Leía el otro día a una tal Irantzu Varela despotricar contra El Irlandés, de Martin Scorsese. Decía lo siguiente: “Molaría si todavía soportáramos historias de señoros y sus movidas, en las que las mujeres sólo cocinan, crían, ponen cara de resignación y aguantan a mangarranes que no las tratan como a personas, siempre calladas”. Esta ciudadana -de afilada prosa y maneras armoniosas- no es una don nadie, sino que se ha convertido en uno de los rostros más conocidos del feminismo mediático nacional.
Quizá la costumbre de abrevar a diario en los lugares donde se suministra este garrafón intelectual ha llevado a normalizar este feminismo delirante, que no critica la obra, cosa lícita, sino que el proceso de creación no se someta a los estándares de su catecismo.
Quizá la costumbre de abrevar a diario en los lugares donde se suministra este garrafón intelectual ha llevado a normalizar este feminismo delirante, que no critica la obra, cosa lícita, sino que el proceso de creación no se someta a los estándares de su catecismo
Líbrenos Dios de la voracidad censora de esta nueva corriente ideológica, que no dudo que también vetaría Marnie, la ladrona por asociar a la mujer a la cleptomanía y Eva al desnudo por trasladar un estereotipo dañino de ellas en el entorno laboral. Cabría también tachar unas cuantas páginas de Lolita, por incurrir en una intolerable cosificación de ellas. Y sería necesario publicar una nueva edición de Madame Bovary para dejar absolutamente claro que sus traiciones fueron consecuencia del aburrimiento y la desesperanza, nunca de los tizones negros que -como todo ser humano- tenía en su alma.
Sólo un paciente de alguna insana obsesión puede concluir que Scorsese ensalza la figura del hombre en sus películas del hampa. Diría que ha sido al contrario, desde en Malas calles, centrada en muchachos con afán de ganar dinero fácil en los callejones y sótanos del barrio neoyorquino de Little Italy, hasta en El Irlandés, donde gángsteres del mismo pelaje observan su presente y su pasado con la sabiduría y, a la vez, la intranquilidad que genera la senectud. En Uno de los nuestros, se retrata a hombres amorales, sin límites, capaces de envasar al vacío a un sicario por comprarse un coche a destiempo; o de hacer bailar a un camarero al ritmo de balas de plomo.
La guerra es de señoros
Hubo un tiempo, hasta hace no mucho, en que sólo los hombres iban a la guerra, lo que quizá también convertiría en obras proscritas películas que definen con precisión quirúrgica la esencia del ser humano, como Senderos de Gloria, La Gran Evasión, Los cañones de Navarone, Lawrence de Arabia o Apocalipsis Now. En todas se cuentan “movidas de señoros” en las escenas de combate.
Tampoco debería mostrarse con tanta ligereza Viridiana, donde se fantasea con un intento de violación. O Amor, de Michael Haneke, con un final que será mejor no revelar al lector. Por no hablar de Woody Allen, que en la maravillosa Manhattan tiene una novia de 17 años, una exesposa que se ha propuesto difundir sus asuntos de cama y una amante que adopta la pose de femme fatale, en contra de los preceptos del puritanismo feminista.
Que dejen los institutos de hablar de Rousseau, por misógino. O de Schopenhauer, quien argumentó que a partir de los 18 años el intelecto de las mujeres quedaba estancado. “Si el mundo es producto de un capricho divino, entonces la mujer es el ser mediante el cual el Creador todopoderoso quiso mostrarnos del modo más fehaciente el lado imprevisible de su propia naturaleza inescrutable”, escribió en su El arte de tratar con las mujeres. Aquí, por cierto, recordaba que Antístenes, alumno de Sócrates, afirmó que si Afrodita se hubiera puesto al alcance de su arco, la habría atravesado con una flecha. Y Diógenes de Sinope recomendaba la masturbación para evitarlas. Convendría también proscribir a los filósofos clásicos y a sus pupilos. Por señoros.
Son tiempos extraños los que vivimos, en los que parece que las puertas de los frenopáticos se han abierto de par en par, y eso ha provocado una expansión de pensamientos delirantes
Son tiempos extraños los que vivimos, en los que parece que las puertas de los frenopáticos se han abierto de par en par, y eso ha provocado una expansión de pensamientos delirantes. Ruedas gigantescas de molino con las que unos cuantos pretenden hacer comulgar al común de los mortales.
Son sandeces que no deberían abandonar el terreno de los excéntricos, pero que, al revés, se convierten en titulares de periódico. 'El machismo del aire acondicionado', leía hace unos días. El heteropatriarcado celular, señora.
Leía el otro día a una tal Irantzu Varela despotricar contra El Irlandés, de Martin Scorsese. Decía lo siguiente: “Molaría si todavía soportáramos historias de señoros y sus movidas, en las que las mujeres sólo cocinan, crían, ponen cara de resignación y aguantan a mangarranes que no las tratan como a personas, siempre calladas”. Esta ciudadana -de afilada prosa y maneras armoniosas- no es una don nadie, sino que se ha convertido en uno de los rostros más conocidos del feminismo mediático nacional.
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