Franco, el general ciclán con voz de pito y liturgia de garrote vil y merienda con sobao, acabó enterrado en una catedral de piedra y cráneos, bajo una cruz gigante o de gigante, como la cruz de alcoba del mismo Dios. La sombra de la cruz vuela sobre el Valle de los Caídos batiendo alas de mármol de ángeles de cementerio y haciendo el reloj de sol de un tiempo al revés, visto desde el Cielo o desde el pasado, donde no hacen falta relojes en realidad. A veces, de las cosas o las personas sólo queda el tamaño de sus sombras, ahí exageradas o descoyuntadas contra la orografía, contra los mapas, contra ese tiempo ya no nuestro, sino como romano, de los relojes de sol.
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