Karlos Arguiñano contó este lunes un chiste en El Hormiguero y ha sido sometido al correspondiente martirio. Dicen que la confianza sube por las escaleras y desciende en ascensor; y algo parecido ocurre con la reputación. Especialmente en estos tiempos en los que cualquier salida de tono se juzga con el despiadado mazo de la corrección.
El cocinero se ha disculpado, pues asegura que le ha “destrozado” el observar la fuerza con la que rugió la marabunta. No es para menos, pues ya forma parte de la lista de proscritos. La de quienes son enemigos, culpables y cómplices sin habérselo propuesto. La broma iba sobre gallegos, muestra de que en este lugar del mundo, hasta hace no mucho, nos gustaba reírnos de nosotros mismos y distribuir etiquetas según la procedencia de cada cual. Como muestra de camaradería y sentido del humor.
El chiste decía: “Hay dos chicas argentinas y le dice la una a la otra: Graciela, ayer me violó un gallego. ¿Y cómo sabés vos que era gallego? Le tuve que ayudar”. Era un chiste de taberna humosa y desacertado en el día contra la violencia 'de género'. Pero Arguiñano no se tenía que haber disculpado. No hizo nada malo. Su único pecado fue no tener gracia.
Arguiñano cocina con el tino de las abuelas, pero también muchas veces se expresa con el desacierto del cuñado
Este hombre es campechano en toda su extensión, como lo era el rey con el que más lacayos contó en la Corte periodística. Eso le hace especialmente atractivo detrás de las cámaras y por eso su programa se ha mantenido en la parrilla durante tanto tiempo. El problema es que el lunes hizo una broma en el programa de Pablo Motos -de los más vistos de la televisión- y le han tomado la matrícula. A partir de ahora, sus chistes pasarán por la mesa del comité censor correspondiente.
Chistes prohibidos
Los españoles han pasado en pocos años de llevar la cinta de chistes de gangosos de Arévalo en el radiocasete del coche a sufrir a decenas de asociaciones de ofendidos que demuestran una enorme voracidad censora. No hace mucho, una organización llamada Sociedad Gitana denunció al cómico Rober Bodegas por uno de sus monólogos. "Consideramos este hecho como un acto de racismo, xenófobo y que genera odio hacia las personas de nuestra etnia”, criticó.
No hace falta que alguien centre el tiro siempre en el mismo para que sea señalado, cosa que revelaría cierta obsesión repudiable. Basta con un par de comentarios para acabar en la sala de vistas de un Juzgado.
Prostitutas en situación de prostitución
Las polémicas también son especialmente frecuentes por razones terminológicas. Hace unos días, el Defensor del Espectador de TVE pidió perdón porque Ana Blanco se había referido a las prostitutas, en un telediario, como “trabajadoras del sexo”. Alarmada, una asociación feminista presentó una queja, dado que consideraba que la expresión adecuada en esos casos es “personas en situación de prostitución”. Básicamente, porque cree que esa actividad no es un trabajo, sino una forma de explotación. De ahí que solicite que la televisión pública recurra a esa fórmula. Porque es de entender que 'prostituta' o 'prostituto' no se es, sino que se está.
La paranoia con las palabras alcanza su cenit cuando se observan documentos como la guía de lenguaje inclusivo que editó hace unos meses el Ayuntamiento de Barcelona. Entre otras cosas, aconsejaba que si usted tiene algún problema con una persona, le mande mejor a “freír espárragos” que “a tomar por el culo”, dado que debe tratar de evitarse la criminalización de “una práctica sexual generalmente asociada a relaciones gais”.
El folleto también pedía huir de expresiones como “trabajar como un negro”, “trabajo de chinos”, “ir como un gitano” o “no hay moros en la costa”. Y ni hablar de referirse a alguien como “personas de color” -que se empleaba para definir a los negros-, sino que es preferente definirlos como “personas afrodescendientes” o “personas racializadas”. Se puede decir aquello de que no hay ser humano sin raza y que la Real Academia de la Lengua no acepta el término “racializado”. Pero ya sería moverse por terrenos peligros. Y, a fin de cuentas, la RAE es una institución abiertamente machista y xenófoba, como seguro que ya le han comentado.
El chiste del perro...
Con todos estos ingredientes sobre la mesa, debe ser complicado gestionar la popularidad en España en estos tiempos del cólera y de la cólera. Siempre hemos tenido por estos lares fama de cainitas, pero da la impresión de que el fenómeno se ha radicalizado últimamente, cuando las hermandades de lo políticamente correcto y los grupos de presión han comenzado a observar que la queja desmedida cada vez genera mejores resultados. El propio Arguiñano tiene alguna experiencia con los indeseables. Hubo un día de 2017 en el que afirmó en una entrevista: “He tenido amigos en ETA y he tenido amigos que me ha matado ETA”.
Personajes como Hermann Tertsch obviaron el contexto y, de hecho, el periodista escribió: “Arguiñano es un miserable que siempre ayudó a los asesinos. Millonario como tanto agitador antiespañol gracias a las teles públicas y duopolio”. Desconozco si el mensaje -recogido por varios medios y hoy desaparecido- mereció una querella, pero debería haber sido así.
Sería hipócrita conceder a los defensores del chiste más crédito que a los detractores. Y, no nos vamos a engañar, la broma no era de buen gusto. Pero Arguiñano no es un monstruo por eso. Y no debía haber pedido perdón.
Es fácil de predecir que no volverá a contar chistes con tanta libertad. Tampoco usted. Porque, a este paso, los fundamentalistas de la neolengua obligarán a que el animal de la especie perro aparezca antes de que el ser humano (sin que importe su sexo) que lo tutela (nunca su dueño/dueña) pregunte a la persona que ejerce de agente de la autoridad (sin que importe el sexo) si ha visto a su mascota. Mascota con plena autonomía y en situación de reconocimiento de todos los derechos, claro.
En vista de todo esto, ¿alguien tendría actualmente el valor suficiente para editar cualquier cosa de un genio de lo incorrecto, como Tom Sharpe? Vivimos tiempos oscuros.
Karlos Arguiñano contó este lunes un chiste en El Hormiguero y ha sido sometido al correspondiente martirio. Dicen que la confianza sube por las escaleras y desciende en ascensor; y algo parecido ocurre con la reputación. Especialmente en estos tiempos en los que cualquier salida de tono se juzga con el despiadado mazo de la corrección.
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