Desde su escaño, Rufián se asomaba como un vecino en calzoncillos en su balcón de calzoncillos, enseñando un patrimonio y una villanía de calzoncillos. Habíamos tenido parlamentarismo de platea, de trinchera, de castañuelas o de garbanzadas, pero no a un vecino travoltín en calzoncillos soltando flequillazos y cortes de manga a la educación, a la lógica y a la democracia. Rufián no es que sea un matón, es que se cree que el Congreso es una discoteca de viejos, de bailar Los pajaritos, viejos a los que él va a escandalizar y a jubilar definitivamente con una democracia como reguetonera. Lo hace además en nombre de toda una generación, de toda una nueva raza de la política y la catalanidad. El travoltín de la democracia trap contra los carrozas del Régimen del 78.
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