Hay un vídeo que circula por internet en el que un reportero le pregunta a dos chicas a quién votarán en las elecciones. Tras escuchar estas palabras, la más alta afirma: “Yo, a Vox”. La compañera, sorprendida, exclama: “¡Hostia, Lucía!”. Y se queda con la boca abierta. Ella iba a votar a Podemos. Y la otra es su amiga. Y va a votar a Vox.
Pocas horas antes de las elecciones generales de abril, el periodista de un medio progresista, cámara en mano, cazó a un obrero que transportaba una placa de pladur sobre su cabeza, ligeramente encorvado. Le preguntó a quién pensaba apoyar en las urnas y dijo el mismo partido que Lucía: Vox. “¿Pero tú no tienes conciencia de clase?”, cuestionó el reportero. “¿Qué conciencia? Si yo he ganado mucho más dinero cuando gobernaba la derecha”, respondió el albañil.
A veces, resulta difícil salirse de los engranajes sobre los que se mueve lo cotidiano y renunciar a los automatismos. Con la política, también es sencillo caer en la pasividad y en el razonamiento de “sota-caballo-rey”, especialmente en tiempos como estos, de sobreexposición de candidatos, en los que se repiten los mismos mantras una y otra vez. La comunicación política -omnipresente- siempre trata de simplificar la realidad y a pastorear a la opinión pública con un peligroso maniqueísmo. Y eso, junto con el desgaste de los partidos tradicionales y los efectos de las crisis, explica el auge de la izquierda y la derecha populistas. También, razonamientos tan estúpidos como el que dice que un obrero no tiene conciencia de clase por votar a Vox. O el que sostiene que España está llena de enemigos de 'la patria', en cada esquina, porque no comulgan con una determinada visión de país.
La inutilidad del cordón sanitario
Llama poderosamente la atención, a estas alturas, que todavía haya gurúes de la política en las tertulias televisivas que defienden a ultranza los cordones sanitarios. Consideran que los medios no deben hablar de la extrema derecha, a riesgo de contribuir a contagiar a la población de su ideario xenófobo (sic). Los mismos mensajes los lanzaron cuando Donald Trump oficializó su candidatura a presidir Estados Unidos y previamente al referéndum del brexit. Y su conclusión es que estas fuerzas disruptivas crecieron debido a la inconsciencia de la prensa, que amplificó sus mensajes, aunque fuera negativos para ellos. Que hablen de mí, aunque sea mal.
Su razonamiento obvia varias cosas. La primera es la relativa a los efectos que ha generado en la sociedad la 'gran recesión', que ha polarizado a una parte de la opinión pública, en lo que podría definirse como una ley universal que se cumple habitualmente en los momentos en los que la gente aprecia que tiene menos dinero en el bolsillo porque la cosa se pone fea.
Los reyes desnudos suelen desmontarse cuando se exponen en público, no cuando se refugian en sus aposentos
También ocultan, de forma interesada, que los medios ya no tienen el monopolio de la información y que su importancia en la sociedad es más relativa que nunca. Por tanto, el silencio de la prensa y las televisiones ni mucho menos garantizaría que los extremistas quedaran en el anonimato. Quizá ayudaría más a neutralizar a la derecha populista el abandonar el amarillismo y el 'todo por la audiencia'. El que lleva a dedicar toda la mañana en las televisiones y una buena parte del tiempo de los informativos a todo tipo de sucesos truculentos, que refuerzan el falso y repugnante argumento de que España es un país inseguro. Y en el que los inmigrantes delinquen de forma impune.
Todavía resulta más chocante la actitud de Vox, que ha denunciado en reiteradas ocasiones los intentos de la prensa de acallarles, pero que, a la vez, ha vetado a diversos medios de comunicación en sus actos de partido. Los últimos, a los del Grupo Prisa.
Algo insostenible
El partido de Santiago Abascal vive de las verdades del barquero y las bravuconadas que tan fácilmente enganchan a los desencantados con el sistema y a quienes definitivamente se han ahogado en su propia bilis, como algún ilustre de esta profesión que es el periodismo, hoy con sillón y chapita de partido. En tiempos de corrosión, siempre es más fácil salirse por la tangente con un discurso renovado, pero agresivo, y convencer a los descontentos.
Abascal es consciente de que 'es quien es' gracias a la gran tara del sistema de partidos. Sus rivales, torpes, ponen el foco sobre su período al frente de un chiringuito público y el líder de Vox sale fácilmente al paso, al asegurar que eso forma parte de una etapa anterior y que, de hecho, él mismo pidió la disolución de la fundación para la que trabajaba.
La clave está en el porqué llegó ahí y en los motivos por los que pudo cobijarse en esa cueva. Hoy, son algunos los liberales que se han refugiado en Vox porque consideran que su programa económico es el que más se ajusta a lo que necesita el país, pero obvian el contexto en el que se forjó la figura política de Abascal, que es el de ese castucismo que ha campado a sus anchas por las instituciones durante décadas -que es anti-liberal- y que tan buen trato ha dispensado a sus hijos adoptivos. Los 331.000 euros que ingresó durante su estancia en la fundación son lo de menos. La clave es el motivo por el que llegó ahí. Lo grave es esa forma de protegerse de las más siniestras familias del poder.
Vox ha sido capaz de decir en público lo que el padre de familia dice el domingo en la comida familiar, pero se calla en la oficina
Los reyes desnudos suelen desmontarse cuando se exponen en público, no cuando se refugian en sus aposentos. Basta con dejarles hablar. Hace unas semanas, hubo quien se opuso a que Abascal apareciera en El Hormiguero y acusó a Pablo Motos de blanquear el fascismo. Estas mismas personas respaldaron unos meses antes la entrevista a Arnaldo Otegi en el Canal 24 Horas. Quien firma este artículo defendió ambas intervenciones. Desde la extrema derecha y la extrema izquierda lanzaron mensajes contradictorios al respecto: ahora sí, ahora no. A Otegi por supuesto. A Abacascal, ni en pintura. Y viceversa. Dicen que en este país faltan referencias intelectuales y, desde luego, cuesta mucho quitar la razón a esas voces.
Dicho esto, no creo que los medios que esconden interesadamente determinada información -como el dato del paro el pasado 5 de noviembre- y quienes acostumbran a pedir vetos para unos y para otros tengan ahora la oportunidad de lamentar el suyo propio a viva voz sin ahogarse en su propia hipocresía. Tampoco creo que sirva de nada la ocultación en la prensa de los mensajes patrioteros de Vox. Ni mucho menos criminalizar a Lucía o al albañil porque deciden votarles. Quizá la clave es acercarse a sus problemas y cerciorarse de los motivos que les han llevado a apoyar este extremo. Nunca denostarles, como suele hacer la izquierda de dedo meñique levantado.
Vox ha sido capaz de decir en público lo que el padre de familia dice el domingo en la comida familiar, pero se calla en la oficina. Quizá la fórmula para evitar esto no sean los vetos, sino explicar que Abascal y compañía son hijos putativos de la parte más corroída del sistema.
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