En su despacho de jefecillo del Movimiento, con la bandera hecha una trenza, con la pasamanería de la patria igual que la ropa colgada de un húsar, con los papeles ordenados en una cuadrícula de cementerio, papeles de yeso o mármol porque los papeles reales o vivos nunca estarían así, como en un funeral naval; en su despacho con un tabicado de libros como de caja de ahorro o patronato de turismo, afeado aún más por la presencia de un porrón estilizado, un porrón artesano/artístico, un porrón de feria de muestras; en su despacho de jefecillo de sindicato vertical o de fábrica de obleas bendecida o participada por Marta Ferrusola, allí, decía, el pequeño líder espera, con la puerta cerrada, el momento de escenificar una soledad de héroe o de farero, la presidencialidad de un Kennedy de caja de ahorros y porrón, agotado por la traición y por el trabajo y la responsabilidad de sostener el bolígrafo como una rueda de timón.
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