Había esta mañana sentadas alrededor de la mesa de un plató de televisión varias tertulianas. Una de ellas era Pilar Eyre, quien escribió un libro sobre el lado menos conocido del dictador. Quizá usted no sea consciente, pero Franco tenía genitales debajo del uniforme y, según ha remarcado la periodista, no los utilizó en exceso para la cópula con doña Carmen. Entre otras cosas, porque sufría dolor, provocado por no haber operado su fimosis. “Lo que la naturaleza ha hecho, el hombre no puede tocarlo”, decía la presentadora. Elisa Beni añadía: “Claro, como se dedicaba a 'eso' al resto del país, no le hacía falta hacerlo en la cama”. Quería decir a joder.
Decía en La 1 el presidente de la Fundación Franco, Juan Chicharro, que lo que ha ocurrido este jueves en España le recordaba al verso de Antonio Machado, que afirma: “Españolito, una de las dos españas ha de helarte el corazón”. Más allá de entrar en consideraciones sobre la exhumación, sobre la necesidad de hacerla y sobre las intenciones que hay detrás de quienes la han promovido, lo cierto es que inquieta pensar que gobernar este país puede implicar que, 40 años después de la muerte, haya alguien dispuesto a disertar sobre el capullo. El del gobernante, quiero decir.
Se equivocan quienes estos días han afirmado que España echa de menos a Berlanga, pues, realmente, lo que hizo el genial cineasta fue narrar lo que ocurre y ocurrirá por siempre en estos lares. Lo que exhibió en sus películas hoy lo hacen otros -quizá con menos talento-, pues la materia prima es tan abundante que está presente en cada imagen. Hace una semana, eran los independentistas catalanes quienes gritaban eso de “prensa española, manipuladora”. Este jueves, los reporteros escuchaban el mismo cántico de los franquistas que se congregaban en los alrededores del cementerio de Mingorrubio. “Periodistas, terroristas”, añadían, por si no hubiera quedado claro.
Hace una semana, eran los independentistas catalanes quienes gritaban eso de “prensa española, manipuladora”. Este jueves, los reporteros escuchaban el mismo cántico de los franquistas que se congregaban en los alrededores del cementerio de Mingorrubio.
Decía por la mañana Federico Jiménez Losantos que su abuela le recomendó, en su juventud, que se apartara de la política, pues pudre el alma y agria el carácter. Desde luego, la panorámica que se obtiene de lo que este jueves han relatado los medios de comunicación es más clarificadora si se elimina el factor político del relato, pues ofrece una perfecta idea de la sociedad española. La de las arrancadas de caballo andaluz y paradas de burro manchego. La que a las 12.30 horas mostraba en diversas televisiones la llegada de Antonio Tejero al cementerio entre las aclamaciones de unos cuantos. Los que se refieren a los condenados por el 1-O como golpistas, hoy han vitoreado a uno de ellos. Y ocurre viceversa.
Mientras tanto, los medios hablaban de la misa que iba a oficiar el hijo de quien encabezó la algarada del 23 de febrero de 1981. Que se llama Ramón y es cura. Observaba las imágenes una presentadora, que no parecía comulgar especialmente con el asunto de la exhumación, y afirmaba: “Pues yo a Mingorrubio no pienso ir”. Y en uno de esos canales, el conde Lecquio disertaba sobre el acontecimiento. Parece mentira que pese a estas imágenes tan explícitas sobre lo que somos, en esta gran comedia, haya tanta gente por aquí con visión de túnel.
Esfuerzo periodístico
Sería injusto señalar a quienes han realizado tan buen trabajo esta mañana para las televisiones, tanto en el Valle de los Caídos, como en el cementerio, como en el Mirador de la Naranjera, donde alguno de los que ha subido esta mañana, a buen seguro, habrá llegado a plantearse para qué demonios se matriculó en Periodismo. Pero no deja de chirriar el hecho de que, cuarenta años después, vuelva a aparecer en los televisores de los hogares españoles la imagen del balcón del Palacio Real, con Franco brazo en alto. O de Arias Navarro anunciando su muerte con ese desgarrador movimiento de ceja. O de los falangistas portando su féretro.
Poca duda hay de que Pedro Sánchez, desatado, ha invocado a este fantasma para lograr un golpe de efecto en la campaña electoral. Quizá el país merezca que no le salga bien para alejarse definitivamente de esa realidad, que unos cuantos han decidido mantener en formol para exhibir cuando les resulta más conveniente, como a unas pocas semanas de las elecciones. Esta actitud no es sólo patrimonio de la izquierda, pese a los intentos de sus 'adversarios' de hacer creer eso durante las últimas semanas. Ahora bien, este último episodio, retransmitido hoy por los medios, lo ha preparado y guionizado el Gobierno. Con los Franco, el abad, Tejero, su hijo, Carmen Calvo, la ministra de Justicia, notaria mayor del Reino, y Pablo Iglesias como personajes insoportables.
Decía Cristina Almeida, en una tertulia, que todo esto lo está viviendo “con efecto retordao”. Y creo que ni ella misma era consciente de la profundidad de sus palabras. Esta mañana, por cierto, se ha publicado la Encuesta de Población Activa. Quizá, entre tanto revuelo, no sea usted aún consciente.
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