Veo a Junqueras esperando la rendición de Sánchez allí en su celda de mimbre, ascetismo y luz de sebo. Lo veo comer los cadáveres de noviembre, nueces y castañas, como pequeños fetos o calaveras de roedores. Los cadáveres de noviembre son también los de la política, otros frutos u otros cráneos pisados. La cosecha del año se clava en sus uñas, en su boca, un rumor de molino en sus dientes, una codicia cereal de labriego en sus ojos. Lo veo tranquilo, cartujamente orgulloso de su miseria de cáscaras y de sus sufrimientos de bienaventurado; lo veo severo en su venganza que no es venganza, es justicia, inevitable justicia cuando uno está haciendo la obra de Dios y está allí en una cárcel como si fuera un purgatorio con pósteres de taller mecánico.
La cárcel es algo amigable, la cárcel es algo grato, no porque se la acolchen, no porque le hayan hecho allí para él otra Catedral de Pablo Escobar, sino porque será aún más dulce y más humillante la capitulación de Sánchez. Sánchez tendrá que ir a él para que salve su gobierno, tendrá que ir a la cárcel, bañado en miel, como a un tálamo de Las Mil y una noches, para gustarle a él, a Junqueras, líder de un partido secesionista condenado a 13 años de cárcel, que decidirá si lo quiere a su costado. No vendrá Sánchez, claro, pero el que vaya, Asens por ejemplo, un paje con oro, incienso y mirra, lo estará haciendo en nombre de la necesidad y de la lujuria de Sánchez. No será como cuando fue Iglesias, queriendo aparentar poderes que no tenía. Pero ahora sí, que diría el mismo Sánchez. En la cárcel de mimbre de Junqueras entra la luz de Dios, entra el poder de los hombres, entran las castañeras con las ardillas y las estrellas muertas del mes, y entra el príncipe del país, como un Elvis de satén, a rogarle su bendición.
Sólo había que esperar, adecentar el jergón otro día más, rezar contra la letrina o la paja como un preso de Dumas, jugar al futbito con los perdedores, fingiendo ser un perdedor; barrer las galerías como un humilde ángel infiltrado, como un San Martín de Porres; curar a los pájaros que caían atravesados en las rejas, un pájaro espino como él; y lanzar no amenazas, sino promesas, como castigos de Jehová al faraón: “El referéndum es inevitable”, ha sentenciado ya Junqueras, con su cayado de serpiente, con su ejército de langostas esperando. Junqueras sabía que Sánchez lo necesitaría, y no hay nada que frene a Sánchez cuando le hace falta algo. Sánchez no es que confiara demasiado en Tezanos, modisto viejo de tangas a medida para el presidente. En quien Sánchez confiaba era en sí mismo, en su atractivo, en su baraka, en su magnetismo personal, que es como el magnetismo que hay entre el champán y las fresas o sus labios y los suspiros. Pero el presidente Martini se equivocó y ahora no puede prescindir de los secesionistas. Junqueras lo sabía y esperaba empoderado en su cárcel, en su templo abuhardillado, como un Quasimodo de su fe.
Junqueras se recrea, contempla su celda de libros desemparejados y calcetines descuadernados, o al revés. Ahí tendrá que venir, ahí tendrá que arrodillarse el presidente de España, simbólicamente al menos. Se tendrá que humillar en el mismo altar de la represión del Estado. En la cárcel le mostrará Junqueras a Sánchez quién es el verdadero esclavo, quién es el verdadero dueño. No ya Sánchez, sino España, tendrá que beber de las letrinas y comer del estómago de las cucarachas. A eso creían condenar a Junqueras, y ahora la condena es para España. Luego, los muros serán de papel, los años volarán con los gorriones, y el presidente más débil de nuestra democracia cederá lo que tenga que ceder, porque si no es presidente, Sánchez no podrá ser nada. No tiene, como Junqueras, una ideología, una fe que lo mantenga vivo en la cárcel o en el desierto. Sánchez sólo tiene esa percha de la presidencia, lo único que hace que su muñeco no se caiga como un payaso hecho de caramelos.
Noviembre está dejando sus semillas muertas y sus hijos muertos, como un pájaro a la vez aciago y providencial enviado por los dioses. Pronto vendrá diciembre, como si una luna bajara a nuestros campos, a tenderse como una sábana de madre. Cuando termine diciembre todo estará hecho. El gobierno de España infiltrado por todos los enemigos de España y de la democracia. Nacerá Dios en una España nunca vista, en una Cataluña nunca vista. Bajo la luz enrejada, haciendo de las sombras un fúnebre piano de cola, veo a Junqueras fantasear y recrearse. Creo que come nueces, castañas, pequeñas cabecitas aplastadas, pequeñas y rituales crías de mono, pequeñas efigies de Sánchez quizá. Ha resistido, ha triunfado. Sólo se enfrentaba a un vanidoso, y nada hay más fácil de comprar que un vanidoso. Sólo tenía que esperar que su vanidad lo necesitase. Pronto, todo acabará. Junqueras mira el horizonte, más allá de la cárcel, como tras una cordillera. Mira, sonriente, el crepúsculo como el sol desvendándose de sus heridas, como España desangrándose de sus heridas, en banderas y sangres rojas y amarillas.
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