La presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, Elisenda Paluzie, ha descrito perfectamente el drama al que se enfrenta el independentismo catalán una vez que ha asomado la cara violenta que habitualmente tenía buen cuidado de ocultar y que en realidad no tenía necesidad alguna de exhibir porque la suya había sido hasta ahora -hablamos del período democrático, no de los tiempos extraordinariamente violentos del pasado- una historia de pequeñas pero constantes victorias sucesivas sin solución de continuidad. Porque incluso cuando han fracasado en su propósito, como fue la declaración de independencia interruptus, o la celebración de aquel simulacro de referéndum sin las mínimas garantías para poder calificarlo de tal, sus dirigentes se las arreglaron para disfrazarlos de éxitos más o menos difusos.
Pero ahora el independentismo ha sufrido su primera derrota inapelable en forma de sentencia del Tribunal Supremo y aquí ha aparecido la violencia que siempre han intentado negar porque siempre han sido muy conscientes de que eso deslegitima de cuajo su pretensión de reclamación democrática.
No hay ninguna diferencia políticamente esencial entre quienes votan la opción de JxCat y quienes lanzan adoquines contra las cabezas de los Mossos d´Esquadra o la Policía Nacional
Los independentistas pacíficos también amparan a sus correligionarios vandálicos aunque se lo nieguen incluso a ellos mismos. Y la razón es muy simple: son ellos, también los que se manifiestan pacíficamente por las calles de Barcelona, quienes con sus votos han conseguido que Joaquim Torra ocupe la presidencia de la Generalitat y sea él quien haya estado alentando a los CDR, que son quienes protagonizan las escenas vandálicas que hemos visto con horror estos últimos días.
No nos sigamos engañando, no hay ninguna diferencia políticamente esencial entre quienes votan la opción de JxCat y quienes lanzan adoquines contra las cabezas de los Mossos d´Esquadra o la Policía Nacional. Por eso, porque son lo mismo, la presidente de la Asamblea Nacional Catalana exigía ayer la dimisión del actual consejero de Interior de la Generalitat catalana. "No debe pasar ni un día más sin depurar responsabilidades, reiteramos la demanda de cese de [el consejero de Interior de la Generalitat] Buch", ha afirmado Paluzie tras una reunión del secretariado nacional de la Asamblea para denunciar unos “operativos que parecen dirigidos a provocar a los manifestantes para alimentar el relato de la violencia", refiriéndose a la actuación de los Mossos.
Y el vicepresidente de esa misma asociación independentista, Josep Cruanyes, remató: "La actuación de ayer no respondió a lo que debe ser una policía democrática, se provocó a los manifestantes con métodos de excesiva violencia policial".
Pero no sólo ellos. También el vicepresidente primero del Parlament Josep Costa, de JxCat, ha denunciado este domingo la "violencia policial intolerable" en las cargas de los Mossos contra los manifestantes independentistas convocados por los CDR.
En definitiva, desde las instituciones secesionistas, y al frente de todas ellas, su máximo representante, el presidente Joaquim Torra, se rechaza abiertamente que su policía autonómica se comporte como cualquier fuerza de seguridad en un país democrático y reprima las acciones de los grupos violentos. Y eso es así porque todos ellos quieren la violencia, porque apoyan la violencia y porque la alientan y la han estado alentando durante años.
El nacionalismo catalán está ya en manos de los más radicales, lo que le ha condenado a caer en brazos de los violentos. Y de ese agujero es muy difícil, si no imposible, salir
Lo que prefieren, y por eso digo que la violencia no es sólo cosa de los vándalos, es que éstos puedan actuar con casi total libertad y se les permita quemar contenedores y lanzar bolas de acero contra los policías y que, en todo caso, sea la Policía Nacional y la Guardia Civil los que se enfrenten a sus agitadores, es decir, a los nuestros. Ya el líder peneuvista vasco Xavier Arzalluz hablaba indulgente de los integrantes de la kale borroka como "los chicos de la gasolina". No es nada nuevo.
Esto del independentismo pacífico es una más de las muchas construcciones falsas detrás de las que se esconde este nacionalismo catalán que se mira satisfecho en el espejo y se dice democrático porque reclama votar un referéndum ilegal, que es lo que le parece el colmo de la democracia, ignorando deliberadamente que no hay democracia sin respeto y cumplimiento de la ley.
Todo es una impostura a la que se le está viendo el estuco desde el momento en que, frenada radicalmente por el poder judicial su pretensión fantasiosa de asaltar la fortaleza del Estado, "la revolución de las sonrisas" se ha transformado y se ha convertido en el ataque más violento a las fuerzas de seguridad que los policías bregados en muchos avatares y muchas contiendas son capaces de recordar. Ataque que está siendo amparado sin el menor disimulo por quienes tienen responsabilidades en el poder Ejecutivo catalán, en el Legislativo y en el control social del independentismo.
La conclusión es evidente: el nacionalismo catalán está ya en manos de los más radicales, lo que le ha condenado a caer en brazos de los violentos. Y de ese agujero es muy difícil, si no imposible, salir. "Para culminar el proceso es insuficiente la movilización popular, se precisan unos políticos dispuestos" ha dicho Paluzie, evidentemente porque los que hay ahora ya se le quedan escasos, tímidos, insuficientemente arrojados. Dentro de nada, veremos lo que ahora parece inverosímil y es que los militantes de la CUP pasen a ser el sector moderado del independentismo. Ése es su destino. Y será su muerte.
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