A Rosalía hay que mirarla, hay que mirarla mucho. Cada gesto, cada diente, cada pelo, cada zapatillazo, cada vocal larga y cada consonante dura. En ella todo tiene un porqué, todo está pensado y, lo mejor, todo está pensado bien.

Ahora aparece con entrecejo a lo Frida Kahlo y la dentadura de quilates, agitanada. Con un vestido que parece el de la Duquesa de Alba de Goya y zapatillas de plataforma blanca. Con ella en el centro de lo que podría ser como una plaza de toros en un videoclip absolutamente desatado, lleno de guiños y desafíos estéticos que ya le son propios.

Porque en Rosalía todo es ayer y es hoy. Todo es todo, cuando esto significa enmudecer a los flamencos más puros con su disco Los Angeles, llegar a Coachella para ‘petarlo’ con un reguetón y decirle al trap que ella entra sin que nadie la invite, y que se ‘carga’ de paso sus maneras para establecer las propias.

Entrar con fuerza en la música requiere una alta dosis de seguridad en una misma. Rosalía ha llegado para desobedecer cualquier orden, para decirle al género que el género es ella y mantener a los puristas en las salas pequeñas. En su sala de despiece.

Lo lleva haciendo desde el principio, pero es que en A palé, encima, manda a la industria a pastar. Cuando las mujeres que triunfan en lo más comercial de la música buscan la estética establecida, ella opta por hacerse grande en lo crudo. Lo que el resto elimina ella lo asume y lo reivindica, y hace de su cuerpo un lienzo fiero y lo convierte en arte. «Mira esta roca cómo brilla». Ro-sa-lía.