, de cientos de millones de euros, que ha realizado durante años en la radio-televisión pública y en los dominios con el sufijo ‘.cat’.

No es casualidad que TV3 dedicara prácticamente toda la tarde del lunes a mostrar las imágenes de El Prat. Tampoco que los periódicos digitales que están aliados con la Generalitat llevaran a portada las fotografías de los antidisturbios presentes en el aeródromo, porra en mano. Es en estos días cuando la Generalitat obtiene los frutos de la cuantiosa inversión, de cientos de millones de euros, que ha realizado durante años en la radio-televisión pública y en los dominios con el sufijo ‘.cat’.

Durante estos dos años, TV3 ha mostrado decenas de veces las imágenes de las inexplicables cargas policiales del 1-O. Este lunes, el contexto no era tan importante. Había que hacer ver que la condena era injusta, sin explicar muy bien el contenido de la sentencia. Lo fundamental era la calle. Y copiar el mensaje que lanzaba Puigdemont: mejor hablar de que las penas suman 100 años que subrayar que el Tribunal Supremo ha absuelto a los líderes del procés del delito de rebelión. Mejor mirar a Hong Kong que describir la realidad.