Suele decirse que alguien ha perdido el sentido del ridículo cuando hace y/o dice cosas que mueven a los demás a burlarse de él o a menospreciarle. Pero algo muy especial tiene esto de la política, porque muchas personas, que se dedican a ella profesionalmente, pierden de forma habitual ese sentido. Ya sabemos más que de sobra que lo que se dice en campaña electoral tiene poco o ningún valor. Pero, lo que a mí me cuesta algo más es hacerme a la idea de tener que admitir eso también de los periodos no “campañiles”; pero la realidad manda. Recuerdo que Felipe González nos dijo -bien que con algo de trampa polisémica en la frase- aquello de: “OTAN, de entrada no”. Pero luego, hubo de afrontar (y lo afrontó) un intenso debate interno en el PSOE antes de convocar un referéndum que ganó con apuros, porque D. Manuel Fraga (curiosidades que tiene la vida) preconizó la abstención. Y es también verdad que D. José María Aznar, luego de una campaña granítica contra el -por entonces- “sólo” nacionalismo, acabó pactando con Pujol y con Arzallus y hasta chapurreando catalán en la intimidad, y laminando para siempre el PP en Cataluña; pero esa fue su amarga victoria frente a la dulcederrota del PSOE allá por las “idus” de marzo de 1996.
Cuando dices una cosa y su contraria, sin práctica solución de continuidad entre una y otra, y sólo por no dejar el sillón, el que lo hace pierde toda credibilidad (o debería perderla)
Y no menos cierto es que Solbes mintió, (aunque me dicen que apareció con un ojo semicerrado en el debate con Pizarro) aquel 25 de febrero de 2008, cuando negó la crisis que teníamos encima más que San Pedro negara a Cristo va ya para dos mil años. Tanta convicción puso aquel superministro en mentir que yo, incluso, estuve mucho tiempo pensando que, como Zapatero no demostraba tampoco grandes luces, se había aprendido la negación de la crisis como un lorito y por eso la estuvo negando, él también, hasta que alguien le dijo que la colonia que usaba olía a crisis. Y no nos olvidemos de que Rajoy, en el otoño de 2011, sostenía, convicto y confeso, que nos bajaría los impuestos; y lo que nos bajó en aquel Consejo de Ministros del 30 de diciembre de 2011 (si mi memoria no me falla) fue la ropa que nos cubría de cintura para abajo (hablo en sentido puramente fiscal) para meternos, sin previo aviso y sin anestesia, un supositorio de la marca Montoro del que, principalmente, la nobilísima clase media española aún no ha recuperado del todo el resuello tributario. Pero ¡claro!: Zapatero, Solbes, Salgado y la otrora inexistente crisis habían dejado un déficit que le quitaba más el sueño al nuevo Presidente que Pablo Iglesias, hace tan sólo unos días, se lo quitaba a Pedro Sánchez.
Pero todo eso ya pasó, aunque esta mala memoria mía se empeñe en no olvidarlo. Sin embargo, lo de ahora, lo de Pedro Sánchez con Iglesias, me da a mí que pasa de castaño a oscuro (no faltará algún cachondo que diga o piense que qué sabe un ciego como yo de lo castaño y de lo oscuro). Pues sí Señor, sí que sé algo: tengo para mí que se envilece la política y la cosa pública cuando uno va por todas partes -como ha ido D. Pedro- diciendo que él tiene principios, que no puede ser presidente a costa de lo que sea, que D. Pablo le quita el sueño. Y, luego, en horas veinticuatro, darse el gran abrazo con aquel al que había estado denostando por pasiva y por activa. Tengo para mí también que, cuando dices una cosa y su contraria, sin práctica solución de continuidad entre una y otra, y sólo por no dejar el sillón, el que lo hace pierde toda credibilidad (o debería perderla), incluso, para aquellos que hacen puro seguidismo partidista. Tengo igualmente para mis cortos alcances que, cuando alguien hace todo eso (y muchísimas otras cosas similares y aún peores) sin ni siquiera entonar un puñetero “me equivoqué, calculé mal y ahora tengo que rehacer muchas cosas”; cuando todo eso sucede así, yo no me puedo sentir tranquilo sabiendo que personajes de este jaez son los que quieren regir la vida de los españoles (y españolas, no se me enfaden).
Si esta pareja -y sus futuros acompañantes- son los que van a acabar con el veneno inoculado en Cataluña, los que van a hacer que aumente nuestro bienestar (el de todos), prepárense, porque vienen muchos supositorios que tragar por donde sea.
Que Pedro se ande con ojo, porque donde menos te lo esperas, te salta una escisión interna
Pero, ¡desterremos el pesimismo!: yo tengo aún la esperanza de que Pedro le asigne a Pablo la primera vicepresidencia política y de coordinación general del Gobierno, un Ministerio de Interior (duplicado, si hace falta), otro de Justicia, el de Educación, el de Trabajo y, sobre todo, el de Hacienda; pero a Pedro Duque, a ese -como decía El Fari en la canción del Torito Bravo-, ¡que nadie lo toque, que lo dejen tranquilo, y no lo provoquen!, que las Universidades, sobre todo las catalanas, están que se salen.
En fin, el poder une mucho; pero, según lo que D. Pedro se vea obligado a hacer, ¡que se ande con ojo!, porque donde menos te lo esperas, te salta una escisión interna y te tienes que meter en la unidad de reanimación. Pese a todo, mientras haya puestos y cargos que repartir, no hay que preocuparse mucho, que me acuerdo ahora de lo que decía el enterrador de mi pueblo: “Yo no le deseo mal a nadie; pero el trabajo, que no me lo vayan a quitar”.
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