Allí estaba Rufián, en su taburetito de bar, en su actitud de bar, con la cabecita bailona y meneona como el cubata bailón y meneón de los puretas mirones. Era el debate de los candidatos por Barcelona, que organizaba La Vanguardia, y en el que el independentismo travoltín dejaba su ambiente de sábado pringoso y malogrado. Cayetana, que sigue siendo cuando habla como una reina de ajedrez, alta, recta y mortal, tomaba las palabras que ya habían convertido a Rufián en botifler, en un chulito domesticado, como el adolescente cimarrón que es pillado por el padre cuando regresa doblado de la discoteca. Le recordaba Cayetana eso de que ninguna idea de Cataluña o de España legitima la violencia, que dijo Rufián únicamente cuando el fuego de Barcelona empezaba a comerle ya los zapatos de gamuza azul. Y Cayetana le preguntó: “¿Y el País Vasco?”. “Tampoco”, aseguró Rufián desde el otro extremo de la barra, masticando/escupiendo la palabra como un hielo o como un huesecillo de limón. “¿Qué tienen ustedes con Otegi?”, insistió Cayetana. Y entonces Rufián, cansado de mala noche, cansado de cubata aguado, cansado de que le pisaran la gamuza azul, cansado quizá de no tener nada sino la misión de fracasar con ridiculez y brillantina cada vez, le soltó: “Bah”.
Otegi, bah. Un terrorista, bah. 850 asesinatos de ETA, bah. Sacarle eso, cuando está en juego la patria mitológica, melancólica y dineraria de unos burgueses de Vichy Catalán, tamponcillo heredado y charlestón del Ensanche; e incluso otra patria, que no es la misma, la patria triste y acomplejada de los charnegos, a los que hacen sentirse por allí como moros a menos que se abracen incluseramente a esa mitología (ésa es la patria de Rufián). Otegi, bah. “¿Qué hacen ustedes paseándose con Otegi? ¿No les produce cierta angustia moral?”, seguía Cayetana. “¿Ya?”, le decía él, como con ganas de irse a mear el cubata. Otegi, bah. A ver si nuestra enclenque democracia, que sólo es un franquismo con AVE, una borbonada con toreros y tenistas, va poniendo en orden sus prioridades. Primero los infantilismos sentimentales de regiones privilegiadas y mimadas, que por supuesto se ponen por encima de las leyes, de la Constitución y de los derechos individuales. Y ya al final, si eso, nos preocupamos por los terroristas, los sediciosos, y los que hacen que los terroristas y los sediciosos tengan en su mano o en su pico ganchudos el gobierno del país. O sea, metemos a Rufián, Otegi y Sánchez.
Sánchez tiene que conseguir el apoyo de un partido sedicioso, con un líder sedicioso, condenado a 13 años de prisión, que aún sigue diciendo que lo volverá a hacer en sus maitines en el trullo
Ahora no sería Rufián, no. Sería el socialista (no tiene ni que ser del PSC), aunque también el podemita de cualquiera de sus hordas, todos esos que se emocionaron con aquel abrazo (en aquel saloncito de amor de canapé y de arpista se oyó un “oooh” de película de Sisí). Pero sobre todo sería el socialista, el sanchista, que tiene que justificar que su jefe se haya borrado de nuevo la mente, y también la del votante. El socialista, el sanchista, con ojos llorosos de Candy Candy, emocionado con el abrazo entre mexicano y sifilítico de un presidente prestado, temeroso de ser derrocado otra vez, y el líder local de la ideología que más ha fracasado en la historia, con una nueva oportunidad de ver a la miseria hacer sus panales verdosos frente a sus recios palacios gubernamentales. Ahora sería el socialista, ése que nos habla de prosperidad, igualdad, progreso y justicia porque dos náufragos, dos supervivientes muertos cien veces ya, han firmado un folio y medio que podría haber escrito una niñita de rizos y regaliz sobre las rodillas de papel de un Papá Noel de Corte Inglés.
Ahora, insisto, será el socialista. Sánchez tiene que conseguir el apoyo de un partido sedicioso, con un líder sedicioso, condenado a 13 años de prisión, que aún sigue diciendo que lo volverá a hacer en sus maitines en el trullo, entre obleas de pan duro y la santidad sacristaneja de las aljofifas. Para eso, Adriana Lastra se reúne con Rufián en su ambiente de guatequillo de ruló (ir a la cárcel a hablar con Junqueras a lo mejor le parece demasiado hasta a Sánchez). De momento Rufián dice que no, lo que nos indicará, cuando haya un sí, que hubo comercio.
Conseguir el visto bueno de los sediciosos, en fin, ni de lejos es comparable a esas corrupciones de alquilar polideportivos de la Gürtel, que nos trajeron una moción de censura santa como una cruzada. Pero Sánchez también tiene que conseguir la colaboración de Otegi, de Bildu, los que heredaron la bicha y el hacha del parral familiar. También dice, de momento, que no. A ver el comercio trampero que consiguen con ello. Así que son, resumamos: un comunismo de cineclub y porrito universitario, el contumaz escolasticismo santurrón que lidera el secesionismo catalán, y los que fueron o son ETA, o al menos los que jalearon y jalean a ETA. Ahora, decía, será un socialista, un sanchista al menos, porque no sabemos en qué cajón de tangas ha puesto ya Sánchez al PSOE. Será un socialista, un sanchista, será el propio Sánchez incluso, el que, cuando le pongamos todo esto por delante, nos diga: “Rufián, Otegi, bah”.
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