Este debate ha servido para muy poco si de lo que se trataba, o trataban los contendientes, era de sumar más votantes a sus siglas. Porque ninguno de ellos estuvo catastrófico, de modo que haya sido evidente que con sus intervenciones había perdido apoyos a chorros, ni tampoco ninguno estuvo especialmente brillante ni se llevó el debate metido en el bolsillo.
Fue una confrontación viva en algunos momentos pero lo que fue sobre todo es larga, muy larga y muy tardía. De entrada, es una desconsideración inadmisible la elección de semejante horario porque el debate terminó rondando la una de la madrugada, unas horas en las que la mayor parte de los españoles que trabajan deben de estar ya en la cama y durmiendo. Y se supone que este debate se hacía para que los ciudadanos tuvieran la oportunidad de decidir definitivamente su voto. Pero la realidad demostrada fue que la ciudadanía y sus necesidades reales les importan bien poco.
Dicho esto, que es importante por lo que significa, examinemos la actuación de cada uno de los intervinientes en el debate. Empecemos por el principal, que para eso es el presidente del Gobierno, aunque lo sea en funciones. Pedro Sánchez no estuvo bien. Y no lo estuvo porque no entró a discutir prácticamente ninguna de las cuestiones que se suscitaron durante toda la noche. Pero tampoco se puede decir que perdió el debate. Se quedó en tablas, lo que es tanto como decir que ni fu ni fa. Una intervención perfectamente prescindible.
Hay que volver a reclamar los cara a cara y la regulación por ley de los debates electorales. Porque esto ha sido un camelo
Con la mirada permanentemente baja, como si le fuera la vida en lo que ponían los papeles que descansaban en su atril, se comportó más que como un candidato como un gobernante en ejercicio y se permitió hacer anuncios de nombramientos futuros -Nadia Calviño, vicepresidenta económica del futuro gobierno- que estaban completamente fuera de lugar.
Sánchez no había ido allí a discutir sino a hacer promesas de gobierno. Es decir, a utilizar sin cuento y sin medida su cargo actual de jefe del Ejecutivo. Un momento muy arriesgado desde el punto de vista de los espectadores fue cuando anunció un proyecto de ley por el que se tipificará en el Código Penal la convocatoria de referéndums sin tener competencias para ello. Es decir, propuso recuperar lo que el socialista Rodríguez Zapatero derogó en 2015, y a lo que él mismo votó en contra ¡en febrero de este mismo año 2019! cuando el Partido Popular planteó volver a incluirlo como delito en el Código.
Hay que tener mucha sangre fría para anunciar esa propuesta sin que se le mueva un pelo. Pero lo hizo, dese luego con intenciones claramente electoralistas, lo cual significa que puede que no lleve nunca a cabo esa iniciativa. Pero hizo algo más que favoreció muy claramente a su destinatario, que quedó también favorecido por el poco caso que le hicieron los otros participantes en el debate: ignorar olímpicamente a Santiago Abascal, el líder de Vox, que se encontró así con un enorme terreno sin obstáculos para lanzar con toda comodidad sus mensajes.
Porque hay bastante acuerdo en considerar que Abascal ha salido vencedor de esa contienda. Y no es exactamente así porque contienda con él no hubo prácticamente ninguna salvo algún pequeño dardo lanzado por Pablo Iglesias a propósito de su condición de víctima de ETA, dardo que le fue devuelto por él al de Podemos con prontitud y contundencia.
Abascal no ha ganado ningún debate porque nadie ha debatido con él. Lo que ha ganado han sido unos minutos de oro para exponer en solitario sus planteamientos
El caso es que Abascal no ha ganado ningún debate porque nadie ha debatido con él. Lo que ha ganado han sido unos minutos de oro para exponer en solitario sus planteamientos. Tuvo además la inmensa suerte de quedar situado en el centro mismo de la disposición de atriles. Sólo tenía que levantar la mirada y dirigirse a su cámara para hablar con los ciudadanos, cosa que hizo una y otra vez sin que nadie le interrumpiera.
Naturalmente, todos los participantes tenían su cámara para captar su imagen de frente pero ninguno como Abascal la aprovechó con tanto resultado. El líder de Vox actuó como si fuera un solista de un quinteto de cuerda. Y por eso se le escuchó con nitidez meridiana y se pudo apreciar sin controversias ni interrupciones el calibre de su mensaje. Hay que suponer que en la sede de ese partido estarán dando hoy gracias al cielo por el desprecio que le profesa la izquierda y la desconfianza y la prevención que sienten hacia él las dos formaciones del centro derecha, todo lo cual permitió a Santiago Abascal entonar un "solo" a satisfacción plena de su público. Por eso casi todo el mundo dice que ha ganado.
Pablo Iglesias suele ser bueno en los debates y en general en todas las comparecencias televisivas. Este lunes no fue diferente. Su problema es que insiste tanto, tanto, en la necesidad de volver a las andadas, es decir, de repetir su letanía de la coalición de gobierno sin que el presidente le haga ni el menor gesto de que está empezando a considerarlo, que su imagen volvió a tener ese ribete patético que a punto ha estado de hundirle electoralmente, cosa que no ha sucedido, según todos los sondeos, porque Sánchez ha fracasado estrepitosamente en su intento de adjudicarle la responsabilidad de esta repetición electoral.
Y porque el grado de humillación a que el PSOE sometió a Podemos en los últimos meses -el último anteanoche, con el anuncio del nombramiento de una nueva vicepresidencia, lo que deja absolutamente en el aire las aspiraciones de Iglesias y Montero- ha provocado una reacción de apoyo a la víctima que le va a reportar al partido morado una caída menos brutal que la que se anunciaba antes del verano.
Rivera fue el que peor estuvo y no logró salir del agujero que él mismo ha estado cavando con sus propias manos desde el día siguiente a las elecciones de abril
Albert Rivera. No atina el hombre, no atina. Guardaba en el atril una gran cantidad de cachivaches con los que pretendía causar la sensación del público. Pero, al margen de que lo que blandió en primer lugar no era un adoquín sino un trozo de acera -confusión excusable teniendo en cuenta el fin que él perseguía- sacó papeles y fotos que ninguno conseguimos leer ni interpretar. Aquella lista por las dos caras que agitó delante de Pablo Casado y de Pedro Sánchez podía ser un salmo de la Biblia o la lista de invitados de una boda de postín.
No pudimos verla ni siquiera en el más mínimo detalle y Rivera no se molestó en leernos al menos los dos o tres primeros epígrafes. No pudimos saber, en consecuencia, qué ponían aquellos folios pegados unos a otros y, por eso mismo, no teníamos por qué creerlos. Rivera estuvo nervioso y un poco faltón y volvió a cometer el error de los debates de las elecciones de abril: sacudir por igual al PSOE y al PP porque se ve que no ha abdicado de su pretensión de cortarle el paso a Pablo Casado en la carrera por el liderazgo de la oposición, un puesto que el líder del PP va a revalidar sin ninguna duda el 10 de noviembre. En definitiva, Rivera fue el que peor estuvo y no logró salir del agujero que él mismo ha estado cavando con sus propias manos desde el día siguiente a las elecciones de abril.
Finalmente, Pablo Casado. Estuvo correcto, bien pero sin entusiasmar más que, suponemos, a sus propios seguidores. Dio la impresión de no querer arriesgar la muy favorable posición que le auguran los sondeos y pareció demasiado contenido, un poco "amarrategui". Desde luego no perdió el debate pero tampoco lo ganó. Se mantuvo en esa zona neutra en la que se cobijaron casi todos los contendientes con la excepción de Santiago Abascal que aprovechó la primera oportunidad real de mostrarse en público tal cual es él y también su partido. Los resultados electorales de la noche del 10 de noviembre dirán si el líder de Vox aprovechó bien su tiempo de exposición televisiva.
En fin, un debate que no ha conseguido despejar ninguna incógnita y que probablemente no haya movido votos en cantidades relevantes. Por lo tanto, un debate que ha dejado en el aire la evidencia de que esta fórmula de todos contra todos y de una sola vez no sirve para casi nada. Hay que volver a reclamar los cara a cara y la regulación por ley de los debates electorales. Porque esto ha sido un camelo.
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