La campaña anterior llegamos a los debates pendientes de si Sánchez iba a ir o no. Hasta bromeábamos con que acudiera solo (no solamente, sino solo) al de TVE, el suyo, el que estaba preparado como un invernadero para la rosa de su cara, rosa de cartel y de raza como la de una zarzuela. Ferreras le preguntaba sobre el asunto por entonces, en otra entrevista con contrapicados y mucho trávelin como para Escarlata O’Hara, y él aún contestaba que su gabinete tenía que estudiarlo y tal. Insisto: estando Sánchez en la Moncloa como una Preysler de la Moncloa, teniendo la presidencia de altavoz, de podio, de pilón de Ferrero Rocher y de yate con leopardo en el colchón de agua, para qué va a ir a un debate en el que lo pueden humillar empolloncetes y meritorios. Sánchez no quería estar en los debates como creo que no quiere estar, en realidad, en política, sino sólo en sus saloncitos de billar y coñac. Por eso él lo que quiere es que lo invistan o lo vistan, como un Cristo acicalado por monjitas ruborizadas, para ya no tener que hacer más política, sino limitarse a aparecerse a preñadas y pescadores con un versículo progresista.
No se trataba de ganar sino de mantenerse, de no caerse del pedestal presidencial, que cuenta más que cualquier zasca en el debate"
Sánchez fue a los debates de mala gana y cubierto de un aceitillo protector, el popurrí social-populista que recitaba bajito y acampanillado, como los cuentos de dormir niños. Con eso y el miedo a la derechona, capote viejo como la misma chaqueta de pelusa obrera de Alfonso Guerra, contestaba o esquivaba todo. No se trataba de ganar sino de mantenerse, de no caerse del pedestal presidencial, que cuenta más que cualquier zasca en el debate. Lo suyo es la resistencia, agarrarse a la Secretaría General del PSOE o a la Moncloa por un aldabón leonado o un caño de una estatua meona, y esperar el agotamiento de los demás.
Vox sobrevoló aquellos debates como el aguilucho de sus fantasmas, pero ahora Vox va a estar allí, y ésa va a ser la gran diferencia y la gran ventaja para Sánchez. Santiago Abascal no sabe de nada, no va a saber hablar de nada, salvo sacar pecho de señora portera o de legionario con camisa de botones de bala. Vox sigue siendo lo mejor que le ha pasado a Sánchez (junto con las interpolaciones del juez De Prada en lo de la Gürtel). Sánchez podrá sacar la momia de Franco como el que saca cecina o sesos en el vagón del expreso, o el feminismo en aerosol, como un repelente, y toda España verá cómo Abascal se persigna y se retuerce. Sánchez apretará el botoncito del calambre cada vez que quiera que aparezca el demonio de Tasmania de la ultraderecha y allí estará Abascal, rechinando, para servirle. Cada “voto a Bríos” del Curro Jiménez velazqueño que parece Abascal levantará los tendidos más de sombra de la derecha, pero a Sánchez lo hará parecer más centrado, más voto útil, más solución entre su target, el centro izquierda comodón.
Casado, que en aquellos dos debates parecía que tenía indigestión, y Rivera, que daba como zapatillazos de madre, iracundos, bajunos, pero en el fondo percibidos como justos de una manera como deuteronómica, cambiarán los dos el tono. Casado aparecerá más maduro y más estadista, firme sin desbarrar, y Rivera no sé si menos matón pero desde luego más útil, por la cuenta que le trae. Sánchez, claro, intentará diluirlos en ese discurso de las tres derechas que están ahí para atropellarlos a él y al progreso como con su trolebús de toreros, tonadilleras, escopeteros, talabarteros y fans de Marta Sánchez, señalando a Abascal que efectivamente parece un conductor de trolebús cabreado.
Si Sánchez se distancia de Iglesias en el debate, le dará la razón. Si se vuelve a pegar a él, resucitaría al Frankenstein que sigue llevando en la maleta de descuartizador"
Pablo Iglesias es el que creo que puede desequilibrar el debate. Iglesias, herido de despecho, ya con voz de bolero más que de rap, puede sacar a Sánchez de su cómoda y colorida cacharrería de suvenires de la izquierda para colocarlo en la ambigüedad interesada, sospechosa y como fenicia del puro negocio. No puede ser muro ni seguro contra la derechaza quien no ha querido pactar con el que está a su izquierda, diciendo además que son como tábanos que no le dejan dormir; alguien que además busca abstenciones o complicidad al otro lado, ya en esa tierra de Mordor, con llamas y jinetes negros que salen de la sima de Colón. Si Sánchez se distancia de Iglesias en el debate, le dará la razón. Si se vuelve a pegar a él, resucitaría al Frankenstein que sigue llevando en su maleta de descuartizador. Puede ser la parte más interesante, porque lo demás ya lo conocemos, se ponga Casado más filosófico o se vuelva Rivera más manso.
Cataluña estará ahí, pero de nuevo Abascal saldrá en auxilio de Sánchez. Ante el caos, el dejar hacer, la contemplación fondoncilla de Sánchez de un conflicto que ha empeorado y se ha envenenado aún más ante su sesudo rascar de ombligo o de colodrillo, la imagen de Abascal cargando la escopeta con su sal gorda puede ayudar al presidente a aparecer de nuevo como un conciliador, no como un frío comerciante. Por eso Casado y Rivera deberían ofrecer soluciones que no parezcan del sargento de semana en la cantina, entre salivazos, serrín y cinchas.
Sánchez estará ante cuatro políticos que, tirando cada uno de su lado, pueden desmontarlo hasta dejar sólo un bello esqueleto articulado"
Sánchez no quería debates, y tampoco, curiosamente, los quería Vox, como confesaron en un chat privado. A Sánchez no es que le entusiasmen ahora, pero esta vez va a tener allí a su némesis y muleta, al que esas encuestas de matemática temblona han vuelto a subir a su viejo caballo enjaezado de banderitas y moscas, como un caballo de feria. Sánchez volverá a usar la pringuecilla que hace inmune a la izquierda, los significantes vacíos pronunciados con tono envolvente de hipnotizador o ladrón de diván, y la derecha trifálica esta vez presente allí con un verdadero líder priápico, y con eso nos mostrará de nuevo ese tapón de pelo que él llama bloqueo y que en realidad es sólo suyo, puro bosque desbrozado de su ombligo y ombliguismo.
Sánchez se presentará otra vez como única alternativa, cosa normal porque considera que todo lo que no sea él no es ya algo ajeno a la política, sino incluso a la moral. Las campañas parecen regurgitadas, es cierto, y los debates aburren como las reposiciones de Steve Urkel. Pero aún puede haber emoción. Sánchez jugará conservador y confiará en que Abascal le haga bastante trabajo sucio. Pero si se anticipan a sus trampas, Sánchez estará ante cuatro políticos que, tirando cada uno de su lado, pueden desmontarlo hasta dejar sólo un bello esqueleto articulado, allí junto al montón de plumas de su relleno y la piscina de Ferrero Rocher.
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