A veces nos creemos que los debates electorales van a ser confrontaciones intelectuales cuando son subastas, escaparates del Barrio Rojo, pescadería de la carne y del morbo, con sangre picada y promesas colgonas como un tetamen con piel de pollo. Los cinco salvadores del país, que no habían salvado nada hasta ahora, se peleaban por el votante indeciso ofreciéndole por segunda vez lo mismo que no habían sido capaces de cumplir antes, ni separados ni juntos, todo en un ambiente de turno de ambulatorio, con conversaciones sordas de achaques, agravios, fingimientos y flemas. No era culpa del formato del debate, con luz y tiempos de bolera, sino el formato de nuestra política.
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