Me fui a ver a José Bono por los pasillos de camarote del Hotel Intercontinental, que aún parece tener cuartos de telegrafistas y pasamanos de barco. Fui, claro, por el morbo de ver qué decía cuando llegara la sentencia de los ERE. Lo pensábamos todos en aquella presentación sin peces gordos, sin azafatos, la presentación para la prensa de su tercer libro de memorias, un diario como de ambigú sobre el tiempo que fue presidente del Congreso.
Bono siempre fue ese PSOE de bonete, ese PSOE conservadorcillo de pregón, museo de cañones y colegiata. Fue uno de los grandes barones socialistas cuando lo eran de verdad, cuando ganaban durante décadas con mayorías absolutas y sus caras se confundían ya con la marca del queso de la tierra. Barones como lo fueron sólo él, Chaves y quizá Ibarra. Sobre esas baronías, sobre un partido morrocotudo que inventaba España de nuevo, se hizo grande el PSOE. Bono tuvo que inventarse una especie de socialismo cabañuelista o santero y, luego, Chaves se tuvo que inventar un socialismo de pobres que no quisieran salir de pobres. Pero los dos eran como cosechadoras para el PSOE. Ahora, aunque no han terminado igual, Bono y Chaves parecen antiguos alumnos de algo, de aquel socialismo o aquel pupitre, de aquella manaza de evangelio y coscorrones de Felipe González, como un cura.
Ni Chaves ni Griñán se llevaban nada, ni falta que hacía. Su misión, su satisfacción, su liderazgo consistía en dejar que se lo llevaran la famiglia, los clanes y el mindundi que apuntala su sistema clientelar
Bono está ahora fino, militar y como suarizado. Ha terminado siendo un emérito de la política que escribe libros con prosa de marino mercante, va a tertulias a contar batallitas y monta cenas de vieja sayona para juntar al PSOE con Podemos, como ya sabrán ustedes. Mientras esperábamos la bomba del día, yo miraba la portada del libro, el título (Se levanta la sesión) y su subtítulo (¿Quién manda de verdad?), y me acordé otra vez de Alicia y Humpty Dumpty, de aquel gran diálogo, tan político, sobre que las palabras pueden significar lo que se quiera, porque lo importante es saber quién manda.
Chaves creyó que mandaba y que las palabras, las leyes y los dineros significaban lo que él decidía. Y allí estaba Bono, que es como un Chaves que acabó bien, dejando en su libro puesto de pie, como una cítara, el preludio de lo que daría el día. Mientras Bono hablaba de su libro, que más o menos va de cómo las monarquías, los generalones, los banqueros y los diputados van rindiéndole visita bajo la presencia severa de un reloj de columna, yo miraba las veces que Bono mencionaba a Chaves en sus páginas. Pocas, y nada desde luego que tuviera que ver con los ERE. Sólo una vez, sin dar detalles, se queja de un día “duro” para Chaves porque en la sesión de control le han dirigido preguntas “especialmente inmisericordes con su familia y con su persona”. Luego lo termina absolviendo como una “persona decente, que habrá cometido errores, pero no ha metido la mano en la caja”. Errores que se llaman prevaricación, eso sí.
Ansiosos, todavía sin la sentencia comunicada, los periodistas le preguntaban si volvía a poner la mano en el fuego por Chaves y Griñán, como ya dijo una vez. Se reafirmó. Pondría las dos manos. Por su honradez y honorabilidad. E insistía en que “no es lo mismo el que comete un error que el que te mete la mano en el bolsillo”. La noticia de las condenas llegó cuando ya se acababan las preguntas y temíamos quedarnos sin percha para el artículo. Bono se desinfló un poco, expresó sentir “una gran tristeza”, manifestó su afecto por los dos ex presidentes, y volvió a poner “la mano en el fuego” porque “no se han llevado un euro a casa”.
Todo esto es algo más, es mucho más que una chorizada: esto ya es una mafia. Sí, es la diferencia que hay entre el mangante y una camorra gubernamental
Nos fuimos todos, luego, un poco estafados de que el libro fuera un dietario de mercería y de que sus absoluciones fueran unas absoluciones del cura de la familia. Pero me quedé recordando a Bono, esa absolución de Bono, el corazoncito compungido de Bono, arrugado en la mano como su PSOE de bonete, incluso con las condenas por prevaricación y malversación, con 6 años de trullo para Griñán y otros 40 años más a repartir entre ex consejeros y otros ex altos cargos. Bono, con su libro como de visitas, como una colección de carnés de baile, nos mostraba el socialismo de cotillón y dignidad, estadista e histórico, que se absuelve de todo en virtud de sus minués, de su caridad, de su linaje y de no irse con un candelabro a casa. Bono resumía muy bien ese santo pasmo que han sentido muchos ante este desenlace. Por eso yo dediqué el otro día toda una columna al símil del príncipe mísero.
Ni Chaves ni Griñán se llevaban nada, ni falta que hacía. Su misión, su satisfacción, su liderazgo consistía en dejar que se lo llevaran la famiglia, los clanes y el mindundi que apuntala su sistema clientelar, el que le debe al partido el favor, la paguita, el enchufe, la subvencioncita o el trabajito del niño. El PSOE se aseguraba el poder dando dinero público a capricho, como los caciques. Meter la mano, llevarte un taco de billetes en papel de estraza para comprarte un coche con cara de tiburón, que es lo que le espanta a Bono, eso te hace un chorizo. Diseñar, crear y mantener desde el mismo Gobierno un sistema tramposo para poder disponer del dinero público sin control y sin requisitos, para que acabe en tu suegra o en el churrero de tu pueblo o en la empresa de jamones de tu amigo; y usar eso para seguir en el poder, en el gran poder, en el poder que no son diez mil duros en putas eslavas, ni siquiera los 800 millones del fondo de reptiles; sino nada más y nada menos que manejar los 30.000 millones de presupuesto de la Junta.
Todo esto, en fin, es algo más, es mucho más que una chorizada: esto ya es una mafia. Sí, es la diferencia que hay entre el mangante y una camorra gubernamental. Bono se fue, con su paso y su traje de cura, con sus manos de poner en el fuego verdaderamente ardiendo, pero horrorizado porque se condena por una estructura mafiosa, y no por comprar leopardos para el cuarto de baño. En realidad, lo hace porque entiende esa práctica como normal. Como la entienden otros que han manifestado, a pesar de todas las informaciones, indicios, pruebas y testimonios, y del puro sentido común, que Chaves y Griñán actuaron bien y eran honrados. Incluyendo a la ministra María Jesús Montero y al mismo Pedro Sánchez. Se ha condenado a 23 años de Gobierno, a toda una época, a toda una forma de entender la política. Y a sus herederos, sus mantenidos y sus justificadores. Y hasta a los que se encogían de hombros. Toda esa gente que no ve nada raro en dar dinero público a voleo a quien se quiera, que no distingue la gobernanza de la mafia. ¿Cómo vamos a dejar que nos gobierne? Pedro Sánchez no estaba en los ERE, dicen. Pero usa el mismo hisopo que traía Bono para bendecir y absolver a la famiglia.
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