Dos momentos, dos, fueron especialmente bochornosos en el debate del pasado lunes. Uno lo protagonizó Santiago Abascal, cuando afirmó que sólo se convenció de la necesidad de desmontar los chiringuitos públicos mientras se lo llevaba crudo en uno de ellos. Percibió 331.000 euros en cuatro años. Sólo entonces, con los bolsillos llenos, cayó en la cuenta de que esas organizaciones son poco menos que un atraco a cara descubierta al ciudadano. Como Abascal ató cabos y llegó a esa conclusión, y como en El Hormiguero afirmó que trabajó un tiempo en el sector privado (el equivalente a un suspiro), ya se puede confiar en el líder de Vox.
El otro gran momento del coloquio lo protagonizó Pedro Sánchez, el otrora Unabomber de Ferraz y hoy empeñado en transmitir la imagen de hombre de Estado -centrado y moderado- con una sobreexposición mediática inaudita. Y es que hacer olvidar a los ciudadanos quién has sido o has dicho ser hasta el momento no es fácil.
El secretario general de los socialistas alcanzó su cargo con un discurso contra el establishment. Habló de las presiones que recibió por parte del Ibex 35 y de sus medios satélite para hincar la rodilla en su duelo contra Susana Díaz y para no formar un Gobierno de izquierdas. Y pactó con Iglesias un proyecto presupuestario del que se desprendía una idea clara: los ricos pagan pocos impuestos y tienen que aportar más.
Como los vientos políticos han cambiado de dirección y han comenzado a erosionar a Albert Rivera- y como los disturbios de Cataluña todavía están presentes en la memoria de los ciudadanos-, a Sánchez le ha dado por cambiar de opinión y alejar su discurso de la izquierda. Cosa, por cierto, que ha causado cierto malestar en Ferraz, tal y como han señalado algunos medios. Como consecuencia de todo ello, en el debate no dudó en atacar a Pablo Iglesias con un arma que sabe que le causa hemorragias al líder de Unidas Podemos: Amancio Ortega.
Repito: en octubre de 2018, los socialistas pactaron con la formación morada unos Presupuestos –nonatos- que incluían una ‘subida fiscal’ a los ricos y a una parte de las grandes empresas. El otro día, como si alguien hubiera borrado el rastro de todo eso de la hemeroteca, Sánchez dijo: "He escuchado al señor Iglesias criticar a Amancio Ortega por hacer donaciones para la lucha contra el cáncer infantil", señaló Sánchez, "¿dónde está el problema? (…)"Discrepo de la forma que tiene usted de comprender el empresariado".
Vientos de cambio...
El mensaje evidenció el cambio de estrategia del candidato que alcanzó el trono de Ferraz contra el poder económico y las vacas sagradas socialistas: los empresarios no son los enemigos de la centro-izquierda de este país. Hace unos meses, se hablaba de aumentar el impuesto de sociedades, de una tasa sobre las transacciones financieras, de las sicav y de los paraísos fiscales. En poco tiempo, el discurso de Sánchez se ha moderado y se ha desmarcado del de Podemos. Para hacerlo evidente, en el debate incluso aprovechó para anunciar que Nadia Calviño será vicepresidenta económica si el PSOE gana las elecciones. La ortodoxia bruselense frente a las voces más cercanas a la izquierda morada. Moderación frente a política económica ‘social’.
A la poca contribución de Amancio Ortega a las arcas públicas ya sólo alude Pablo Iglesias. A Sánchez se le ha olvidado su discurso sobre la fiscalidad de las grandes fortunas. Es evidente que el cáncer duele en los votantes porque, quien más, quien menos, lo ha padecido en primera o en tercera persona. El líder socialista sabe que la postura de Unidas Podemos no es precisamente popular, por eso atacó a Iglesias por ese flanco.
El cambio de posición de Sánchez no se explica su evolución intelectual o en algún tipo de iluminación mariana, sino en sus anhelos demoscópicos.
Sobra decir que la hipocresía que exhiben los dos partidos con respecto a este asunto es enorme. Primero, porque Inditex no paga menos impuestos de lo que le corresponde, pese a que Iglesias defiende que tendría que pagar más. Por tanto, no se pueden criminalizar las donaciones de Ortega. Y, segundo, porque el cambio de posición de Sánchez no se explica su evolución intelectual o en algún tipo de iluminación mariana, sino en sus anhelos demoscópicos, que le han obligado a virar hacia el centro y jugar al despiste a la hora de hablar de fiscalidad.
En cualquier caso, el fariseísmo de estos dos partidos también lo exhibió algún otro candidato en el debate, que soltó una catarata de propuestas sociales que implicarían un aumento del gasto público, lo que aumentaría el déficit u obligaría a subir impuestos. Ocurre igual en cada campaña: los mítines se convierten en una especie de lectura colectiva de la carta a los Reyes Magos.
Más allá de esto, no deja de llamar la atención que hgace algo más de un año, el Ejecutivo defendiera subidas fiscales de 5.678 millones de euros, entre otras cosas, con la creación de impuestos a las empresas y con una mayor carga sobre las rentas más altas. La CEOE criticó entonces con rotundidad estas medidas, en cuanto a que afectaba al tejido producto. Hoy, Sánchez habla de los empresarios como aliados para distanciarse de Iglesias. Y cualquier podría tener la sensación de que este tipo le está tomando el pelo.
En el fondo, da igual, porque la memoria es corta y los gurúes de eso que ahora se llama ‘fact checking’ sólo miran en la dirección que les conviene. Pero no deja de ser lamentable.
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