Ahora Torra pide mártires, o le inspiran los mártires, él que también quería ser mártir y por eso se arrojó al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña como el que se arroja al tren expreso. Un mártir por inhabilitación, de todas formas, es poco mártir, es como un mártir con pupa de mercromina. Ni queriendo les sale a ellos eso del martirologio. A ver qué martirio van a aceptar en una revolución que hacen funcionarios consagrados al desayuno y pijos consagrados a la marca Hermès.

El procés ha tenido hasta ahora unos mártires de tapetillo, que morían como en el parchís, con su ficha amarilla comida en la merienda; unos mártires fingidos, que te hacían el penalti piscinero ante el policía y se entablillaban el dedo de hacer peinetas; unos mártires del relente, con el culo frío de los bordillos, de las acampadas, de los botellones de los niñatos; unos mártires de sanatorio, al sol de jardincito, membrillo y termo de las cárceles amigables; unos mártires de aristocracia rusa, con las perlas ensombrecidas y el champán amargo del exiliado; unos mártires de mesa camilla, con la angustia y la crueldad de la opresión española manifestada en TV3. Lo más cárdeno que tienen es ese martirologio corderil de aquellos ilusos que salieron el 1-O a oponerse a un mandato judicial con su osteoporosis y tal. Aunque no dice mucho de la valentía de una causa mandar a los viejos o a los padres con niños en la chepa a buscar palos.

Me esfuerzo, como ven, por buscarles mártires y así darles la satisfacción, una vez más en la historia, de perder desconsolada y llagosamente. Pero no resulta fácil, no. Eso sí, me refiero, claro, a los mártires de la causa indepe. Es el otro lado, el demócrata, el que tiene mártires de verdad, los señalados, los acosados, los expulsados de la vida civil y de sus derechos ciudadanos por un totalitarismo que no deja sitio para otra cosa y aún se dice esclavizado. Aún se quejan de que les han invadido con la mercería de uno de Cs, o con una infantita que viene a dar premios como de patinadora; de que atenta contra sus derechos humanos la presencia andrajosa de los españoles sin catalanizar, por ahí provocando, andando por las calles como tal cosa o poniendo un café con leche sin diccionario ni cédula de catalanidad.

Torra pide mártires, o infunde la idea luminosa y elevadora del mártir, aunque no lo veo yo a él con pistola en el zurrón o con bomba marca Acme

Torra se ha dado cuenta de lo que hay, una revolución de cineclub, de claustro de primaria, de burócratas de ventanilla, de burguesía de capillita y de pijos de internado suizo. Unos revolucionarios a los que, incluso para que se pongan gamberros, para quemar los coches y los charcos de las ciudades, les tienen que despejar las calles, encerar los aeropuertos y darles lumbre como hacían los serenos. Torra, pues, pide por fin mártires de verdad, o fantasea con mártires de verdad, no con gente que se desmaye en la platea del Liceo con su tiro amarillo en el pecho, igual que en Tosca. Torra sólo ve payasos de Micolor descoloridos en amarillo, cartujos en cárceles de retiro espiritual, y reclama auténtica acción, sufrimiento y sacrificio goteantes. La inspiración la ha encontrado en Paul Engler, que es como un perito industrial de las revoluciones. Ha dicho el buen hombre en una entrevista que si el independentismo quiere ganar hay que polarizar más, sacrificarse más, y que lo de morir como un mártir es “inherente a los movimientos ganadores”. A Torra, después de aquella apuesta suya por la “vía eslovena”, esto lo ha vuelto a encender de fervor.

Los muertos ya están ahí como jugada, como ficha de su parchís que antes sólo era de plástico, e incluso aún más, están como fantasía. Primero vino lo de jugar con explosivos, por experimentar más que nada, y ya tenemos aquí el muerto como teoría, como ejemplo, el muerto para hacer santa su guerra santa, el vikingo ardiendo del independentismo, inflamando las alucinaciones de estos locos. Porque ya esto es una locura. Cuando uno llega a la conveniencia del muerto, a la utilidad del muerto, simplemente ya no se puede ir más allá. Aunque, buscando alguna lógica, si esta gente ignora y desprecia qué son la libertad, la democracia y la república, lo siguiente es ignorar y despreciar la misma vida. Todo inútil, además. No lo consiguió ETA y se piensa Torra que lo va a conseguir un tío que se inmole vestido de Pikachu o qué sé yo lo que se están imaginando ya en sus catacumbas estos zumbados.

Torra pide mártires, o infunde la idea luminosa y elevadora del mártir, aunque no lo veo yo a él con pistola en el zurrón o con bomba marca Acme. Ya se sacrificó él bastante buscando la excomunión constitucionalista ante el TSJC, declarando allí con asco y como con máscara de gas. Yo creo que Torra se ve más en un palco adornado de botijos recibiendo el famoso saludo: “Ave, Torra, morituri te salutant”. O, al menos, soñando que lo recuerdan a él cuando algún otro césar abutifarrado acepte ese sacrificio ajeno entre fanfarrias e higadillos. Yo, a pesar de todo, no pienso que eso ocurra. No porque no crea que Torra y los suyos están majaretas, ni porque confíe en que el aciago Pedro Sánchez pueda controlar esto, sino porque no se pasa tan fácil de la vinoteca, de la sala de fotocopiadoras, del palquito con anteojo impertinente y de la pupita histórica a morir o matar con la granada del corazón en la mano.

Ahora Torra pide mártires, o le inspiran los mártires, él que también quería ser mártir y por eso se arrojó al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña como el que se arroja al tren expreso. Un mártir por inhabilitación, de todas formas, es poco mártir, es como un mártir con pupa de mercromina. Ni queriendo les sale a ellos eso del martirologio. A ver qué martirio van a aceptar en una revolución que hacen funcionarios consagrados al desayuno y pijos consagrados a la marca Hermès.

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