En la universidad siempre ha pasado lo mismo, que había tunos de los bares y tunos de la política. Luego estaban los estudiantes sin más, unos tristes a los que se les notaba siempre el luto de estudiar, por su horario de huerfanita, por sus libros fúnebres o heredados, por acompañarse de cirios y estampitas y de pesados muertos en armones hacia o desde los parciales de Cálculo. El tuno de bar, mientras, estaba en el bar, como un padre (a veces tenían edad de padre), y siempre con las convocatorias, el cigarro, la cerveza, el ligue y el dinero a punto de agotarse. Pero también ellos hacían universidad a su manera, como una estatua de Quevedo, que parece un tuno, ahí plantada. Ellos sabían todo lo que había que saber sobre la universidad, menos las asignaturas. Eran los licenciados inversos, cuidando del equilibrio cósmico del conocimiento.

Los otros, los tunos de la política, los del sindicato de estudiantes y tal, no los veía uno para nada, ni de luto ni de borrachera, ni por aquel bar pequeño que parecía un sotanillo de ladrones y fugados ni por los laboratorios nuevos, blancos, con luz calcificada de ciencia, con los terminales como un hospital de ordenadores recién nacidos. A los del sindicato uno sólo los veía cuando había huelga, protesta, zafarrancho, cartelería, y estaba el salón de actos tomado por ellos como por bomberos de demostración, en una emergencia falsa o exagerada, que eso parecía siempre lo de ellos, que nos venían a hablar de qué hacer durante el terremoto sin que uno percibiera ningún terremoto, aparte del parcial de Cálculo.

El tuno político tenía en mi escuela el poder de un mimo, pero en Cataluña tiene el poder y la violencia de todo el independentismo, que es únicamente la que le permiten, pero resulta que le permiten toda

Sólo los veíamos entonces, pero tenían mucha conciencia estamental del estudiante, incluso aunque el estudiante no estudiara o mejor incluso si no estudiaba. El estudiante por joven y el joven por rebelde, de eso se trataba. La universidad como esa cosa hippie y americana, donde las chicas experimentan con las chicas y los chicos experimentan con los pedos y todos experimentan con la complicada química orgánica del alcohol y los porros y la paz mundial. “Serán de letras, que no tienen que estudiar”, decíamos nosotros, claro. O de letras o americanos o americanizados, tanta política cuando lo que viene es el parcial de Cálculo. 

La verdad es que el estudiante no tiene tiempo para rebeldías. O está estudiando, o está quejándose de estudiar, o ya se ha rendido y se ha hecho tuno de bar, que también hace falta, porque es como tener a un pianista bohemio y cínico por allí para enseñarte qué es el fracaso, como si te cantara Billy Joel. El estudiante no tiene tiempo (a lo mejor más los de letras, vale), el del bar tiene otras melancolías, y tampoco esto es China. Pero está el tuno político, el estudiante ocioso que se hace una universidad política para su carrera política, con el sindicalismo de él mismo y la huelga para su propia existencia. A ése lo veía yo poco, como he dicho. Quizá porque tampoco había mucha carrera política en fajarse en una vieja escuela de peritos industriales, que bastante tienen con lo suyo. Lo que ocurre en Cataluña, sin embargo, es que todo es política. Bueno, todo es ideología, una sola ideología, que no es lo mismo.

En Cataluña hay una ideología que ocupa todo lo público. Igual la Cámara de Comercio, como comentábamos hace poco, que el hospital donde escrachearon a Sánchez los propios sanitarios. Acojona, por cierto, pensar que tienen tan a mano lo mismo una bolsa de meado dulce y turbio para arrojar al presidente que una jeringa para un mosso inconsciente. Todo está ocupado por la ideología dominante y totalizante, y también, por supuesto, la Universidad. Todo el espacio social es político y el tuno político tiene todo el sitio y todo el poder. Ya no sólo ocupa el salón de actos, como una exposición fotográfica pobre, sino toda la Universidad, como una milicia. Se pone capucha y hasta los rectores acatan sus órdenes. Paran las clases, impiden el paso a los del luto de estudiar o a los del luto del bar, y nadie lo evita.

No es que sean cien o cien mil, es que el tuno político, que en mi escuela era como un mormón, en Cataluña es ya un mando. Como tal actúa, y como tal se hace obedecer. El tuno político tenía en mi escuela el poder de un mimo, pero en Cataluña tiene el poder y el tamaño de aquella ideología totalizante; la avilantez, la fuerza, la violencia de todo el independentismo, que es únicamente la que le permiten, pero resulta que le permiten toda. En la universidad siempre ha pasado lo mismo, pero uno podía elegir entre la carrera y el bar. En Cataluña, el tuno elige por ti. En la universidad, en el hospital, en la calle o en el Parlament. Iba a proponer que imaginaran la decadencia de una Universidad en la que mandan los tunos. Pero no, mejor imaginen una sociedad entera en la que mandan los tunos.