Torra nunca fue un político, ni un gobernante. Siempre fue el sacristanejo con santa miopía de doblar casullas y migar obleas, el papista más papista que el papa jugando con su armario de alas y llamaradas de ángel, la portera con fuego de portera que tenía que mantener caliente no el sillón de Puigdemont, sino su propio cuerpo, mantener a Puigdemont vivo políticamente, aunque fuera con santería. Torra está ahí para que Puigdemont no parezca el príncipe de Beukelaer con peinado de Don Mendo y una república de chocolate y barquillo. Para mantener su épica, su excusa, sus sandalias de pescador, su persecución de Mortadelo y Filemón, su castillito de la patria en Bélgica y su capilla de tupé incorrupto en Barcelona.
Para seguir leyendo Regístrate GRATIS
Identifícate o Regístrate con:
Te puede interesar
Lo más visto
- 1 “Marruecos ataca a España pero no puede declarar la guerra”
- 2 ¿Puede el presidente de Polonia tener una mujer anti Trump?
- 3 "Experta en el reparto de responsabilidades durante emergencias"
- 4 Ni esclavos ni mazados: la verdad de los gladiadores que ignora 'Gladiator'
- 5 Susana Camarero: la esperanza del PP para Valencia si falla el "plan a"
- 6 Hacienda suspende el pago a los mutualistas
- 7 Los profesores se enfrentan a Illa por introducir el castellano en la acogida a inmigrantes
- 8 El balance de cuatro años de guerra entre el Polisario y Marruecos
- 9 Las Grecas, más flamencas que malditas: "Son tan grandes como Camarón o Paco de Lucía"