Sánchez se ha cargado un avión, que ha tenido que aterrizar con las alas cargadas de tanta nieve presidencial, toda la nieve que se hace fabricar Sánchez para poder esquiar por el cielo y por la Moncloa. Lo de Sánchez no había avión que lo aguantara, en fin. Campañas electorales, cumbres, bodas, vacaciones, conciertos, escenas de Pretty woman y de JFK y de Men in black, y hasta bandadas de pájaros con formación en flecha que iban a saludar al comandante en jefe como cigüeñas funcionarias de maternidad, y que se estrellaban contra el cristal de la cabina igual que fans. El avión ha tenido que bajar, gripado, pinchado, escorado, alabeando por el peso presidencial de la responsabilidad y de sus perchas, de un presidente que es oro molido de la socialdemocracia, y de tantos carteles que Sánchez se hace con la cara de color granito, del tamaño de las fachadas.
Sánchez ha roto el avión y va a romper la Moncloa, de cabalgarlos, de abusarlos, de forzarlos, de retorcerlos. Si la Junta Electoral Central lo va a sancionar, la primera vez que se sanciona a un presidente del Gobierno, es por eso mismo, porque Sánchez no suelta el caballito de la presidencia para nada. Sin ningún pudor, Sánchez piensa que la presidencia es suya y que está para lucirla y exprimirla, para que le haga de pérgola y de eco, de saloncito de Pitita y de anuncio de Old Spice en campaña. Así ha sido desde que llegó a la Moncloa.
Sánchez, en realidad, es un hortera por necesidad. Quiero decir que no tiene otra cosa que enseñar que los mármoles presidenciales y la aviónica de su cara, también de mármol (ni los aviones ni los presidentes de mármol pueden volar, y por eso se caen). Si Sánchez tuviera política, mostraría política. Si tuviera discurso, mostraría un discurso. Pero como ya ha dicho todo lo que se podía decir y lo contrario, como ha buscado igual a Podemos y a Esquerra que a Cs y PP; como ha sido constitucionalista, federalista y plurinacionalista; como el “socio preferente” de repente no le dejaba dormir tranquilo, y todo en ese plan, lo único que puede hacer es montarnos en la noria o el descapotable de la presidencia y deslumbrarnos con olor a colonia y a cuero de guantera. Es lo que se llama, por cierto, “farol de poder” (lo explican en Borgen), usar la apariencia de poder para tomar ventaja en una negociación o, en este caso, en una campaña.
El único plan de Sánchez era usar todo lo público para una propaganda como de la lotería, ñoña y supersticiosa, confiando en la ñoñez y la superstición del españolito
Sánchez hablando en un polideportivo achubascado, con la carraca de sus eslóganes perezosos de izquierda mainstream, no es igual que estar en la Moncloa y que La Sexta instale allí una pista de patinaje y te haga un trávelin como para las coreografías del Concierto de Año Nuevo, entre relojes de cisne, espejos de Degas y techos decorados como soperas. Celaá saliendo con su candelabro sólo con un póster del PSOE detrás no es igual que Celaá saliendo con su candelabro pero con la espalda cubierta por el escudo tremolante de los ministerios, los estancos y la carta de ajuste. Sin gobernanza, sin nadie que se fíe de él, sin poder mantener un discurso coherente, la campaña de Sánchez ha sido su presidencia turística. El único plan de Sánchez era usar todo lo público para una propaganda como de la lotería, ñoña y supersticiosa, confiando en la ñoñez y la superstición del españolito. Los ministerios con starlette, la Moncloa con fuente y perrito y salones desenrollados para las entrevistas, la RTVE con comisario político, un CIS controlado por tu sastre, que eso parece Tezanos… Todo a su servicio. No es nuevo esto ni mucho menos, pero la Junta Electoral los ha cazado ya en la chulería de dar mítines del partido a la sombra de su propia estatua institucional.
No es sólo Sánchez, cierto. Aquí nadie distingue entre lo público y lo particular, entre lo institucional y lo partidista. Lo que se tiene, se usa, y si te saca más guapo y encima sale gratis (“el dinero público no es de nadie”, nos descubrió la ínclita Carmen Calvo), no digamos. Pero creo que ningún presidente desde Felipe ha sido tan limpio y tan científico en el uso de lo público para lo partidista o lo particular. Sánchez ha usado la presidencia, la Moncloa, el Falcon y hasta sus cocineras de pelar langostinos de Bajo de Guía para hacerse palacios de jeque socialdemócrata. Es tan simple que sobrecoge: usar la Moncloa para seguir en la Moncloa y el Falcon para seguir en el Falcon. Sánchez tenía que usar la presidencia a toda máquina o se caía de ella. Pero no pensó que la presidencia se le pudiera romper o quemar. Él lo está consiguiendo. Ya se le ha caído un avión, como un halcón meramente heráldico, símbolo de su decadencia. Y el jaspeado de ballet orientaloide de la Moncloa ya se le resquebraja de dormir con los patines o las espuelas.
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